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Protestante Digital

 
Mackay y Unamuno (III)
 

El Cristo de América Latina

La agenda misionológica de Mackay como evangelista y maestro de juventudes fue el anuncio del Cristo de los Evangelios en diálogo con los puntos de contacto en la cultura latinoamericana del momento (*).
MI UNIVERSO AUTOR Samuel Escobar 16 DE ABRIL DE 2011 22:00 h

La agenda de Mackay fue seguida por la primera generación de pensadores evangélicos latinoamericanos entre los cuales destaca el periodista y biblista mexicano Gonzalo Báez-Camargo.

El análisis de Mackay apareció en forma de libro y en inglés en el año 1932. Dos años antes Báez-Camargo había publicado su informe acerca del Congreso Evangélico de La Habana. En la primera parte de dicho informe encontramos ya algunas de las notas que Mackay había desarrollado examinando a pensadores inquietos por Cristo como Ricardo Rojas y Gabriela Mistral.

Luego de describir la religiosidad muerta y formal predominante, Báez-Camargo decía que no todo en el panorama latinoamericano era sombrío. "Corrientes espirituales de vario matiz luchan desesperadamente por inyectar en la sangre de este continente enfermo, la fe en las funciones más altas de nuestro espíritu, la confianza en las Fuerzas invisibles que crearon y sostienen el cosmos, y la posibilidad de la comunión con ellas".[1] En medio de estas corrientes que buscaba una moral sin dogmas, la religiosidad oriental, el cristianismo social o el espiritualismo místico, Báez-Camargo se refiere también a otra corriente: "Pero no pocos miran a Jesús. No siempre lo perciben en toda su significación. Pero se esfuerzan en conocerlo e interpretarlo".[2] A él mismo le tocó pronunciar el mensaje de clausura, y cita de dicho mensaje:

No al Cristo literario de Renán, no al Cristo socialista de Barbusse, no al Cristo nimio de las leyendas católicas, bellos Cristos a medias, sino al Cristo único, el de los Evangelios, el Hijo de Dios, redentor del Mundo, Espíritu Eterno cuya obra ayer hoy y por todos los siglos, es la transformación de los corazones.[3]

En la parte final del Informe, Báez-Camargo da cuenta de la centralidad de Cristo en el pensamiento de los delegados y las resoluciones que reflejan el compromiso de hacer de Jesucristo el centro del mensaje de las iglesias evangélicas para el continente. El Mensaje del Congreso que transcribe es decididamente Cristológico. Podría decirse que la agenda cristológica que el Congreso de La Habana se propuso, la transformó Báez-Camargo en su propia agenda teológica y literaria.

El púlpito laico desde el cual Báez-Camargo proclamó al Cristo que América Latina necesitaba fue fundamentalmente su columna del diario Excelsior de México. Su libro Las Manos de Cristo reúne una colección de artículos, publicada por primera vez en 1950.[4] La primera nota que destaca en esta Cristología es la presentación atractiva y recia de la humanidad de Jesús. Está basada cien por ciento en el dato bíblico, pero la contextualización ha alcanzado precisión y pertinencia.

Jesús era obrero. Era lo que llamaríamos un "proletario". En sus labios, como en ninguno habría palpitado con inflexión de amor, al dirigirse a los obreros, la palabra consabida: CAMARADA. Ningunas manos como las suyas, fuertes y callosas por los afanes del taller, habrían estrechado con más simpatía, con más compañerismo, las callosas y fuertes manos de los trabajadores.[5]

Báez Camargo destaca que la enseñanza de Jesús demostraba una profunda sensibilidad hacia los pobres, y un estilo de comunicación con ellos, que brotaban de la experiencia misma de la pobreza: "Cuando se lanzó a la vida pública, no iba equipado con tesoros de erudición. En sus palabras se refleja constantemente su vida de artesano pobre". [6] La espiritualidad de Jesús si bien era una realidad incontrovertible, se compaginaba con las circunstancias humanas de su existencia.

Jesús era un hombre de trabajo. Tenía que hurtar horas al sueño, levantarse aun de noche, si quería disfrutar de unos momentos de quietud para sus oraciones y meditaciones. Oraba y meditaba más bien mientras trabajaba en su taller, entre las astillas, acompañándose con el monótono chirriar de la garlopa.[7]

El peso del argumento de varias de estas páginas iba dirigido a contrarrestar dos tipos de desfiguración de la persona de Jesús corrientes en América Latina. Por un lado el de la prensa popular marxista que en esa época describía a Jesús como defensor de los capitalistas contra los obreros. Por otro lado las imágenes de cierta artesanía popular en la cual Jesús aparecía casi como una figura femenina. En otro de los capítulos del libro mencionado Báez Camargo parte de la contemplación de las manos de Cristo tomando el dato de los Evangelios, y saca las consecuencias sobre una enseñanza bíblica acerca del trabajo, en las páginas de toda la Biblia.

Lo primero que advertimos al contemplar las manos de Cristo, es que son las manos varoniles y vigorosas de un trabajador. Las manos de un obrero: el carpintero de Nazaret. No son esas manos blancas y fláccidas, como un lirio desmayado, manos casi femeninas, que le han pintado por lo general en los retablos litúrgicos y las estampas devotas. Es en estas manos suyas, manos de trabajador, donde hallamos la primera y más alta proclama de la dignidad del trabajo manual y del proletariado.[8]

Quiero recordarles que esto se publicó en 1950, es decir veinticuatro años antes de que el franciscano Leonardo Boff publicara su libro Jesucristo liberador, recuperando para la teología católica de la liberación una nueva visión de la humanidad de Jesucristo.

