Un coma urémico lo arrancó de la tierra, camino de la eternidad, el 5 de enero de 1936, cuando en Santiago de Compostela trabajaba en la gigantesca empresa del Ruedo Ibérico.
Han pasado 75 años de la muerte del gran escritor, a quien Sainz de Robles definió como “mago de conmociones ultratelúricas, Quijote del ideal poético”.
Al cumplirse medio siglo y cuarto de su muerte, tres prestigiosas editoriales están reeditando sus obras: Espasa publica la “Narrativa Completa” del maestro, Círculo de Lectores entrega una edición crítica de “Sonata de Invierno” y Austral presenta nuevas ediciones de “La lámpara maravillosa”, “Tirano Banderas” y “Martes de Carnaval”.
Escribir sobre la vida de Valle-Inclán es tarea difícil.Sus biógrafos han llenado volúmenes para separar lo que en realidad vivió y lo mucho que inventó. José Martínez Cachero cuenta que “a lo largo de toda su vida se mezclan realidad y fantasía, anécdotas reales y apócrifas, a tal punto que resulta casi imposible desincrustar de su biografía tantos elementos imaginados por el propio poeta o por los que, fascinados por su figura, colaboraban en la mitificación de la misma”.
Sí está documentado que su vocación literaria empieza cuando a los 22 años publica un artículo y un poema en la revista compostelana “Café con gotas”.
En 1895 llega a Madrid. Le precede fama de bohemio, aspecto de personaje displicente. Los cronistas de su tiempo lo describen con pantalón a cuadros blancos y negros, levita color café y sombrero alto de tubo del que cuelga el largo pelo y la luenga barba. Gómez de la Serna dice que su atuendo era estrafalario. “Era la mejor máscara a pie que cruzaba la calle Alcalá”. Mantenía una pose de refinamiento aristocrático, a la moda parisina.
En la capital de España entabla amistad con grandes escritores de la época: Benavente, Baroja, Azorín, Juan Ramón Jiménez, Antonio y Manuel Machado, entre otros. Peleaba con todos, a todos criticaba. En una disputa con Manuel Bueno sale mal parado y es preciso amputarle un brazo. Viaja por Europa y por algunos países de la América hispana. Aunque llegó a ejercer cargos importantes, como director del Patrimonio Nacional, Valle-Inclán vivió siempre pobremente.
El primer libro del autor se edita en Pontevedra en 1895 con el título “Féminas”, y está compuesto por seis relatos breves. Con este libro Valle-Inclán inicia una carrera imparable de escritor. De su pluma van saliendo novelas, ensayos, dramas teatrales, poemas. Todos buenos o muy buenos. Ramón Gómez de la Serna, amigo personal y biógrafo del escritor gallego, dice de él: “Fue el ogro de la España literaria y amena, el literato de figura caballeresca, el cabecilla literario, un tipo invulnerable y profético que desdeñaba el tiempo y sus volubilidades, sus miserias y hasta sus grandezas. Valle era el escritor más lírico, más barroco y más barbado de España. Tuvo grandeza, una grandeza por encima de todo y de todos, con esa obra desgarrada en que escupía por el colmillo a la Humanidad”.
Unas 40 obras, de diversos géneros, se atribuyen a Valle-Inclán. Me detengo en las “Comedias Bárbaras”, cuya representación teatral he visto en tres ocasiones. Comedias por su estructura teatral y Bárbaras por el vendaval de violentas pasiones que las conmueven.
La primera de ellas, “Águila de blasón”, es de 1907. Al año siguiente sale la segunda, “Romance de lobos”. La tercera, “Cara de Plata”, aparece en 1922.
Los personajes de las “Comedias Bárbaras” son patriarcas haraposos, mujeres escuálidas, niños harapientos, mozos lisiados, concubinas sin voluntad, mendigos y leprosos que hacen el oficio de canes guardianes, curanderos, echadoras de cartas, mujeres oscuras aficionadas a la brujería, chalanes, gentes supersticiosas de los pueblos de Galicia, que se mueven en un fondo de miseria y de tragedia. Junto a estos personajes están los hijos del matrimonio protagonista: Don Pedrito, don Rosendo, don Mauro, don Gonzalito, don Farruquino y don Miguel. Todos ellos nobles por nacimiento, pero convertidos en perfectos canallas, bandidos dominados por la avaricia y el sacrilegio. “Yo engendré seis hijos que son seis ladrones cobardes”, grita el patriarca de la familia, don Juan Manuel Montenegro, a la aterrada esposa.
Este don Juan Manuel Montenegro es el personaje central de las “Comedias Bárbaras”. En “Águila de Blasón” Valle lo describe así: “Es uno de esos hidalgos mujeriegos y despóticos, hospitalarios y violentos, que se conservan como retratos antiguos en las villas silenciosas y muertas. Uno de esos locos de buena vena, con maneras de gran señor, ingenio de coplero y aliento de pirata”.
Ateo, descreído, Juan Manuel Montenegro declara: “Satanás ha sido siempre mi patrono”. Reconoce su vida de pecado, pero se resiste al cambio: “Cambiar no espero. De milagros y santos arrepentidos pasaron ya los tiempos”. Nada espera de la religión católica que había conocido desde pequeño: “He sido siempre un hereje. El mejor amigo del Demonio. ¡Cuántos pecados!¡Mi alma está llena de ellos! ¡La religión es seca como una vieja. Como las canillas de una vieja!”. Como el rey Juan, de Shakespeare, don Juan Manuel Montenegro tiene un momento de lucidez y piensa en la misericordia divina: “Dios quiere darme tiempo para que me arrepienta de mis pecados”. Muerta la esposa, llama al señor Capellán y le pide: “Necesito la absolución de mis pecados para reunirme con mi mujer en el cielo”. El Capellán le dice “que haga confesión de ellos”.
El mayorazgo se confiesa, pero la confesión no es válida porque no la dicta el arrepentimiento ni el deseo de obtener la gracia de Dios. Es el remordimiento lo que le consume. Con todo, “el Capellán lo absuelve y traza una cruz con su diestra sobre la cabeza del viejo linajudo”. Esto no le devuelve la paz al alma. Tiene miedo a la muerte. La ve por todas partes. La siente. La denuncia con gemidos desgarradores. En la cocina de la casona, teniendo tras él a todo el ejército de criados, mendigos, leprosos, del duro corazón del mayorazgo brota un último quejido culpable: “¡Ay, yo he sido un gran pecador, y mi vida una noche de rayos y truenos!”.
En la escena final Montenegro abofetea a uno de sus hijos. Otro, con un aullido, hunde la maza de su puño sobre la frente del viejo vinculero, que cae con el rostro contra la tierra. Del grupo de pordioseros se alza la figura gigante del leproso Lázaro. Pone sus manos sobre la garganta del parricida y abrazados caen entre las llamas del hogar.En su libro “La singladura narrativa de Valle-Inclán”, la francesa Eliane Lavaud-Fage sugiere que el leproso envuelto en llamas, última figura que resta en pie después de la tremenda tragedia, es como una imagen de las llamas simbólicas del infierno donde iría a parar el alma del viejo hidalgo por no haber seguido a tiempo el auténtico camino del arrepentimiento que conduce al perdón.
Así fue la condenación de don Juan Manuel Montenegro.
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