«Buenas noticias, hermano:
Mi esposo encontró trabajo
después de un año y medio cesante» (*)
(Marta Ávila, de «Heartbeat» Miami, Florida)
«¿Qué te pasa, hombre?» casi le grité. «¡Tranquilízate!» «¿Que usted no se ha dado cuenta?» me dijo. (Recuérdese que mientras yo, latino y todo que me he echado un poco al bolsillo ese apellido tan anglo y rimbombante tuteo a este Westinghouse, él siempre me trata respetuosamente de usted, de Don Eugenio o de señor Orellana.) «¿De qué no me he dado cuenta, muchacho?» «¿Cómo de qué?» «¡Sí, de qué!» «¡El País, don Eugenio, El País!» «¡Oh, el país!» Le iba a preguntar que qué pasaba con el país cuando capté el punto.
Westinghouse me estaba hablando de «El País» y no de «el país». Yo, eugenio ingenuo, había pasado el detalle por alto. Pero Westinghouse no. Y esa era la razón de su furia. «Con lo que me cuesta fumarme (del adjetivo infumable = difícil de digerir, de tragar)
El Nuevo Herald ahora nos echan encima
El País. ¿No le parece un abuso?» Yo, siempre contemporizador y que trato de estar bien con todo el mundo, le repliqué: «¡Sí, hombre, pero no es para tanto!»
Lo que le pasaba a Westinghouse es sencillo de explicar (?)
A partir del lunes 7 de marzo, los suscriptores del periódico de Miami,
El Nuevo Herald (versión en español de
The Miami Herald) que alguien puntualmente a las 6 de la mañana deja dentro de una bolsita plástica de colores en la puerta de nuestra casa, hemos empezado a recibir, gratis, la versión del día del diario español
El País. A mí, ingenuo confeso, no me pareció mala la idea: dos periódicos por el precio de uno; no se veía mal.
Pero mi amigo Westinghouse que pareciera que por su prolongada amistad conmigo se le han venido pegando algunas pulgas subversivas y sospechosonas, como que se ha acostumbrado a «ver debajo del manjar blanco» y algunas cosas no las acepta así como así. «¿Qué pretende esta gente?» me dijo. «¿Quieren matarnos por intoxicación comunicacional o convencernos de que por donde nos quieren llevar es el camino de la paz, de la equidad y de la justicia social? Espérese que cualquier día agregan a
El Nuevo Herald y a
El País,
El Mercurio de Santiago,
El Tiempo de Bogotá,
La Nación de Costa Rica y
El Comercio de Lima. ¿No cree?» «No, no creo», le contesté «porque con estos dos diarios ya tenemos, más menos, el contenido ideológico de los demás, los que tú mencionas y algunos otros». Pero Westinghouse pareció no convencerse. «¡Mire, señor Orellana!» prosiguió. «Esta gente no regala nada así no más. Algo se traen entre manos.
¿Dejarnos en la puerta de la casa, gratis,
El País de España, enterito y glamorosón? Esto me huele a Dinamarca. ¿Tiene usted idea de cuánto les cuesta a estos señores hacer lo que han empezado a hacer?» «No tengo ni idea» le contesté. «Yo tampoco», me dijo, «pero aquí yo veo a lo menos dos cosas: una, o que están usando la estrategia de los vendedores en pequeño de drogas estupefacientes, esos que se van a la salida de las escuelas y ofrecen a los niños caramelos gratis, caramelos a los que les han inyectado pequeñas dosis de drogas y se los regalan hasta que los niños empiezan exigirlos desesperadamente porque ya no pueden vivir sin ellos, y entonces, los dichosos caramelitos gratis se transforman en ventas seguras pasando de dulces en apariencia inofensivos a sobrecitos de polvo blanco y jeringas para terminar haciendo de aquellos pequeños, adictos irreductibles…»
«Estás exagerando, Westin», lo interrumpí. «¿De dónde has estado sacando esas fantasías?» «Y después, cuando calculan que ya no podemos vivir sin él nos empiezan a pasar la cuenta» añadió como si no me hubiera oído. Mi amigo me miró con una expresión que parecía decirme: usted no debería llamarse eugenio orellana sino ingenuo orellana. «Y la otra cosa es que creo que
