Mantener que todas las mujeres que venden su cuerpo lo hacen libre y voluntariamente es una cortina de humo que no puede admitir nadie que piense. Es voluntario porque ellas toman la decisión pero no libre porque acceden, en la inmensa mayoría de los casos, bajo aislamiento, presión, amenaza personal o a sus familias, extorsión y hasta violencia física. Seguir cuestionando que tras el negocio del sexo existe el tráfico de mujeres es no querer ver, por alguna oscura e interesada razón, la verdad.
Algo huele a podrido cuando, habiendo denegado los permisos el ayuntamiento de La Junquera (Girona), el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya le obliga a autorizar la apertura de uno de los mayores prostíbulos de Europa mientras el empresario está bajo sospecha fundada de tráfico de personas. No se entiende, o si, que medios de comunicación -especialmente prensa y televisión- que se posicionan en contra del tráfico humano sigan publicando anuncios de prostitución obteniendo importantes ingresos bajo la excusa de que las leyes españolas no lo prohíben.
Sorprende, o no, que la clase política se abstenga por tiempo indefinido de acometer la cuestión y legislar con contundencia. ¿Qué hay detrás de todo esto para que, en lugar de seguir preguntándonos indefinidamente si es un problema o no es un problema, nos dediquemos de una vez por todas a luchar contra este problema?
Una derivación sangrante del negocio sucio del sexo pasa por la explotación infantil y el uso de Internet: “
Quince detenidos por abusar sexualmente de una niña mediante chantaje en Facebook”. Delincuentes reincidentes que tras leves condenas vuelven a su estiércol mientras sus víctimas pagan a lo largo de toda la vida las consecuencias de su candor. Se trata de una adolescente de quince años, una niña. Por inmadurez e inexperiencia no ha sabido defenderse de las emboscadas perversas tendidas a través de Internet ni del chantaje continuado al que ha sido sometida por parte de depredadores que no han tenido freno en destruir su cuerpo y su alma.
Necesitan protección aunque estén convencidas de lo contrario y la familia es la primera obligada a dársela. Nunca ha sido fácil ser padre o madre de adolescentes. Se puede estar pendiente de ellas proporcionadamente a su madurez sin invadir su privacidad. Es normal que luchen por no ser controladas pero no deben ser ellas quienes marquen los tiempos de su propia educación y proceso de maduración personal.
Es un error pensar que está todo resuelto porque tengan la protección del Señor y que en su habitación la seguridad es total si cuentan con acceso incontrolado a Internet. No podemos dejar que se enfrenten a la vida sin informarles de los riesgos ni avisarles de los peligros por no molestar.
Habrá que estar atentos a sus comportamientos y cambios de estados de ánimo. Es posible hacer un seguimiento aproximado de donde están cuando salen de casa. Hay que supervisar sin generar tensiones el uso del dinero que manejan, cómo les llega y en qué lo gastan. Y sobre todo, habrá que hacer un esfuerzo por mantener una relación de confianza que les facilite explicarnos lo que les pasa y lo que las desborda.
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