Lo primero que me pasó por la cabeza fue ¿cómo lo saludaré si no puede mover las manos? ¿Cómo nos comunicaremos si hablamos diferente idioma? ¿De qué hablaremos si no tenemos casi nada en común? No diré que las preguntas quedaron contestadas con sólo entrar en su casa pero sí que la inquietud que me generaban desapareció en un momento.
Nos recibió su madre y su acogida fue del todo natural y cálida. Hablamos un buen rato con ella y nos explicó sin dramatismo ni victimismo la historia de Owen. Con diecisiete años era el campeón de los judocas británicos menores de 21 años y tenía opciones para participar en los Juegos Olímpicos. A los dieciocho años, en un torneo benéfico sufrió una desafortunada caída que le produjo daños irreparables en la columna vertebral y como consecuencia la tetraplejia.
De eso hace ya veintiún años. Su experiencia está escrita en el libro:
Never Look Back – The Owen Lowery story – VG Harley – Highland.
Cuando entramos en su habitación nos encontramos con un hombre cuidadosamente vestido, sentado en su silla de ruedas y con respiración asistida veinticuatro horas al día. Su expresión no se parecía en nada a lo que yo hubiera podido pensar. No te puede dar la mano pero sabe recibir abrazos y muestras de afecto.
Conversamos toda la tarde y a pesar de las dificultades idiomáticas pude percibir su alegría, sus ganas de vivir, su apasionamiento por tantas cosas y eso que muchos llamarían carisma.
Poco después de su accidente fue visitado por dos judocas cristianos, John Patterson y Gary Volger, quienes le preguntaron si quería que orasen por él, accedió y poco después se convirtió a Cristo. Desconozco los detalles aunque me gustaría mucho conocerlos en profundidad.
A estas alturas ha acabado tres carreras universitarias: Matrícula de honor en Humanidades, Master en Estudios Militares y Master en Escritura creativa. Se desplaza tres días por semana a la universidad que está a una hora de viaje. Escribe poesía. Le encanta la lectura y el jazz. Es un apasionado del Liverpool —cosa que no entiendo del todo bien, pudiendo ser del Barça— pero lo cierto es que, por poco que pueda, no se pierde ningún partido que juegue en su estadio.
No es fácil de describir su agilidad moviendo el ratón de su ordenador mediante una especie de casco para dirigir con leves movimientos de cabeza el puntero a gran velocidad por la pantalla a la vez que sopla para hacer el “clic”. Es capaz de desayunar, atender a las visitas, imprimir sus poesías recientes para leerlas en la universidad y buscar información en el Google para facilitarnos el viaje de regreso.
Es evidente que tiene la ayuda de personas cercanas que le quieren y están pendientes de él, pero eso no resta ningún valor a los grandes logros de su vida.
Salimos de allí con su libro de poesías dedicado y firmado con un bolígrafo que sostiene con la boca, muchas hojas llenas de información sacadas del Google y la sensación de haber vivido algo extraordinario. Owen es una persona muy especial que te impacta con sólo verla. Tiene asumido que la vida la da Dios y Dios la quita en su soberanía. Tiene claro que Dios conoce no sólo todas las circunstancias de su vida sino que confía sin reservas en las razones que Dios tendrá para haber permitido su experiencia.
Su vida, antes y después del accidente, tiene alicientes de sobra aunque sea de una manera tan dependiente en la actualidad. Rechaza frontalmente la eutanasia y confiesa una y otra vez su esperanza de la vida eterna.
Y yo aquí viniéndome abajo por inconvenientes cotidianos del tres al cuarto.
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