El País y los intereses que representa están perdiendo la batalla». «¿Qué batalla, Westin?» «No sé. ¡Dígame usted de qué batalla estamos hablando!» Westin, que traía debajo del brazo los cinco periódicos que hasta hoy había recibido, los puso sobre la mesa y empezó a hojearlos. Yo también lo hice y después de detenerme en algunas cosas, le dije: «Recuerda, Westin, lo que dijo San Pablo: “Examinadlo todo y retened lo bueno”. «Y yo le contesto como dijo Natanael a Felipe: “De Nazaret puede salir algo de bueno”. Usted me entiende, ¿verdad?» «Sí, te entiendo, pero mira aquí. Hay algo interesante. Una especie de cuento corto que escribió un tal Juan José Millás. No está mal, claro que si hubiere asistido a uno de nuestros talleres, habría podido hacerle un cierre mejor». Westinghouse, metido dentro de su propia onda, pareció no haber prestado atención a mis palabras porque, acto seguido, me mostró varios titulares. «Mire como le dan a Kadafi», me dijo. «No me digas que estás al lado de Kadafi», me aventuré a preguntarle. «No estoy ni a favor ni en contra», me respondió, «sino todo lo contrario. Pero yo diría lo que dijo Jesús: “El que esté libre de pecado, que lance la primera piedra”». «No lo dijo exactamente así» quise corregirlo pero ahora fue él quien me interrumpió: «¡Quizás no lo dijo con esas palabras, pero esa es la idea!» (Asumo que todos los que me leen conocen la historia a que hace referencia mi amigo Westin, pero por si alguien no, le sugiero que se consiga una Biblia, la abra en el Nuevo Testamento, busque hasta encontrar el libro de Juan y el capítulo 8 y vaya al subtítulo, La mujer sorprendida en adulterio.)
Luego, sacando un papel del bolsillo, me lo pasó y me dijo: «Lea esto».Le había llegado por la Internet y lo enviaba un periodista e intelectual centroamericano que mantiene una columna a la que llama Provocaciones Irreverentes. Cuando vio que yo no mostraba mayor interés en el papel, me lo arrebató y me leyó: «El Mediterráneo arde: La cuna de la civilización occidental está en llamas. Los países árabes o musulmanes de la rivera sur del Mar Mediterráneo están en una ebullición imparable. Ya nada será como antes. Pero podemos estar seguros de que el efecto dominó, a partir de Túnez, no se detendrá en los países del Magreb. Seguirá en los países mediterráneos de Europa. Sobre todo porque el sistema capitalista, gobiernos, bancos y medios de información han sido cogidos in fraganti. Eran socios de los “dictadores” y les habían consentido su enorme corrupción, sus violaciones a los derechos humanos y su poder basado en la represión, los asesinatos y la pobreza del pueblo trabajador. Con los europeos comienzan a tambalearse el resto de las satrapías del mundo islámico. Obviamente, todo eso va a tener efectos mundiales, comenzando por el petróleo, médula espinal del sistema económico del mundo».
Yo me quedé pensando. No había visto las cosas de ese modo; más bien, en mi ingenuidad, creía que todo comenzaba allá y terminaba allá. De pronto, recordé a mi amiga Martha Ávila y su «buena noticia»: Después de un año y medio de buscar, de orar y de esperar, su esposo encontró trabajo.Martha no solo estuvo a visitarme para darme aquella buena noticia, sino para agradecerme por las oraciones, no solo mías, sino de todos aquellos «encadenados» que conmigo estuvieron orando para que su esposo volviera a llegar a casa con el pan diario. Y me recordé de Melsy Navarrete que estuvo un año «de paro». Pero no son ellos los únicos. En Miami, la ciudad donde residimos, se han eliminado los numerosos puestos de pago de peaje, reemplazándolos por máquinas que cobran electrónicamente; sin embargo, eso ha significado que cientos de personas han quedado sin trabajo y la economía que eso significa por el no pago de salarios y otros beneficios del trabajador no reduzcan los costos para el ciudadano común sino que o los mantiene, o los aumenta. ¿Cómo le llamaría usted a esto, mi amigo lector?
(*) Melsy Navarrete, miembro fundadora de ALEC, profesora de Lengua Castellana, graduada de la Universidad de Chile, perdió su trabajo el 1 de marzo de 2010 y volvió a encontrarlo el 1 de marzo de 2011, exactamente un año después. Hoy enseña en una escuelita rural para niños discapacitados, a 90 kilómetros de la ciudad donde reside. Un año de para, en una de las democracias ejemplo para los demás países del mundo según lo acaba de declarar, todo sonriente y convencido que estaba diciendo una verdad del tamaño de una catedral, José Luis Rodríguez Zapatero.
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