Esta mañana (21 de octubre de 2010) fue particular, ya que recibí una llamada de la familia Henríquez, y por fin, tuve la oportunidad de hablar telefónicamente con José Samuel Henríquez, el “líder espiritual de los 33”. El momento fue especial porque él aun estaba en Copiapó, y porque finalmente, fuimos cómplices de un pequeño acto que exaltó el nombre de nuestro Señor Jesucristo alrededor de todo el mundo.
Conversamos de varios temas; lo escuché tranquilo. Confiado, me decía: “
En ningún momento me sentí desamparado. Sabía que el Señor estaba obrando”. Con relación a los primeros diecisiete días, período en el cual aun no tenían ningún contacto con la superficie, el testimonio es conmovedor. “A
esas alturas algunos comenzaban a preguntarse: ¿Por qué (Dios) no nos mató a todos de inmediato? Otros, empezaron a redactar sus cartas póstumas. La esperanza se esfumaba lentamente”. Pero prosigue, “
esto me impresionó muchísimo. Vi a todos los hombres humillados. Dios se agradó de esa actitud”. En esos momentos confiaba más en el Señor, cuestión que dejó clara desde el principio a sus compañeros al decirles, “
si estoy asumiendo el rol espiritual vamos a orar, porque yo creo en un Dios vivo”.
Un testimonio conmovedor fue el relato del día 16, un día antes de que la perforadora llegara hasta el refugio, comienza
: “el cajón de alimentos quedó vacío. A pesar de que habíamos racionado bastante, sólo había algo para tranquilizar nuestras mentes”. Más sorprendente aun es el momento en que dice a sus compañeros, recordando la multiplicación de panes y peces: “
vamos a orar, mañana esta caja estará llena de alimentos. Tendremos comida en abundancia”.
A través del teléfono, percibí que este fue el momento más emotivo para él, su voz se quebró al recordar que el día siguiente la sonda hacia contacto con ellos. La multiplicación fue real, ellos pudieron ver como el cajón comenzaba a llenarse de alimentos y sobraba la comida. Fue un milagro, un momento glorioso.
José Samuel se enfoca ahora en el aspecto comunitario: “
llegamos al punto en que todos cantaban. Ya no era un servicio de oración, sino de adoración al Señor”. Esto me hizo recordar que en nuestra primera comunicación por carta, él me había confidenciado que trataba de reunirlos a todos dos veces al día; acción, que por cierto logró con creces.
Sobre los MP3, me dijo que cuando los recibieron: “
estaban felices,
les encantó el relato dramatizado de la Película Jesús. Lo escucharon repetidas veces,
cada vez que podían,
porque las condiciones no eran las mejores por el polvo, la piedra y el agua que caía de arriba durante los trabajos”. De todas formas, “
la palabra fue sembrada y ahora debemos esperar que Dios continúe su obra”. En cuanto a un posible encuentro con Cristo del resto de los mineros, Henríquez sostiene que por lo menos “
veinte de ellos indicaron una decisión” y varios han dado testimonio de su conversión, por medio de las cartas que enviaban a la superficie, del agradecimiento público a Dios cuando salían de la mina y el testimonio de sus esposas que han evidenciado el cambio.
Fuimos al tema de las poleras (1), Cito textual
: “Les dije que era una oportunidad única de darle la gloria a Dios. Fue un acuerdo. No hubo ninguna contrariedad, nadie dijo nada en oposición. De hecho, dos rescatistas eran cristianos, y uno llegó diciendo: “nada es imposible para Dios, frase que algunos comenzaron a escribir en la estrella de la camiseta”.
José, es sin duda, un hombre de fe. Ejemplo cristiano en tiempos de crisis. ¿Cómo sería nuestra fe a 700 metros de profundidad sin esperanza de vida? Es posible que la mayoría de nosotros no experimentemos jamás una situación tan dramática y extrema como ésta.
Pero se esperaría, por lo menos, que nuestra fe en Jesucristo fuera la misma, y como Henríquez concluir: “
Me queda la tranquilidad de haber sembrado la palabra de Dios, experimentado lo que la palabra hizo en sus vidas; y ahora, confiar en que Él terminará la obra que comenzó”.
Autor:
Christian Maureira
Director Nacional de Cruzada Estudiantil y Profesional Para Cristo – Chile
(1) Camisetas (que llevaban el conocido “Gracias Señor” delante y un Salmo detrás).
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