La tarde, a pesar de ser febrero, debía ser soleada y apacible porque dejó que su hijo mediano de unos seis años de edad se fuera a jugar al parque junto a la casa ya que él podía verlo a través de la ventana. Es curioso, en aquella época le interesaban los debates políticos (tal vez porque no se escuchaban tantos exabruptos por segundo como ahora) y se podía dejar ir solo al parque a un niño de seis años en una localidad tranquila de menos de 2.500 habitantes muy cercana a Barcelona.
Durante la votación -hecha a viva voz por cada uno de los diputados- se oyeron algunos ruidos extraños y luego el «quieto todo el mundo» del teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina. Poco más tarde los tiros dispararon todas sus alarmas ante la gravedad de lo que estaba pasando: Un golpe de estado. Se quedó sin saber qué pensar y como paralizado hasta que empezó a sonar música militar. En ese momento su esposa fue a buscar al niño para que estar todos en casa a partir de ese momento.
-¿Para qué me dejas salir si me ibas a hacer volver tan pronto? -gritó el niño nada más abrirse la puerta de entrada-.
-Cállate, que no está el horno para bollos -le contestó enfadado sin detenerse a escuchar su respuesta, si es que la hubo-.
El vacío de información le hizo pensar que la democracia en España se había acabado cuando aún no había empezado de verdad. Cerró con llave la puerta de la calle como si eso tuviera el poder de evitar las consecuencias de lo que estaba ocurriendo. No, si ya se veía venir. Los militares que no se querían enterar de cual era su función en democracia, ETA que había matado un montón de gente en los meses anteriores muchos de ellos militares y guardias civiles y, para acabarlo de arreglar, las palabras de Suárez el día de su dimisión «no quiero que el sistema democrático de convivencia sea una vez más un paréntesis en la historia de España». Ya se ha cerrado el paréntesis, pensó.
Miedo e incertidumbre, esas eran las constantes de toda su vida. El miedo inconsciente de la infancia por ser hijo de perdedores de la guerra civil. La incertidumbre de qué pasaría cuando muriera Franco y si Juan Carlos sería peor continuando una línea dictatorial o si de verdad sería “Juan Carlos el breve” por su propósito de apertura democrática. La leve esperanza al oírle decir el día de su investidura que quería ser el rey de todos los españoles. El corazón encogido durante el mandato de Arias Navarro y la sensación coexistente de riesgo y avance en toda la presidencia de Adolfo Suárez. La tranquilidad contenida de ver en el congreso a los diputados debatiendo sobre ideas y sin insultos; antiguos franquistas, jóvenes políticos desconocidos hasta entonces y a viejas figuras como Carrillo, la Pasionaria, Fraga y otros.
¡Qué más daba, ahora! Estábamos en el punto de partida, más miedo y más incertidumbre. De nuevo a la fe bajo vigilancia.
Continuó en su particular arresto domiciliario hasta casi las dos de la madrugada cuando al escuchar el mensaje del rey se fue a dormir, sin dormir. Toda la noche pegado al transistor escuchando las inciertas noticias que llegaban. El orden constitucional se restableció pero el susto duró bastante tiempo aunque, bien pensado, todavía no ha desaparecido completamente.
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