Jesús revolucionó de muchos modos su tiempo y, para nosotras, las mujeres, su actitud es una revolución total. Con él y en su movimiento hicieron el proceso de descubrirse como personas con dignidad, como “hijas amadas de Dios”, y de abrirse a la participación en la comunidad.
[1]Carmen Bernabé Ubieta.
¿MUJERES ENCORVADAS PARA SIEMPRE?
Con el inicio formal del organismo oficial de las Naciones Unidas para promover la igualdad de género de las mujeres, asistimos a una nuevo y crucial avance en el reconocimiento al papel de las mujeres en el mundo actual, a contracorriente de muchas fuerzas ideológicas (entre ellas, muchas iglesias) que insisten en seguirlas reduciendo a un lugar dependiente y secundario. El hecho mismo de que sea una ex presidenta latinoamericana, la chilena Michelle Bachelet, quien presida este organismo, es una clara manifestación de que, incluso en países con fuerte marca hispano-católica, este movimiento reivindicador avanza y es una firme realidad. Las palabras de Bachelet son dignas de citarse: “Mi propia experiencia me ha demostrado que no hay límites a lo que puede conseguir una mujer”.
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Por todo ello,
la figura de la mujer encorvada que aparece en Lucas 13:10-17 es un ejemplo y una representación de la forma liberadora en que una parte importante de las comunidades cristianas interpretó y aceptó las acciones de Jesús en relación con las mujeres de su época. Como resume José Cárdenas Pallares, la perspectiva de este evangelio es muy consistente acerca de esto: “…a Jesús no le importó desacreditarse: ayudó a las mujeres (
Lc. 4:38-39;
7:11-17;
13:10-17), incluso comparó la alegría de Dios con la alegría de una mujer común y corriente (
15:8-10). Se dejó atender por mujeres, y conversó largo y tendido con ellas (7.36ss.; 10.38-42). Para colmo, recorrió con ellas los caminos, recibiendo de ellas un servicio prolongado y continuo (8.1-3). Una vez más Jesús rompe las barreras que aíslan a los hijos de Dios”.
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Sin ánimo de convertir a esa mujer anónima en un símbolo interpretado y aplicado de manera fácil a la situación general del género femenino de su época, es posible leer esa historia, como lo hace Suzanne Tunc, en clave reivindicadora: Ya el mismo hecho de que Jesús ‘enderece’ a esta mujer encorvada puede manifestar el deseo de Jesús de ver a las mujeres en pie y erguidas. Pero la continuación del texto va más lejos. Jesús relativiza la Ley poniendo como más importante la caridad que la observación del sábado […] Seguramente no le faltaba a Jesús cierto humor al tomar como ejemplo de aquellos a los que se ayuda, aun en sábado, a los dos animales domésticos que el Deuteronomio cita en la Ley como la propiedad inviolable de su amo con el mismo título que su mujer (
Éx 20:17;
Dt. 5.21)
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Tunc destaca también que quizá lo más importante del relato, junto a la sanidad misma que obtuvo la mujer, por supuesto, fue que, al momento de sanarla, Jesús la califica como “hija de Abraham”, un adjetivo que sólo se otorgaba a los hombres.
Con ello, agrega: Jesús inaugura un lenguaje nuevo. […] Que Lucas haya referido este episodio, y que lo haya hecho en estos términos, parece indicar que había comprendido que las mujeres entraban en la Alianza con Dios sin pasar por la intermediación de los varones, puesto que eran, en sí mismas, “hijas de Abraham”, “herederas de la promesa”. […] Esta incorporación de todos en Cristo constituía la
basileia, el reino de Dios que Jesús de Nazaret había venido a proclamar y “aproximar”, en el que ya no debía haber exclusión alguna, sino una total “unidad-igualdad”. El bautismo es un signo de todo esto.
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En otras palabras, Dios quería comenzar a tratar con mujeres libres, erguidas, y ya no encorvadas ni sometidas a los caprichos de los varones. Estaba naciendo, pues, un nuevo modelo bíblico de mujer. Algo similar sucedió, según los otros evangelios, con la mujer samaritana y la siro-fenicia.
MODELOS CRISTIANOS DE MUJERES DIGNAS
Ciertamente, la lucha contra los estereotipos, en este caso, de la mujer y, más aún, de la mujer virtuosa o cristiana, es una tarea inacabada, pues lo peor que ha sucedido es que dichos estereotipos han sido interiorizados por las mismas mujeres y sociedades enteras llegan a creer que tales esquemas mentales son universales y, por lo tanto, insuperables.
De ese modo, incluso para leer la Biblia se requiere una clara conciencia del conflicto de interpretaciones que implica percibir las acciones liberadoras de Jesús. Incluso el evangelio de Lucas no escapa de la práctica de una simbolización, en este caso negativa, de la persona de las mujeres. Se trató de una “construcción artificial de modelos femeninos” (Tunc)
[6] Son santas, perfectas, vampiresas come-hombres, o tramposas, seductoras y frívolas, sin término medio, sin vida auténtica.
