Bruno toma asiento y coloca la carpeta de su currículum sobre las rodillas. Se acomoda el nudo de la corbata, se seca el sudor de las manos en el pañuelo de tela y trata de estirar una arruga del pantalón.
El gran reloj de pared da las once. La secretaria lo mira de soslayo, de vez en cuando, mientras sigue tecleando en su máquina.
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¡Rita!- Grita una voz dentro del despacho.- Que pase el candidato.
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Ya puede entrar. – Exclama Rita, y Bruno se pone en pie como impulsado por un resorte. Toca la puerta tres veces.
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Adelante, muchacho.- Invita el hombre grueso y de bigote tras el escritorio. Una pequeña placa metálica indica “Lic. Rojas”
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Buenos días.
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Buenos días. Su nombre y currículum, por favor.
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Bruno González.- Responde tendiendo la carpeta temblorosa.
El licenciado Rojas revisa los folios impresos con detenimiento. Por momentos, frunce el ceño y agudiza la vista. Vuelve a la primera hoja y hace anotaciones. Bruno trata de no acosarle con su mirada, pero no puede evitarlo. Aquel examen silencioso hace que sus palmas suden aún más.
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Bien… Bruno. Esta es una gran empresa.
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Lo sé, señor. La quinta en importancia del país.- Se apura a puntualizar.
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Eso es. Aunque nosotros solo somos una sucursal, representamos los intereses de la matriz allí en la capital.
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Entiendo, señor.
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No es fácil entrar a trabajar aquí.
Bruno asiente.
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Yo, por ejemplo.- Prosigue Rojas.- Llevo veinticinco años en esta empresa. Empecé de recadero, después me ascendieron a técnico, a encargado y finalmente a Jefe de personal. Ha sido una escalada dura.
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Seguro que debió serlo, señor.
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Tú también vas a tener que luchar y esforzarte mucho. Así, tal vez, un día, llegues a mi puesto o, quién sabe, más allá.
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Sería un honor señor, estoy dispuesto a cualquier sacrificio.
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Me gusta tu perfil… Bruno. Voy a darte una oportunidad.
Bruno se pone en pie y estrecha la mano del licenciado efusivamente. Sonríe y da las gracias, se siente pletórico. La secretaria del chicle eterno le muestra el que, a partir del lunes, será su nuevo escritorio donde ya le espera una montaña de informes para revisar y archivar. Se despide sin dejar de dar las gracias y llama al ascensor sintiéndose un hombre nuevo, con un trabajo y un futuro prometedor por delante.
En el despacho de la segunda planta, Rojas le observa alejarse desde la ventana de su despacho. Quiere abrir el cristal y gritarle que no vuelva el lunes, que no caiga en la maldita trampa. Pero calla.
Si a él alguien le hubiese advertido sobre la gris y mediocre existencia que le esperaba, tal vez habría tomado otro rumbo, preguntándose por sus verdaderos sueños. Pero ya es tarde para él, veinticinco años después, para plantearse un cambio vivificador. Entre aquellas cuatros paredes ha invertido su juventud, tan solo para enriquecer a los grandes jefes allí en la capital.
Jefes a los que nunca conoció ni de los que jamás recibió una palmadita en la espalda. Por eso quiso advertir al tal Bruno de su inminente error, para que no le admirase ni envidiase su posición, porque más bien es aquel joven lleno de ilusión el digno de admiración, pues aún tiene todo por hacer, todos los caminos abiertos y quizás la valentía para tomar el correcto, el que le alejará de la noria en la que un día creyó debían entrar todos los que quisieran ser “alguien”.
Pero calla.
El lunes Bruno llega puntual y saluda emocionado.
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