Parado sobre una pendiente precaria, Etienne excava el suelo polvoriento con una pequeña azada, plantando frijoles con la esperanza de que llueva. En los últimos años, las lluvias se han vuelto impredecibles. A unas millas de allí, su esposa vuelve del bosque con un atado de leña sobre la cabeza. Ella se levantó antes del alba para traer agua del manantial, su única fuente de agua, una caminata de casi una hora. El pequeño bebé que lleva sobre su espalda está enfermo con parásitos intestinales por beber del agua que le ha costado tanto conseguir.
Tal vez esta familia no tenga idea del contexto global, pero sufre sus consecuencias a diario. En Estados Unidos, frecuentemente aparecen titulares en los periódicos advirtiendo lo que está ocurriendo a la tierra y sus ecosistemas pero, como el impacto sobre la vida occidental es mínimo, las predicciones se ignoran por lo general.
Yo era una de esas personas que no tomaba en cuenta las señales hasta que comencé a trabajar en “Plant With Purpose” (Plantar con propósito). Entonces empecé a entender. Para ir más allá de los síntomas de la pobreza debíamos encarar la salud del ecosistema. Así que, por ejemplo, cuando vemos las montañas erosionadas y los ríos ahogados por el cieno de Haití, no podemos dar un vaso de agua fría sin reconstruir la cuenca hidrográfica. Todos dependemos de un mundo saludable.
Ante 6.800 millones de humanos que buscan satisfacer sus necesidades y deseos en nuestro planeta, no es ninguna sorpresa que la mayordomía ambiental forme parte de nuestra conversación global. Mientras la controversia sobre el cambio climático es bien conocida, hay cientos de problemas ambientales menos conocidos que están llegando a un punto crítico. La vida en los océanos está desapareciendo a una velocidad alarmante. El agua dulce se está volviendo cada vez más escasa. Y la deforestación está reduciendo las lluvias, la fertilidad de los suelos y los recursos de agua en muchas partes del mundo.
Muchos ven este tema con suspicacia, como una dilución de nuestro compromiso con el evangelio. Sin embargo, desde el principio mismo, cuidar la tierra que Dios creó ha sido una parte básica de nuestro papel como humanos.
En
Génesis 2:15, Adán es colocado en el huerto para trabajarlo y protegerlo. A lo largo del Antiguo Testamento se nos recuerda que “la tierra es del Señor” y que nuestra función es ser mayordomos, cuidadores temporales que un día tendremos que rendir cuentas de cómo hemos cumplido con nuestros deberes. Esto es reafirmado en
Apocalipsis 11:18, donde dice que Dios destruye a los que destruyen la tierra.
Hay quienes sostienen que es arrogante imaginar que los humanos afectan negativamente el medio ambiente en una escala global. Pero en la Biblia vemos una correlación directa entre el comportamiento de los humanos y la salud de toda la tierra. La tierra es maldecida como resultado del pecado de Adán. En el Diluvio, el pecado humano produce la destrucción de casi toda la vida en la tierra, y lo que se preserva, es salvado con la ayuda de Noé.
“Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.” (
Génesis 3:17). En gran parte del mundo hemos buscado distanciarnos del trabajo físico de producir alimentos, pero para millones de granjeros de todo el mundo es una parte fundamental y dolorosa de la vida.
Sin embargo, como dejan en claro los Salmos, la creación aún glorifica a Dios. El
Salmo 104 destaca cómo Dios se deleita en la tierra, además de la relación especial que Él tiene con el resto de sus criaturas, independientemente de la humanidad. Como Job, cuando escuchamos la descripción que hace Dios de su mundo, tenemos que aprender humildad.
Pablo nos dice que la creación ahora gime como si estuviera de parto, anticipando la redención y esperando ansiosamente la revelación de los hijos de Dios (
Romanos 8:19, 22). El plan de redención de Dios tiene que ser una buena noticia para toda la creación. Nosotros, siguiendo las pisadas de Adán, somos llamados a ser mayordomos de un mundo que aún pertenece a Dios.
Como hijos de Dios, formamos parte de las buenas noticias para su creación, que hasta ahora ha estado sufriendo por nuestra codicia. Como cristianos, nuestra responsabilidad ambiental es tremenda y aleccionadora.
Pero es más que una cuestión de obediencia y humildad. La mayordomía ambiental es también una cuestión de amor por nuestros prójimos.
Las personas más pobres del mundo no cuentan con alimentos de supermercados o agua en botellas de plástico. Cuando falta la lluvia, la gente se muere de hambre. Cuando el suelo se erosiona, las familias pasan hambre. Cuando el agua se contamina, los niños se enferman. Cuando todos los árboles son talados, las mujeres como la esposa de Etienne caminan millas para buscar leña. Cuando la tierra es deforestada, las cuencas hidrográficas dejan de funcionar, haciendo que los ríos y los arroyos se sequen. Cuando llega la lluvia, se producen deslizamientos fatales. Para la mayoría de las personas con las que he trabajado en los últimos quince años, su suelo y su agua son prácticamente su único capital. Debemos cumplir nuestro papel en la preservación y el sostenimiento de estos elementos, para que los ecosistemas no sean más degradados. Servir a la creación como mayordomos es fundamental para servir a esas personas.
