Ciberadicción.es

A estas alturas ya, para imaginar cómo sería la vida sin Internet, tenemos que hacer un gran esfuerzo de imaginación y se nos antoja que sería complicada y farragosa ¿Cómo se podía vivir sin correo electrónico ni acceso a Internet?

Sin embargo -como todas las cosas por buenas que sean- Internet tiene sus riesgos. Hay que tenerlos en cuenta sobre todo si se trata de menores. Es una herramienta fundamental en su formación intelectual y académica pero, al amparo de su anonimato o supuesto anonimato, les puede permitir el acceso a contenidos perniciosos para los que todavía no están preparados.

Con demasiada frecuencia sabemos de menores victimas de manipulación de desaprensivos, acoso sexual o citas tramposas con desconocidos.

Cuatro de cada diez menores españoles y cinco de cada diez europeos asegura conectarse a Internet desde su habitación a la vez que aumenta el número de jóvenes que, mediante su portátil y otros artilugios electrónicos, han construido su propio mundo entre sus cuatro paredes.

Apenas si salen para comer ante la perplejidad y preocupación de sus padres y educadores. En muchos casos Internet ha venido a sustituir como canguro a la televisión. Los menores aislados se entretienen en Internet mientras sus padres se ocupan en sus trabajos o descansan. Eso, a su vez, produce un mayor aislamiento entre padres e hijos. Lo que tendría que ser una convivencia participativa se convierte en coexistencia pacífica.

Se equivocan quienes minimizan estos riesgos y relativizan sus consecuencias. Es un error no estar atentos a la pérdida de control y la adicción en que pueden estar cayendo los menores. Muchas veces los colegios dan la voz de alarma ante alteraciones de comportamiento y la incapacidad de seguir el ritmo escolar antes que las familias detecten nada.

Tampoco aciertan quienes culpan a Internet del aislamiento de sus hijos eludiendo así sus propias responsabilidades, sin plantearse el papel que como adultos responsables les toca de asumir.

Les enseñamos a asearse, a comer, a caminar por la calle, a administrar el dinero o a usar el móvil y aplicamos sentido común para darles autonomía en función de su proceso de maduración. No es descabellado pensar que de igual modo hay que enseñarles a hacer uso del ordenador e Internet.

Tienen muchos conocimientos de Internet pero no son conscientes de lo que ignoran. Muchos saben navegar pero no en qué dirección hacerlo. Habrá que poner límites de tiempo, indicar cuándo y cuánto deben usar esas herramientas y supervisar su actividad. Supervisar no es invadir su intimidad ni ejercer control sobre ellos. Tendremos que buscar equilibrios de manera que ni campen sin control alguno ni nos intrometamos constantemente en sus vidas.

Nos tocará buscar actividades conjuntas y alternativas, pasar el máximo de tiempo juntos y fomentar la comunicación con ellos.