Dudas, preguntas y reflexiones que surgen, a veces, de la vida profesional del despacho de psicología en el que ejerzo habitualmente mi labor como terapeuta. Otras tantas son fruto del día a día, de lo cotidiano, de las muchas anécdotas y acontecimientos que la vida nos trae, algunas con sabor dulce, otras con sabor amargo… pero todas ellas cargadas de buenas dosis de realidad y que nos mueven y motivan a preguntarnos cosas y, principalmente, a darnos respuestas por ello.
La sección El Espejo tenía varias pretensiones, aunque muchas de ellas no han ido definiéndose hasta que el propio paso del tiempo lo ha permitido. En su idea original pretendía arrojar una cierta imagen de nosotros que nos moviera a la reflexión y a la autocrítica.Probablemente, no todo lo objetiva que sería si fuera un espejo real el que la proporcionara, pero sí intentando que fuera fiel en buena medida a la realidad, aunque teñida siempre de la subjetividad de los ojos que la observan, que son los míos en este caso. Esto siempre es así, incluso en los espejos reales y no literarios. Lo que vemos en el frío cristal no siempre es lo que el espejo muestra, sino lo que creemos ver, lo que queremos ver, lo que tememos ver…
En la imagen que la sección
El Espejo muestra del ser humano, de nosotros mismos, confluyen multitud de aspectos. Principalmente arroja una visión de las personas que muy pocos espejos son capaces de proporcionar: el análisis de nuestra psicología, de nuestro comportamiento, de lo que somos, sentimos, pensamos, hacemos y decimos, cada cosa por separado y también todas a la vez. Porque al fin y al cabo la imagen de un espejo combina la claridad y la simplicidad de lo real, de mostrar las cosas como son, con la complejidad de saber que tras la imagen reflejada se esconde mucho más de lo que se percibe con la vista.
Somos así: complejos e intrincados, seres profundos pero también tremendamente superficiales, racionales desde la definición, pero muy emocionales e imprevisibles a la luz de lo que el día a día nos muestray en esos casos más que en otros, incluso, merece la pena volver una y otra vez al espejo, al que nos pone frente a la pura y dura realidad, tan temida, pero tan deseada y necesaria a veces. Hasta que no nos vemos a la luz de una imagen, sea ésta objetiva o subjetiva, no despertamos de ciertos letargos en los que estamos sumidos. Y algunos de ellos no pueden demorarse más y claman a gritos ser resueltos o si no, al menos, considerados.
El Espejopretendía, como sección, arrojar no tanto una imagen indiscutible acerca de quiénes somos, sino una buena excusa para empezar a preguntárnoslo, no sólo a partir de parámetros de índole psicológica, que también, sino principalmente a través de parámetros eternos que poco tienen que ver con nuestra propia psicología, que deja mucho que desear en ese sentido. Nosotros no somos Dios. Tenemos nuestra propia visión de nosotros mismos. A veces esa visión puede ser funcional, pero muchas otras veces simplemente no lo es. Y es entonces cuando
nos toca preguntarnos cuál es el espejo ante el que nos miramos. ¿A qué espejo acudimos en busca de una imagen que nos retrate como realmente somos?
El Espejode Protestante Digital ha intentado desenmarañar algunos elementos de esa psique humana que nos lleva a nuestros mayores éxitos y a nuestros mayores fracasos, a las mayores alegrías y más profundas tristezas, pero que es lo que es como consecuencia de una mano creadora que está muy por encima de nosotros y de nuestras propias capacidades.Desde
El Espejo siempre se ha tendido a una referencia permanente, qué sí constituye un reflejo fiel y firme de lo que las personas somos, y es la imagen que Dios mismo da de nosotros en Su Palabra revelada: la Biblia. Evidentemente, mis palabras no son Palabra de Dios, pero si ha estado en el ánimo de quien escribe estas líneas hacer una referencia permanente a la Biblia y sus principios para que, al margen de interpretaciones personales, cada cual pudiera ver su propia imagen en el Espejo que Dios mismo nos pone delante.
A muchos puede haberles parecido una constante en exceso redundante por estar siempre presente. Es lo que tiene ser una constante: que siempre está ahí, incluso cuando ni siquiera somos conscientes de ella. Pero es que
El Espejo no tiene sentido como sección ni como herramienta de utilidad si no refleja lo que verdaderamente somos: creación y hechura Suya, hechos a Su imagen y semejanza para darle gloria y reflejarla a otros, pero poniendo también de manifiesto nuestras muchas fallas, nuestros claroscuros, nuestras sombras más aterradoras, las que no queremos ver porque duelen, pero que están ahí, reales y que no desaparecen por el hecho de mirar hacia otro lado.
Nadie como Dios mismo a través de Su Palabra para ponernos ante la realidad más aterradora de todas: la que nos sitúa en desventaja ante Él, un Dios Trino y Santo, uno que no pasará por alto el pecado ni las afrentas a la Fuente misma de la Vida y por Quien hoy somos y respiramos. Uno que, por otro lado, es inmensa y profundamente misericordioso, que es lento para la ira y grande en bondad y paciencia para con Sus criaturas, pero que es Justo por encima de todo y que un día traerá Su juicio sobre la Humanidad creada, entre los que estamos tú y yo.
Cuando le miramos a Él, empezamos a comprender quiénes somos nosotros. Es en Su espejo en quien obtenemos una verdadera imagen de nosotros mismos, completa y trascendente.Puede no ser la que más nos guste, pero será sin duda la más certera y funcional de cara al terrible problema que tenemos que resolver: ante qué espejo se nos juzgará finalmente, a qué imagen se nos comparará para estimar nuestro estado de cara a la eternidad. Y es que, frente al espejo de la propia Palabra, que es eficaz como espada de dos filos para ir justo a la esencia de lo que falla en nosotros y hacernos verdadero daño, rompernos de manera literal, ninguno quedaremos en pie a no ser que nos acojamos a Aquel que es la imagen misma del Dios invisible, el primogénito de toda creación (
Colosenses 1:5), en Quien el Padre se complace (
2ª Pedro 1:17), la vara de medir con que seremos juzgados.
Es en ese espejo en el que nos miramos una y otra vez (unas veces con más acierto que otras, sin duda) a través de esta sección con el mismo nombre: en el espejo que es Cristo mismo. Por una parte, para recordarnos quiénes somos, criaturas caídas y alejadas por decisión propia de Quien nos lo ha dado todo. Por otra, para recordarnos quiénes podemos ser y somos a la luz de Su sacrificio. Somos ya, en Su gracia y por la aceptación de la cruz, hijos amados del Dios eterno, adoptados, comprados por alto precio, de sangre, de muerte y de cruz. Muy sujetos aún, ciertamente, a esta naturaleza mortal e imperfecta, cuya imagen en el espejo no arroja más que miserias, pero somos también una novia preciosa, ataviada de lino fino a la espera de su Amado, en el que nos reconoceremos por toda la eternidad y sin el cual nuestra existencia no tiene ni tendrá sentido. Como dice Corintios en su segunda carta, “mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
Ojalá que no dejemos nunca de mirarnos en Su espejo y de aspirar a Su imagen, dejando de lado la nuestra propia.
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. (
Hebreos 4:12)
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