Catalina y el grillo

Llaman de nuevo, ruido de papeles. La tinta de la impresora a punto de agotarse. Tacones a lo lejos. Catalina, sonriente, se inclina en su silla giratoria y trata de estirarse.
- ¿Mala noche? – Inquiere Ruth.
- Tardé cuatro horas en dormirme.
- Hace tres meses que te dije que debías ir al médico…

Catalina se encoge de hombros y vuelve a teclear ante la pantalla plagada de cifras. Los balances del semestre no pueden esperar. Ruth hace café y le deja una taza a su compañera. Ambas, en aquel cubículo que pretende ser oficina, comparten largas horas tratando de cumplir con la carga que deberían llevar cuatro contables.
- ¿No lo oyes?- Grita súbitamente Catalina.
- ¿Oír? ¿El qué?
- ¡El grillo! ¿No lo ves?

Catalina, aterrada, señala el escritorio vacío. Ruth no sabes si acercarse, la toca el hombro pero solo recibe sobresalto.
- ¡El grillo! ¡Ahí, dile que se calle!
- Tranquilízate, respira hondo.
- ¡El grillo me mira Ruth! ¡Hazlo parar, te lo ruego! ¡Hazlo parar!

Ruth corre a por un vaso de agua, sabiéndose impotente sobre aquella situación. Al regresar, Catalina sigue en su lucha contra el grillo, exclamando toda serie de improperios. Su compañera trata de demostrarle que no hay nada que temer. Vacía la estantería y le indica cómo ninguna amenaza se esconde tras los libros. Remueve la basura, nada. Pero aquello sólo parece contribuir a excitar aún más a Catalina que grita:
- Entonces ¿Por qué sigo escuchándolo?

El servicio de urgencias llega apenas quince minutos después. Catalina cae rendida tras la inyección y se deja conducir mansamente a la ambulancia. Sus pupilas dilatadas miran al frente pero Ruth puede advertir que aún susurra con un hilo de voz: “Decidle que se calle”

Siete de la tarde. Bostezos y hasta mañanas. Ruth se dispone a despedirse de sus compañeros de la quinta planta hasta después de sus vacaciones pero se detiene ante el escritorio vacío de Catalina. Allí, en el cubículo y sin ella, extraña su presencia, el saberse acompañada.

Nadie supo decirle en el hospital cuánto tardarían en darle el alta y en la sección de agudos de la planta de Psiquiatría no se admitían visitas. Ruth se pone el abrigo y toma el bolso. Entonces lo escucha, primero muy tenuemente y con mayor intensidad después, es un grillo. Ruth queda paralizada, es tan claro su crujir que es incapaz de moverse. Recuerda entonces la ambulancia, la inyección, las pupilas de Catalina y la baja indefinida. Ase el bolso con fuerza y camina hacia la puerta. El grillo queda allí, ignorado pero presente.