La evocación de Báez Camargo trae a mi mente la fuerza del poema de Unamuno El Cristo de Velásquez en el cual hay también una contemplación extensa, detenida y reflexiva del cuerpo de Jesús y su plena humanidad.En su libro Andanzas y visiones españolas Unamuno recuerda su visita a la ciudad de Palencia en Agosto de 1921. Recuerda su contemplación del Cristo yacente de Santa Clara y como en aquella ocasión escribió un poema que terminaba con estas líneas:
Porque este Cristo de mi tierra es tierra,
Carne que no palpita,
Tierra, tierra, tierra;
Mojama recostrada con la sangre,
Tierra, tierra, tierra

Después de evocar aquel poema, Unamuno sigue diciendo: “Y fue cierto remordimiento de haber hecho aquel feroz poema lo que me hizo emprender la obra más humana de mi poema El Cristo de Velásquez, el que publiqué este año”.[9]

A partir de la década de 1960 la teología evangélica en América Latina profundizó de manera contextual en la comprensión de la persona de Jesucristo y su significación para un continente agitado por los cambios sociales y la lucha por un orden más justo y una plena liberación.El tiempo sólo me permite enumerar algunos hitos importantes de esta reflexión.[10]

En 1965 el historiador y teólogo cubano Justo L. González publica su libro Revolución y Encarnación, un estudio contextual del material juanino en el Nuevo Testamento, especialmente la Primera Epístola. Por primera vez en el ámbito evangélico la temática cristológica era tratada desde una perspectiva sistemática para responder a una necesidad pastoral.González llamaba a los evangélicos a tomar conciencia de que habían caído en una Cristología docética que les impedía desarrollar una ética social adecuada a las necesidades del momento. González publicó en 1990 una introducción a la teología titulada Mañana, y escrita desde la perspectiva de la minoría de habla hispana en los Estados Unidos, insistiendo en identificar y criticar la visión docetista que desconoce la plena humanidad de Cristo

Queriendo glorificar a Jesús el docetismo realmente lo ha despojado de su mayor gloria: su encarnación y sufrimiento en la cruz. En última instancia el docetismo no sólo despoja a Jesús de la realidad de la encarnación y el sufrimiento, sino de la misma naturaleza de un Dios, cuya mayor victoria se logra a través del sufrimiento y cuya revelación más clara ocurre en la cruz.[11]

A partir de una nueva lectura de la persona y estilo de Jesús en el Nuevo Testamento, el teólogo ecuatoriano René Padilla y este servidor planteamos en 1974 una crítica a los métodos de hacer misión provenientes de Norteamérica que expresaban el modo de vida estadounidense en su manera de comunicar el mensaje cristiano más bien que las prioridades y el estilo de Jesucristo.En 1986 Padilla señalaba que el Protestantismo conservador de corte evangélico en todo el mundo estaba también afectado por el docetismo:

A pesar de su reconocimiento teórico de la plena humanidad de Cristo, el cristianismo evangélico en América Latina y en el resto del mundo está profundamente afectado por el docetismo. Afirma el poder transformador de Cristo en relación a la persona individual, pero es totalmente incapaz de relacionar el Evangelio a la ética social y a la vida social. En nuestro caso, el desafío de Mackay sigue vigente.[12]

En esta primera década del siglo veintiuno la urgencia de este quehacer teológico proviene del hecho de que ya las iglesias evangélicas latinoamericanas envían misioneros a todo el mundo y es importante que esta misión no se limite a copiar los modelos del pasado sino a recuperar el estilo misionero del propio Jesús. Sólo así tendrá inspiración y una brújula para responder a las necesidades de una cultura global posmoderna en un mundo sin utopías y sin esperanzas. Como decía Don Miguel:

Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
Nos guían en la noche de este mundo,
Ungiéndonos con la esperanza recia
De un día eterno. Noche cariñosa,
¡Oh madre, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza , dulce Noche,
noche oscura del alma eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador![13]

MULTIMEDIA: EL DISCURSO EN VIDEO E IMÁGENES DEL ACTO
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(*) Discurso completo de Samuel Escobar, escrito a modo de agradecimiento al recibir el “II Premio Jorge Borrow de Difusión Bíblica”, concedido por la Asociación Cultural Evangélica Jorge Borrow. Homenaje celebrado en el Aula Unamuno del Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca. Sábado 12 de marzo de 2011.


____________________

[1] Hacia la renovación religiosa en Hispanoamérica, Casa Unida de Publicaciones, Mexico, 1930; p.19.
[2] Ibid. p. 18
[3] Ibid. p. 143.
[4] Pedro Gringoire, Las Manos de Cristo, México: Casa Unida de Publicaciones, 1950.
[5] Ibid. p.45.
[6] Ibid. p.49.
[7] Ibid. p.48.
[8] Ibid. pp. 11-12.
[9] Miguel de Unamuno, Andanzas y visiones españolas, Madrid: Espasa Calpe, 1975: p. 223.
[10] El lector interesado encontrará una investigación más detallada en mi ensayo “La búsqueda de una Cristología misiológica en América Latina”, en el libro De la misión a la teología, Buenos Aires: Kairós, 1998; pp. 7-42.
[11] Justo L. González Teología liberadora, Kairós, Buenos Aires 2006; p. 237.
[12] René Padilla y Mark Lau Branson, Eds. Conflict and Context. Hermeneutics in the Americas, Grand Rapids: Eerdmans, 1986; p. 83.
[13] De la sección IV de “El Cristo de Velásquez”, en Miguel de Unamuno: antología poética, Madrid: Alianza, 1977; p.59
 

 


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