Es decir, la creencia de que la inteligencia era algo innato en las personas y que únicamente dependía de la transmisión biológica de padres a hijos. Si un individuo era más inteligente que otro se debía, según tales opiniones, a que pertenecía a una raza superior.
En realidad,
la idea de que el talento o el coeficiente de inteligencia es hereditario continúa teniendo sus defensores en la actualidad, como puede comprobarse en publicaciones como
The bell curve, de Herrnstein y Murray, obra aparecida en los Estados Unidos. También es posible detectar esta creencia en ciertos analistas del Proyecto Genoma Humano, quienes afirman que cuando se conozcan bien todos los genes del hombre será posible determinar su importancia en el desarrollo de la inteligencia, así como manipularlos convenientemente para obtener individuos más inteligentes.
Uno de los primeros contratiempos sufridos por la teoría eugenésica fue el ocurrido con motivo de los “test de inteligencia” elaborados por psicólogos eugenistas del ejército estadounidense.
Tales pruebas fueron realizadas a todos los soldados durante el año 1912 y lo que se pretendía con ellas era medir el grado de inferioridad biológica que presentaban ciertos individuos, para determinar así quiénes habían de ser esterilizados.
Se examinó a un total de 1.726.000 reclutas y se descubrió con estupor que cerca de la mitad tenían que ser clasificados como débiles mentales. Las consecuencias fueron desastrosas para la credibilidad de la eugenesia y sobre todo de los test en cuestión porque o bien la mitad de la población norteamericana era mentalmente incompetente, o las pruebas selectivas estaban equivocadas.
Pero lo que resultó aún más embarazoso fue la comparación de las soluciones entre los estados del norte y los del sur. En cinco estados del norte, los soldados negros obtuvieron mejores notas que los blancos pertenecientes a ocho estados del sur. La única conclusión lógica que podía sacarse de tales resultados, según los criterios de la eugenesia, era que los negros del norte debían ser genéticamente superiores a los blancos del sur, cosa que los eugenistas no podían de ninguna manera admitir, o bien que el medio ambiente en el que se habían educado estos jóvenes era la causa determinante de su nivel de inteligencia.
El fracaso de tales exámenes planteó una vez más la controversia acerca de la heredabilidad del talento.La discusión se centraba en torno al papel que jugaban los genes y el ambiente en el desarrollo del intelecto.
Los eugenistas tendían a ignorar completamente la influencia de los factores ambientales y le daban toda la importancia a los cromosomas recibidos de los padres. Sin embargo, ciertos descubrimientos de las ciencias sociales y de la genética contribuyeron a revalorizar la educación y el ambiente. Nuevas investigaciones en psicología de la educación durante la primera infancia demostraron correlaciones importantes entre el comportamiento delictivo de algunas personas y la influencia del ambiente en el que se habían criado, su estatus económico, social y cultural. Por otro lado, el genético danés, Johannsen, trabajando con semillas de judía demostró que el peso de las mismas, aunque venía determinado genéticamente, podía variar de manera notable en función del ambiente en que las legumbres eran plantadas. Esto, unido a otros muchos estudios genéticos con similares resultados, provocó el desmoronamiento de los principales argumentos eugenistas.
En la actualidad, la mayoría de los estudiosos considera que las hipótesis basadas en un determinismo genético rígido de la inteligencia son absolutamente especulativas y carentes de suficiente base experimental.Más bien se acepta que el coeficiente intelectual está regulado probablemente tanto por factores hereditarios como por el medio ambiente, formando una unidad inseparable.
La destreza humana para hablar un determinado idioma, por ejemplo, depende tanto de los genes como de los factores ambientales. Los genes influyen en la capacidad para adquirir un lenguaje, pero es el entorno familiar del niño, la escuela y las relaciones sociales lo que despierta y desarrolla más o menos su habilidad para el aprendizaje de la lengua. De manera que un esquimal recién nacido, traído a España y educado aquí, aprenderá español y lo hablará como cualquier otro niño nativo de su edad.
A pesar de todo, la idea de que la inteligencia es una característica innata de las personas, continúa formando parte del pensamiento occidental. Todavía se dan determinados grupos, en países como Estados Unidos, que presionan para que el coeficiente de inteligencia sea tenido en cuenta a la hora de determinar el presupuesto en educación u otros servicios sociales.
No obstante, incluso aunque se supusiera que ciertas cualidades intelectuales, artísticas o musicales estuvieran determinadas directamente por “genes buenos” y deseables, como pensaba Galton, lo cierto es que la notoriedad intelectual no tendría por qué ir asociada a las cualidades físicas o a una mayor resistencia a las enfermedades. Sería muy difícil, por no decir imposible, ser bueno en todo.
Lo normal es que las personas poseyeran una mezcla heterogénea de genes “buenos” y “malos”. De manera que individuos que seguramente serían seleccionados, según los criterios eugenésicos, por su nivel intelectual, podrían no serlo si se tuviera en cuenta otros factores, como la salud o la posibilidad de contraer cualquier dolencia. Tampoco es posible hablar con propiedad de gen bueno o malo ya que en la mayoría de los casos su posible efecto negativo, perjudicial o mortal sólo se produce dependiendo de los otros genes que lo acompañan o de factores ambientales que influyen en su expresión. Por tanto, es imposible decir que un genotipo sea superior a otro en cualquier situación.
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