Dice el libro de los Números, cuarto del Pentateuco:
“Aquél varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (
Números 12:3).
Pues a pesar de tanta mansedumbre, traducida en la virtud que le atribuye la Biblia, Moisés no se libró de los ataques verbales, que siempre tienen oculto el veneno de la víbora.
Que tales ataques le llegaran del pueblo al que había conducido a la libertad, hasta cierto punto es comprensible. Los ataques personales suelen ser con frecuencia alivio del agradecimiento.
Hay quienes no perdonan el bien que han recibido. Pero duelen más los ataques de los propios hermanos, hermanos carnales, como eran María, Aarón y Moisés, los tres hijos de Amram y Jocabed. María atacaba a Moisés por la esposa
cusita que había tomado. Aarón lo atacaba por la envidia que le raía el alma al ver que su hermano era venerado como profeta único.
A éste tipo de ataques estamos expuestos todos, especialmente los que destacan en alguna esfera de la sociedad. Entre líderes religiosos –y de esto no se libra religión alguna- los ataques sobreabundan. Si todos los que se llaman hermanos en Cristo supieran lo que unos dicen de otros, la hermandad desaparecería.
¿Cómo librarnos de estos ataques? Bárbara Berckhan, autora de varios libros, pedagoga diplomada, colaboradora de proyectos científicos en la Universidad alemana de Hamburgo, asegura que
un ataque verbal puede ser tan ofensivo como una bofetada. Ante este tipo de agresión unos quedan atónitos o, como mucho, responden demasiado tarde. “Otros reaccionan de forma impulsiva y con una carga agresiva todavía mayor, lo que puede arrastrarnos a situaciones imprevisibles”.
A lo largo de las 126 páginas
la autora nos presenta una serie de estrategias para enfrentarse inteligentemente a los ataques verbales: Hablar sin perder el hilo. Saber imponerse. Ignorar al agresor o esquivarlo y restarle importancia al ataque. Contestar a una chabacanería con otra chabacanería. Aplicar una abundante ración de indiferencia o no morderse la lengua. Calar el talante del agresor y hacer que pierda el equilibrio. No implicarse en las emociones del contrario. Responder con autoridad y parar los pies al agresor impertinente.
Para Berckan, saber responder a los ataques verbales es de suma importancia: “Si te rebajas, invitarás a los demás a que te pisen. Si aparentas ser una ovejita, atraerás a los lobos feroces”. Los agresores verbales buscan víctimas fáciles. Estas suelen quedar perplejas y mudas ante los ataques. No encuentran la respuesta adecuada hasta pasado un tiempo, y para entonces consideran que no merece la pena responder.
En ocasiones se justifican los ataques verbales como derecho a la crítica. Pero este tipo de crítica suele ser destructivo, hiriente, cargado de desprecio. En muchos casos, quien emite la crítica no suele estar en paz consigo mismo. Arrastra el enfado y la frustración de un fracaso. “Estos sentimientos negativos –afirma Berckhan- inciden en el tono de voz y en la elección de las palabras. Todos son reproches y exageraciones. Se exagera y se generaliza”.
Sentirse o verse atacado con un rosario de palabras envenenadas no es en absoluto agradable. Una estrategia consiste en ignorar al agresor, ningunearlo. La persona inocente vilmente atacada no tiene que demostrar nada. Por lo tanto no debe variar su conducta ante los ataques, sabiendo que los agresores verbales existirán siempre. El personaje de Pío Baroja, Luis Bagaría, dice a su interlocutor: “El porvenir de usted es el aeroplano. Tendrá usted que andar por el aire preguntándose, para bajar a tierra: “¿Dónde habrá un sitio por ahí del que yo no haya hablado mal?”
¡Triste especie humana, de la que dijo Antonio Machado: “Mala gente que camina y va apestando la tierra”!
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