Cuando en el Perú se desconocía la figura de Unamuno, Mackay escribió su tesis para un segundo doctorado en la Universidad de San Marcos de Lima acerca de Unamuno.
[1] En casi todos sus libros lo menciona.
Una de las primeras referencias que yo leí viene en el libro
El sentido de la vida publicado originalmente en Montevideo en 1930. En su capítulo inicial “El sentido de la hombridad”, dice Mackay:
“La cualidad de hombre en el sentido cabal de la palabra, Unamuno la ha llamado ‘hombridad’. Nos cuenta en uno de sus ensayos que leyendo al gran historiador y psicólogo portugués Oliveira Martins, le hirió la imaginación la voz ‘hombridade’ que éste aplicaba a los castellanos. ‘Hombridade’ le pareció un hallazgo. Conforme la emplea Unamuno, esta voz encierra cualidades más amplias que la simple probidad u honradez indicada por ‘hombría de bien’. Su sentido es mucho más comprensivo y viril que ‘humanidad’ o ‘humanismo’, voces que se hallan estropeadas por oler a pedantería, a secta o a doctrina abstracta. Hombridad es ‘la cualidad de ser hombre, de ser hombre entero y verdadero, de ser todo un hombre’.’¡Y son tan pocos los hombres’ agrega Unamuno ‘de quienes pueda decirse que sean todo un hombre!’ Adoptando esta simpática acuñación lingüística del gran vasco – quien, dicho sea de paso, es uno de los ejemplos más legítimos de la hombridad en la escena contemporánea – vamos a ensayar el retrato de un verdadero arquetipo humano.”[2]
En su libro ya mencionado Prefacio a la teología cristiana, Mackay acuñó una metáfora que ha dado muchas vueltas por los ámbitos culturales latinoamericanos. Es la distinción que hace entre dos actitudes humanas contrastantes que él describe como la del balcón y la del camino, refiriéndose a la perspectiva desde la cual los humanos buscamos la verdad.
“El balcón – esa pequeña plataforma de madera o piedra, que sobresale de la fachada en las ventanas altas de las casas españolas e hispanoamericanas” es el lugar desde el cual desde una distancia segura se contempla la realidad, es “el símbolo del espectador perfecto”.
[3]
El Camino es “el lugar en que la vida se vive tensamente, donde el pensamiento nace del conflicto y el serio interés, donde se efectúan elecciones y se llevan a cabo decisiones.” A Cristo no se le llega a conocer contemplando la procesión desde la distancia y la comodidad del balcón, como en una experiencia puramente estética que nos lleva a decir “pobre Cristo”. Para conocer a Cristo hay que descender al camino y seguirle y para saber si lo que él dice es verdad hay que estar dispuesto a aceptar las consecuencias.
Los hombres de mi generación que empezaron a forjar una teología evangélica latinoamericana coinciden en verse a sí mismos como teólogos del camino que están en camino. El ecuatoriano René Padilla, el puertorriqueño Orlando Costas, el peruano Pedro Arana, el argentino José Míguez Bonino en algún momento de su peregrinaje, en sus escritos o en sus discursos, han expresado su voluntad de ser teólogos del camino y no del balcón. Lo cual quiere decir que su teología no se ha forjado en un gabinete aséptico y seguro sino en la militancia cristiana más diversa, en las fronteras donde la comunidad cristiana sirve al mundo y dialoga con él desde la fe, con todos los riesgos que ello implica.
Por otra parte, uno de los libros en los que Mackay hace referencias más explícitas a Unamuno es El otro Cristo español, posiblemente la primera interpretación evangélica, global y acertada, de la realidad espiritual de Iberia y del mundo iberoamericano. Publicado en inglés en 1932 y en castellano en 1952, con re-ediciones en 1988 y 1991, es una obra que sigue dando pistas y sugiriendo recorridos a la reflexión teológica en América Latina. De esta obra en especial se puede decir lo que José Míguez Bonino dice refiriéndose a toda su obra: “Mackay nos ayudó a construir una nueva historia espiritual latinoamericana sin rechazar nuestras raíces culturales, y entablar un ‘diálogo de amor’ con nuestra cultura sin separarnos de las raíces bíblicas de nuestra fe”.
[4]
El otro Cristo español es la interpretación que hace Mackay de la presencia de Cristo en los pueblos ibéricos. Siguiendo la metodología del análisis histórico Mackay interpreta diversas manifestaciones culturales en busca del Cristo de Iberoamérica. La intención de Mackay era misionera en un sentido amplio, quería anunciar al Cristo verdadero cuya visión se estaba perdiendo tanto en el mundo de habla inglesa como en el mundo iberoamericano:
Un cierto número de figuras románticas que llevan cada una el nombre de Cristo y en que se encarnan los ideales particulares de sus varios grupos de admiradores, han suplantado al Cristo verdadero. En realidad tanto el mundo anglosajón como el mundo hispano están abrumados por una necesidad común: "conocer" a Cristo, "conocerlo" para la vida y el pensamiento, "conocerlo" en Dios y a Dios en El.[5]
Mackay caracterizó al "Cristo sudamericano", como el resultado de un proceso de "sudamericanización" de la imagen y la visión del Cristo español que trajeron los conquistadores. Según su interpretación el Cristo español no era el de los Evangelios, el que había nacido en Belén, sino más bien otro, que nació en el norte de África. De esa manera Mackay se refería a las transformaciones que había experimentado la religión cristiana durante los ocho siglos en los cuales los españoles y portugueses habían convivido con los árabes que invadieron la península en el siglo ocho. Mackay establecía un contraste entre ese Cristo de la religiosidad oficial y lo que él llamaba "el otro Cristo español," el de los místicos del Siglo de Oro como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, y el de los cristianos rebeldes de la España moderna como Miguel de Unamuno.
