Pero sí me ocupa la historia de nuestra Reforma del siglo XVI, y ocurre que algunos de nuestros padres terminaron sus días dentro de la Iglesia de Inglaterra. No sea que a alguien se le ocurra mezclar las cosas y colocar, por ejemplo, a Antonio del Corro o Cipriano de Valera en el mismo banco de los que propusieron hace unos años (y quizás se alegren) que la Santa Sede reconociera su bautismo,
puntualizo dos cuestiones: la primera, ¿qué concepto tenían nuestros reformadores de la iglesia papal?; la segunda, ¿qué pensaban del bautismo?
Respecto a la iglesia papal su percepción (común con los primeros reformadores europeos) era que su estructura de poder había corrompido a la Iglesia Católica, de la que ellos se consideraban parte. Nunca la identificaron con la propia Iglesia Católica, sino como su enemiga y la que impedía su desarrollo y unidad.
Por ello
es impensable que pudiesen nuestros padres participar en los modernos movimientos ecuménicos con la Santa Sede. Su modelo sigue vigente para hoy: con los creyentes, sean de donde sean, un abrazo en el amor y en la común fe. Con las estructuras de poder, sean de Roma o de cualquier parte, enemistad permanente, pues estorban el único poder de la verdadera Iglesia Católica: su libertad en Cristo. Con la cruz de Cristo: con todos y a todas partes; con sus enemigos: cuanto más lejos mejor. Y esos enemigos están en todas las formas jerárquicas de poder sobre las conciencias, sean de Roma o de cualquier otra estructura eclesial.
Casiodoro de Reina (en la confesión de fe española de Londres de 1560: “Confesión de fe cristiana, hecha por ciertos fieles españoles, los cuales huyendo de los abusos de la Iglesia Romana, y la crueldad de la Inquisición de España, dejaron su patria para ser recibidos de la Iglesia de los fieles por hermanos en Cristo”): “Esta [la antigua fe y vida cristiana de la Iglesia Católica] la ha querido [el Señor] restaurar y restituir en nuestros tiempos de tanta inmundicia y estiércol de humanas invenciones, y malditas supersticiones, con que la ignorancia y temeridad de los falsos pastores y enseñadores de la Iglesia la han sepultado … con todos los demás abusos y engaños … Porque todos estos [las persecuciones y sus promotores] son aspavientos y visajes vanos del diablo (que obra en ellos y por ellos) con que quiere espantar a los que intentaren salirse de su miserable cautiverio a la libertad de los hijos de Dios”.
Antonio del Corro comenta en su Carta a Felipe II [Vol. I de la colección “Obras de los Reformadores Españoles del siglo XVI”, Sevilla, Mad, 2006] los motivos que tuvo para autoexiliarse de España. Precisamente la teología de la Santa Sede sobre esas cuestiones sigue inalterada. De modo que, siendo miembro de la Iglesia de Inglaterra, hoy Corro sería el primero en huir de un ámbito ecuménico con la iglesia papal. Entre esos motivos precisamente se encuentra la corrupción en el uso de los sacramentos: “Yo veía de qué atrevimiento usaban los doctores del papado en haber aumentado cinco sacramentos además de los dos que Jesucristo había instituido. Y de entre algunas de las santas ceremonias que los padres antiguos usaban muy modestamente, estos hacían tienda de mercaderías sacramentales, prometiendo gracia y salvación por tales medios … Además se les hacía creer que la ceremonia de la Misa era un sacrificio de propiciación, es decir, que por su medio, Dios nos era propicio y favorable, cuyo favor vendían por dinero a todos los que querían comprarlo, aun cuando fuesen los más malos del mundo. También por dinero se aplicaba este sacrificio como medicina de los pecados, no solamente de los vivos, sino también a los muertos, doctrina que nunca se encontrará en la Palabra de Dios. Y para colmo de toda iniquidad, hacían creer al pobre y sencillo pueblo, que los curas y sacerdotes tenían tal virtud que por las palabras (que ellos llaman de consagración o sacramentales) podían hacer venir a Jesucristo en carne y hueso para ponerse entre sus manos para ser roto, inmolado, sacrificado, masticado y desgarrado, siendo como es, el Señor Jesús inmortal, impasible, teniendo una potencia eterna, y la muerte no tiene ya dominación sobre él … Si preguntamos a estos doctores y sapientísimos teólogos qué medios tendrían los hombres para gozar del beneficio de Jesucristo, para cubrirse de su inocencia y de su justicia, para poder comparecer en juicio delante del tribunal de Dios, responderán que la primera entrada a tal beneficio es la de ser bautizados; pues en el bautismo (dicen ellos) se lanza al diablo fuera de las criaturas … Con estas ceremonias, o mejor dicho, gestos y encantamientos [velas, soplos, sal en la boca, etc.], una vez concluidas tenemos a los [niños] bautizados hechos fieles, hermanos de Jesucristo, hijos de Dios, nuevas criaturas iluminadas de sabiduría celestial, abanderados de Cristo … No penséis que yo digo estas cosas para zaherir a esas pobres gentes; pues Dios sabe cuánta compasión tengo en mi corazón a causa de su ceguedad y obstinación en mantener tales abusos y supersticiones; pero si lo digo es para que los pobres ignorantes conozcan tales abusos dignos de la burla y de la irrisión, y lo que es peor, amontonando errores en la administración de un sacramento tan dignísimo y excelente que nuestro Señor Jesús dejó a su Iglesia para mostrar a todo el mundo el lavamiento y la purgación admirable que Dios hace a sus hijos por la aspersión y derramamiento de la sangre purísima e inocente de su propio Hijo, a fin de que la Iglesia de los fieles sea purgada, limpia y exenta de toda arruga, mancha o mácula de pecado. Y si Jesucristo manda a sus apóstoles bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no es para dar a una ceremonia semejante lo que sólo pertenece a la gracia de la regeneración, sino para mostrar en el santo bautismo, la bondad y la misericordia admirable del Padre celestial, el cual no se ha desdeñado en lavar y purgar nuestras manchas y pecados con la sangre de su propio Hijo … De manera que cuando bautizamos según la institución de Jesucristo nuestro Redentor, no es para pensar que
ex opere operato (como dicen los teólogos romanos), es decir, por la obra operada seamos inmediatamente revestidos de justicia y de santidad”.