Forman parte de “historias de miedo y deseo”, como afirma G. Miranda: Las mujeres pueden representar la capacidad de sufrir, la seducción, la ternura, la traición, el engaño, la muerte o la vida, por el mero hecho de ser mujer. La cultura patriarcal les ha adjudicado una fuerte carga simbólica. Pero estas representaciones simbólicas las reducen a la exclusión, ya que los valores que ellas representan y encarnan son valores simbólicos secundarios y no privilegiados por el sistema patriarcal que los fomenta y que, a la vez, los desvaloriza (esto sucede, incluso, con valores como la ternura o la capacidad de sufrir). Estas representaciones simbólicas sostienen y legitiman el propio sistema patriarcal que las alimenta.
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Aparentemente, esta simbolización que, en el caso de María de Nazaret, por ejemplo, podría movilizar la conciencia de las mujeres cristianas, pero no sucede así porque ella, al encontrarse deificada, endiosada, colocada en los altares, se vuelve un modelo poco útil para quienes la ven tan lejana, no es violenta, pero la carga simbólica que conlleva arrastrar con siglos de dominación y sumisión manifiesta lo es, finalmente: “es una violencia amortiguada”, una “lógica de dominación ejercida en nombre de un principio simbólico conocido y admitido, tanto por el dominador como por el dominado”.
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Para el protestantismo, María sería prácticamente “irrecuperable”, aunque ya existen varios intentos importantes.
[9] Las mujeres, por ello, no son vistas como algo real, sino como una abstracción más fácilmente manejable.
En ese sentido, la contribución de las iglesias a la superación de los modelos poco dinámicos y movilizadores debe pasar por una sana lectura de los textos bíblicos y por una nueva formulación de la doctrina referida a la humanidad. Para no ir más lejos, Proverbios 31.10-31debe ser releído críticamente a fin de dejar de “inyectarle” al texto la ideología predominante sobre la mujer. En estos tiempos globalizadores es posible acercarse a ese pasaje mediante un horizonte de comprensión muy distinto al de tiempos pasados, como lo ha demostrado Carmiña Navia Velasco: Este canto aparece en continuidad con los consejos de una madre a su hijo. No hay nada en el texto que indique que
la emisora del mensaje haya cambiado, se trata entonces de la visión de
una mujer sobre su congénere ideal. Es necesario insistir, una vez más, que somos las mujeres las más capaces de vernos/descubrirnos y valorarnos a nosotras mismas. Se trata de una mujer que se registra como
valiosa... por ello se compara con las piedras preciosas, por ello mismo se resalta el valor o la suerte de encontrarla. Su valor se define, no se pone en duda.
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La revista El Faro, al preguntarse qué es una “mujer educada”, en una especie de eco de la famosa interrogante de Proverbios 31 sobre la “mujer virtuosa”, responde así: “En primer lugar es libre, libre de la mala influencia del mundo porque ya no es una máquina, libre de varias tentaciones porque ya no es nada más la hembra, libre de la tutela del hombre porque ya se puede bastar a sí misma y ya no se casará por hambre”.[11] Este modelo “protestante” de mujer, desarrollado como parte de un proceso civilizatorio en una época de empuje misionero en los países latinoamericanos tiene que ser profundizado hoy con las aportaciones de los estudios bíblicos, sociológicos y culturales que permitan la superación definitiva de los moldes e ideologías que pugnan, todavía, por mantener a la mujer lejos del ideal evangélico de igualdad y libertad.
Con ello en la mente, y a partir de la reconstrucción del seguimiento histórico de Jesús por parte de las mujeres, podrán atisbarse nuevos horizontes para la humanidad en general, no sólo para las iglesias.
[4]S. Tunc,
También las mujeres seguían a Jesús. Santander, Sal Terrae, 1998 (Presencia teológica, 98), p. 45.
[6]S. Tunc, pp. 21-22: “Lucas mismo las presenta como ‘curadas por Jesús de malos espíritus y enfermedades’, siguiendo la opinión general, según la cual ¡las mujeres están enfermas o son pecadoras, mucho más que los varones! […] desde su misma presentación por Lucas, las mujeres son ya virtualmente arrepentidas agradecidas, consagradas sólo al servicio y a la expiación, a menos que sean simplemente ricas y piadosas benefactoras”.
[9]Cf. W. Deifelt, “María, ¿una santa protestante?”, en
RIBLA, núm. 46,
www.clailatino.org/ribla/ribla46/maria%20una%20santa%20protestante.html; y E. Salazar, “María: mujer santa y santa mujer”,
http://jesussalvamifamilia.org/docs/doc/Maria_mujer_santa.pdf. Salazar es una teóloga pentecostal chilena. Este texto fue su contribución en el I Congreso Internacional Mariano, Chiquinquirá, Colombia, 2008.
[11]El Faro, 1 de diciembre de 1897, p. 178, cit. por J.-P. Bastian, “Modelos de mujer protestante: ideología religiosa y educación femenina, 1880-1910”, en Carmen Ramos E.
et al., Presencia y transparencia: la mujer en la historia de México. México, El Colegio de México, 1987, p. 179.
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