Ha pasado tiempo en el tiempo desde que el crítico de arte y sociólogo inglés John Ruskin escribiera esta bella frase: “Un poeta compone un poema poniendo en buen orden los pensamientos y las palabras; y un pintor crea un cuadro ajustando con el mejor orden los pensamientos, las formas y los colores”.
Aquí
tenemos un libro que combina con delicadeza y sensibilidad ambas expresiones artísticas: Poesía y pintura. Un total de 72 poemas escritos por otros tantos versificadores, llegados hasta las páginas de este volumen desde muchos y diferentes países de la tierra. Setenta y cuatro retratos y paisajes lo adornan, como un regalo para los ojos y para el alma.
La idea de formar este libro la tuvo ese exquisito poeta nacido en Perú y arraigado en tierras de la vieja Castilla, donde además de componer versos, idear libros, ejerce como profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad de Salamanca: Alfredo Pérez Alencart.
Se trata de un homenaje a José S. Carralero, pintor de fama, nacido en Cacabelos, León, en 1942. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el premio Castilla y León de las Artes. Victoriano Cramer, citado por Alencart en la contraportada del libro, dice de Carralero: “Ni expresionista, ni informalista, siendo todo, sino revolucionador de sus pasiones, de su paisaje, de su enconada humanidad, todo sin abandonar cada uno de sus elementos que contribuyen a la brillantez, a la apasionada claridad, al pálpito interior de su pintura, a su libérrimo albedrio, a su serena disciplina”.
Otro pintor de reconocimiento nacional e internacional, Miguel Elías, dice a Carralero: “En cada pincelada, en cada barrido de la mano, traduces pictóricamente emociones, sentimientos y reacciones de tu sensibilidad de artista en términos de color y forma. Sobrepasando la mera realidad para hacerla más real”.
Entre los autores que aquí escriben amando y soñando en verso figuran tres colaboradores de Protestante Digital: Isabel Pavón, Pedro Tarquis y el propio Alencart.
Isabel –me sorprende- dedica un largo poema a una tierra que conozco bien, Chaouen, ciudad enclavada en lo que fue protectorado español en Marruecos, no lejos de Tetuán, en el norte del país. Canta Pavón:
Ciudad antigua que enamoras, ¡mírame!,
cúbreme y atrápame en cualquiera de tus rejas,
paraíso vivo,
mítica, sagrada, ¡oh Chaouen!
Amparada entre montes,
amalgama tú de sensaciones,
raíz con Al Andalus hermanada,
sangre primigenia de sefardíes te recorre.
Tarquis abre los ojos a la familia y recuerda a su abuela materna fallecida en torno a 1990. Las generaciones tienden a aproximarse a sus abuelos, a quienes Pablo recomienda a Timoteo no olvidar. Los versos de Tarquis son dulces, tiernos, de una emotividad trasparente. Dice a la madre de su madre:
Abuela,
se te están escapando los años
por entre las madejas
de azahar perenne, florecido
en lo alto,
de esta tu tardía primavera.
Tienes en tu alma, abuela,
el ayer de lirio;
y el hoy, tan inminente,
de niña asustada que espera
el barco de la noche,
tu espalda junto al muelle
de las montañas negras
de la muerte.
Abuela,
sabes que no sólo te quiero,
sino que también soy parte
de tu sol y de tu viento.
Alfredo Pérez Alencart, amigo del galardonado y homenajeado pintor, introduce los abundantes textos del libro como mejor sabe hacerlo, juntando las ideas y las palabras en una ofrenda lírica de admiración a José S. Carralero. Le susurra:
Nuestra voz te encuentra
en el paisaje,
Carralero brotado
de esta tierra-madre
que desteta
con el hervor de un álamo
y la piedra – imán
sobre la sien herida.
Nuestros ojos escriben “José”
con el mismo parpadeo
que dice “hermano
del alma”.
Nuestro corazón
-caliente todavía-
se ofrece a tu pintura
sin mortales impaciencias.
Braceas, José Carralero,
para reordenar
el espejismo más dulce
de esta realidad
a la que añades tu tesoro.
Que el mañana conserve
tus ejercicios
de mucho tiempo.
Pintura y poesía. Poesía y pintura. Picasso y Juan Ramón Jiménez.
La pintura es una poesía muda, dijo alguien. La poesía es pintura de los oídos, dijo otro alguien. El poeta se convierte en afluente de la mano del pintor, escribe Pérez Alencart. Aquí tenemos un bello libro que merece la pena ser leído y saboreado. Pintura que llena nuestros ojos de colores, poesía que eleva nuestra alma a las estrellas.
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