(No me resisto a referir aquí la posición de Antonio del Corro sobre el matrimonio, pionera en su tiempo. “Yo veía también que ellos usaban del mismo atrevimiento tocante al santo matrimonio, el cual siendo instituido por Dios, es una cosa política, y que su celebración y contrato podría hacerse lo mismo delante del magistrado como delante de la iglesia (visto que en esto no se pretende más que advertir a todo el pueblo que tales personas están unidas legítimamente en matrimonio y mutua promesa). Sin embargo, esos doctores llamaban al matrimonio también un sacramento, no para honrar esta santa institución, puesto que llaman mundanos, seglares y cristianos imperfectos a los que se casan… y así dan a entender que los matrimonios no estaban legítimamente celebrados si los sacerdotes no recibían su ganancia. Pero se puede notar al paso la grande impudencia de esas gentes, que destruyen y desacreditan de un lado la excelencia y dignidad del santo matrimonio, para poner en boga su celibato y votos de castidad llenos de infección … y de otro, para tener el medio de ganar dinero, lo hacen sacramento de la Iglesia”.)
No podemos alargar el tema.
Quede constancia de que nuestros reformadores consideraban imprescindible que para permanecer fieles en la Iglesia Católica se tenía que salir de la iglesia papal de Roma. Abrazo y ayuda a los hermanos fieles de Cristo; enemigos permanentes de los tiranos eclesiales que esclavizan a los hermanos fieles de Cristo.
Sobre el bautismo igualmente nuestros reformadores tenían un sentir común: rechazo de todo lo ceremoniático. Sin la vida y el conocimiento real no hay edificación, sino ruina en la administración del bautismo. Esto hoy vale tanto para los ceremoniáticos en el paidobautismo como en la posición bautista. Según como se maneje, el bautismo es una cuestión de gran discordia y discusión vana, o de gran edificación y concordia. De esta segunda manera lo vivieron nuestros reformadores.
¿Aceptaban el bautismo recibido de niños? ¿Bautizaban a los niños? Claro que sí. (La primera iglesia bautista organizada formalmente es de principios del siglo XVII.) Reconocían un solo bautismo: el de la Iglesia Católica, es decir, la que continúa desde los apóstoles. El bautismo no es de ninguna sección del cristianismo. Esto es algo común con los reformadores europeos. Otra cosa es que con eso se pretenda dar la vuelta al argumento: se reconoce, pues, el bautismo (aunque lo haya efectuado un sacerdote de la iglesia papal), pero no se reconoce por ello a la iglesia papal. Ningún profeta rechazó la circuncisión realizada en el reino de Israel (las tribus separadas del templo y de la ordenación levítica), aunque no por ello reconocían validez a los santuarios y nuevo sacerdocio instalados por apostasía.
Rechazo, pues, de la superstición ceremoniática de la iglesia papal (o de cualquier otra). Énfasis en la vida real de la iglesia local donde el bautismo (o la santa cena) se administra. Así se comprende en los escritos de Juan Pérez de Pineda, Cipriano de Valera, Antonio del Corro, etc. (es lectura obligada el capítulo “de los sacramentos” en el Breve Tratado de Doctrina, de Juan Pérez de Pineda).
Finalmente, ya que es el tema que focaliza la mayoría de las veces la discusión, aunque no sea sustancial y dependa de cómo se entiendan otras cuestiones previas ¿qué dice sobre el bautismo de niños la Confesión de Fe española de Londres de 1560? “Y aunque no haya expresa mención en la divina Escritura que el Bautismo se de a los niños antes que tengan uso de razón, nos conformamos empero con la Iglesia del Señor, que tiene más conforme a la misma Escritura dárselo que no dejar de dárselo: pues que por beneficio del Señor, y por sus Promesas no menos pertenecen a su Alianza que los Padres”.
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ARTÍCULO: X. Manuel Suárez,
ICR-IERE: ¿una fe y un bautismo común?
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