Podemos considerar que desierto es simplemente tierra sin actividad humana. Esto pasa por alto nuestra función de mayordomos. Dios nos llama a la acción, a contribuir a la productividad de la tierra y a asegurar su fertilidad. Todos interactuamos con la creación, y podemos elegir si nuestras interacciones serán para dar vida o para producir muerte. Nuestro papel como ciudadanos del reino de Dios deberá ser el fundamento de esta elección.
Con la llegada del reino de Dios, nuestro compromiso con el mundo ha cambiado. Amamos a nuestros enemigos y servimos a nuestros prójimos. Aún experimentamos los efectos de la maldición, pero ahora nos empeñamos por trabajar con los sistemas naturales de Dios por el bien de todos. En la agricultura sustentable, siguen creciendo las malezas y hay malas cosechas, pero podemos trabajar de modo tal que devolvemos algo a la creación, emulando los ecosistemas naturales. La agrosilvicultura, la permacultura, las letrinas de compostaje y aun el reciclado son ejemplos donde estos principios se implementan.
Cuando estudiamos la creación, vemos claramente la capacidad de Dios de hacer que las cosas funcionen para bien, en las complejas formas en que cada ecosistema encaja con otro. Nada se pierde, y todo tiene su lugar. Por doquier, la vida surge de la muerte, un presagio de la resurrección. Más allá de simplemente intentar reducir las huellas que dejamos, podemos buscar restaurar nuestra relación con la tierra.
En una escala global, la restauración es una tarea monumental. No puede ni podrá lograrse antes del retorno de Cristo. Sin embargo, el pensamiento del reino puede servir como una guía para nuestras opciones de planificación y nuestras elecciones individuales. En “Plant With Purpose” hemos visto que la restauración es posible. Ríos y arroyos que se habían resecado, han comenzado a fluir nuevamente como resultado de soluciones efectuadas río arriba. Se han convertido en ilustraciones contundentes de la capacidad de Dios de redimir y restaurar, tanto para nosotros como para los granjeros con quienes estamos intentando compartir el amor de Cristo.
En los países industrializados, tenemos mucho que aprender de nuestros hermanos y hermanas del resto del mundo. Me ha impresionado mucho la seriedad con la que líderes de iglesia africanos, latinoamericanos y asiáticos han abrazado el cuidado de la creación. Una conferencia de una agencia misionera ambiental sobre “Dios y la creación” en Kenia colmó su capacidad con pastores y líderes de toda África Oriental. Además, generó ideas y acciones. Un pastor tanzaniano alentó a todas las iglesias de su región a crear viveros de árboles. Otro sugirió que todos los que asistieran a clases de confirmación plantaran un árbol. Desde entonces, se han plantado más de 500.000 árboles, y una importante fuente de agua que se había vuelto intermitente ahora fluye continuamente.
Pablo nos recuerda en Romanos 1:20 que la creación revela mucho acerca de Dios. Como tal, brinda un perfecto punto de partida para una conversación acerca del carácter de Dios a partir de su Palabra. Antes que un enfoque competidor, la mayordomía ambiental es una parte integral de la historia de redención de Dios.
Debido a que el medio ambiente es una fuente de pasión y ansiedad para muchos, abre la puerta a la discusión y el debate. Las personas que sostienen “Plant With Purpose” me han dicho que simplemente hablar de su apoyo les ha brindado la oportunidad de compartir a Cristo con amigos o colegas. Y las conversaciones con granjeros pobres acerca de la tierra y el suelo nos han dado la apertura perfecta para comenzar a integrar la historia del evangelio en nuestro trabajo. Después de todo, la Biblia comienza esa historia con creación, tierra y suelo.
Gran parte del mundo está sufriendo debido a la degradación ambiental, o reacciona paralizado por la desesperación ante las predicciones sombrías. Ambos grupos necesitan la esperanza que viene de Jesucristo. Nosotros tenemos la esperanza que ellos anhelan, una esperanza que habla directamente a la redención de toda la creación y les recuerda que Dios ama al cosmos y suple nuestras necesidades a través de la tierra.
Nuestra voz ha estado ausente demasiadas veces en el diálogo. Esto se debe a que los cristianos occidentales han tendido a restar importancia a los temas ambientales. Estas cuestiones han sido consideradas una distracción de la centralidad del mensaje de Dios de salvación a través de Cristo. Sin duda, es una buena noticia que Dios se ocupa de todo lo que ha creado.
MÁS INFORMACIÓN
Scott Sabin es director ejecutivo de Plant with Purpose, una organización cristiana sin fines de lucro que revierte la deforestación y la pobreza
(www.plantwithpurpose.org).
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