En el análisis de Mackay hay dos notas importantes de la cristología latinoamericana: la falta de humanidad del Cristo popular y la ausencia de una visión del Cristo resucitado.
Lo primero que salta a nuestra vista en el Cristo Criollo es su falta de humanidad. Por lo que toca a su vida terrenal, aparece casi exclusivamente en dos papeles dramáticos: el de un niño en los brazos de su madre y el de una víctima dolorida y sangrante.[6]
La imaginería y las devociones populares latinoamericanas confirman la observación de Mackay. Es verdad que las dos imágenes mencionadas nos remiten a aspectos muy importantes de la persona de Cristo. El defecto profundo de la Cristología limitada dentro de estos dos momentos, a los cuales se presta atención excluyente, es que le falta coherencia y efectividad para la vivencia de la fe cristiana. En la percepción popular de Cristo, estamos frente a una forma de docetismo:
Se le considera como un ser puramente sobrenatural cuya humanidad, siendo sólo aparente, tiene muy poco que ver en materia de ética con la nuestra. Este Cristo docético murió como víctima del odio humano y con el fin de otorgar inmortalidad, es decir, la continuación de la presente y carnal existencia.
[7]
El efecto de este tipo de Cristología para la vida es que nos ofrece un Cristo que se presta para que los hombres lo apadrinen o lo compadezcan. La manipulación social de la fe y la ausencia de un Cristo que sea modelo de vida pasan a ser una marca de la forma de cristianismo resultante. Aquí la realidad se vincula con la otra marca de la Cristología latinoamericana que Mackay analizaba, la falta de una visión del Cristo resucitado.
Ni se concibe ni se experimenta Su señorío soberano sobre todos los detalles de la existencia, Rey Salvador que se interesa profundamente en nosotros y a quien podemos traer nuestras tristezas y perplejidades. Ha sucedido algo sumamente extraordinario. Cristo ha perdido prestigio como alguien capaz de ayudar en los asuntos de la vida. Vive en exclusión virtual, en tanto que la gente se allega diariamente a la virgen y a los santos para pedir por las necesidades de la vida. Es que se los considera más humanos y accesibles que Él.
[8]
La agenda misionológica de Mackay como evangelista y maestro de juventudes fue el anuncio del Cristo de los Evangelios en diálogo con los puntos de contacto en la cultura latinoamericana del momento.Sus libros
El Sentido de la vida y
Mas yo os digo... siguen leyéndose con interés hoy en día. Mackay popularizó también las figuras del balcón y el camino para diferenciar entre una admiración estética que considera a Jesús como objeto, desde la distancia, y un discipulado que se lanza a la aventura de seguir a Jesús como Maestro y Señor. Su teología tenía una clara intención evangelizadora y misionera, y supo exponerla en el marco de un análisis agudo y eficaz del contexto cultural latinoamericano.
[9]
MULTIMEDIA: EL DISCURSO EN VIDEO E IMÁGENES DEL ACTO
@MULT#IZQ#41477@@MULT#IZQ#41456@
(*) Discurso completo de Samuel Escobar, escrito a modo de agradecimiento al recibir el “II Premio Jorge Borrow de Difusión Bíblica”, concedido por la Asociación Cultural Evangélica Jorge Borrow. Homenaje celebrado en el Aula Unamuno del Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca. Sábado 12 de marzo de 2011.
La publicación del discurso, por su amplitud y secciones, lo iremos haciendo en varias secciones bien diferenciadas.
[1] John Alexander Mackay,
Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra e influencia, Lima, Perú: Casa Editora de Ernesto R. Villarán, 1919.
[2] Juan A. Mackay,
El sentido de la vida… y otros ensayos , 4ta edición, Lima: Editorial Presencia, 1988; p. 28
[3] Juan A. Mackay,
Prefacio a la teología cristiana, México: Casa Unida de Publicaciones ,2da. Ed.1957; pp. 37-38
[4] José Míguez Bonino,”Prólogo” a John H. Sinclair,
Juan A. Mackay: un escocés con alma latina, México: CUPSA, 1990; p.15.
[5]. Mackay,
El otro Cristo… p. 12
[6]. Mackay,op cit p. 128.
[9]. He estudiado la vida y pensamiento de Mackay en "El legado misionero de Juan A. Mackay", ensayo que en España publicó la revista
Andamio (Número 4, año 2000).
Si quieres comentar o