Llegamos al comedor Turmanyé donde cerca de 50 niños pueden tener una buena comida al día. Será la mejor que tengan si es que pueden tener alguna más. Niños de todas las edades, entre ellos un adolescente de 15 años que trabaja en la construcción para aumentar el exiguo ingreso familiar.
Apenas percibe 150 soles al mes trabajando de 7 de la mañana a 5 de la tarde. “Ayer casi me muero porque hubo un desmoronamiento”, dijo. Es sólo un niño.Y ya perdió su infancia. Sí, lo sé, vivimos en un mundo caído, pero que gime por ser rescatado. Si el Reino de Dios ya está aquí y ahora, debemos hacerlo efectivo mostrando el amor de Dios a través de la misericordia hacia los más necesitados. No sólo reciben un plato de comida diario, sino que se les apoya en sus actividades escolares. Los resultados son buenos: algunos han conseguido los primeros puestos en sus niveles educativos, pero necesitan apoyo para continuar sus estudios secundarios (unos 30 euros mensuales). Tendrían la posibilidad de acceder a la Universidad, casi un sueño para gran parte de los peruanos.
Salí conmovida de allí, los pequeños nos abrazaban y pedían cariño. Qué ganas de poder darles un abrazo perenne. Todavía siento la huella de sus abrazos.Es bueno saber que, quienes los cuidan, los aman y consuelan. Algunas madres acompañan sonriendo de satisfacción. ¿Qué madre no lo haría al ver bajar las tasas de desnutrición de sus hijos? Podrán leer y escribir. Muchas vienen de muy lejos; conocí el barrio donde dos de ellas malviven en paupérrimas chozas que carecen de los servicios básicos, y que apenas se sostienen porque Dios es grande y no las abandona. Acceder a una mejor construcción costaría unos 1.200 euros (podéis ver las imágenes).
Y las emociones van creciendo.
Llegamos al taller de artesanía textil, donde 22 madres trabajan y ven poco a poco mejorar su calidad de vida. Algunas ya tienen a Cristo como Señor de sus vidas. Son mujeres sufridas, cada una tiene su historia. Soledad, maltrato, abusos por parte de sus maridos son o han sido una constante en su día a día. No puedes contener las lágrimas al escucharlas. Pero siguen adelante. Dicen que el Señor es fiel aun en las pruebas y que no retrocederán. Y yo me digo con firmeza que he cerrado toda brecha que implique claudicar. He recordado que seguir a Cristo también conlleva sacrificio, y del bueno. Aún en el sufrimiento hay gozo. ¿Es que podemos pensar de otra manera?
Vuelvo a decir que el cambio es posible. Lo vemos en Rosita, que está sembrando el evangelio entre sus compañeros de universidad; organizando reuniones de oración; y continúa colaborando en Turmanyé aunque se está emancipando. Y no para de decir que Dios es fiel. Y que la obra es de Él y por lo tanto no la abandonará. Lo vemos en Gregoria que quiere que todas las mujeres del taller sean salvas. Mientras, teje y diseña, algo impensable para ella hace algunos años atrás.
Ya no seré la misma después de recorrer este paisaje humano cargado de amor, de fe, de perseverancia, de compromiso. Lo que hacen no es un trabajo, sino un ministerio, y esto marca la diferencia.El trabajo es en equipo, pero un equipo con un mismo objetivo: agradar a Dios y amar al prójimo. Saben que de ellos dependen seres humanos que llegan con heridas muy profundas, muchas veces ocasionadas por aquellos que deberían protegerlos. En Turmanyé hay esperanza, y la han encontrado.
Este Arco iris de brillantes colores celebra hoy sus once años de edad. Hasta aquí los ha ayudado Dios, y seguro que continuará haciéndolo pues Él no se olvida del hambriento, del extranjero, del huérfano, de la viuda… Todos los programas han desfilado por algunas calles de Huaraz para recordar a la población que muy cerca de ellos hay unos niños que merecen su atención. Que merecen sonreír. Quién sabe si algún día se animan a dar más color a nuestro Turmanyé.
TESTIMONIO DE GREGORIA RIVERA (
Casada, con tres hijos, trabaja en el taller de artesanía textil Turmanyé)
¿Cómo llegaste a Turmanyé?
Vivía en Lima. Allí me casé con un huaracino y nos vinimos a Huaraz. Al matricular a mis hijos en el colegio me encontré con Margarita Cifuentes quien me ofreció llevar a mis hijos al comedor de Turmanyé. Mi marido casi no trabajaba. Allí tejíamos a mano mientras los niños comían. Ellas tuvieron la idea de abrir un taller. Buscamos un local, una máquina y empezamos. Margarita me dijo que Dios era mi Padre. Quién era Cristo. Ella era mi amiga (ya murió); sembró la Palabra en mi vida. Me convertí, pero no me bautizaba. Hasta que tuve una prueba y Dios me ayudó. Mi hijo mayor se convirtió y se bautizó. Ahora quiero que mis dos hijas y mi marido conozcan a Cristo.
Mi esposo no va a la iglesia, pero yo sigo luchando. Lo dejo todo en las manos del Señor. Voy a seguirte Señor venga lo que venga. No te dejaré. Yo confío, hay que tener paciencia. Mi hijo ha empezado a trabajar y yo le digo: Todo lo vas a hacer como para Cristo. No mires cuánto vas a ganar, mira que lo hagas todo bien. Oramos para que las madres tengan trabajo y que conozcan la Palabra del Señor. Los maridos beben. Pero hemos llegado lejos.
Mi casita se caía, pero gracias a los ingresos que ahora tengo por la venta de los tejidos ya la estoy terminando.
Mi marido bebe y ha intentado pegar a mis hijos. No importa que yo me arrastre, pero voy a permanecer en Él. Y contamos con el apoyo de María Jesús, de Eli Stunt, han sido nuestro consuelo en momentos difíciles…
Gracias a los que nos dan apoyo y que el Señor los bendiga.
Conozca más de Turmanyé
Artículos anteriores de esta serie:
1.
Impresiones desde Huaraz (I)
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