Qué se puede esperar de una novela cristiana

Como si tuviera que pasar un proceso de homologación que permita extenderle un certificado de novela cristiana (así, negrita y subrayado) cuando, como dice Jordi Torrents en la reciente entrevista de emisión.net, la cuestión no es que el libro sea cristiano sino que lo sea el autor.

Otros buscan que la novela sea lo más parecido a un manual de doctrina perdiendo así de vista que eso es simplemente otra cosa. Da la impresión de que se espera de una novela que sea la exposición detallada del texto bíblico, pero a eso se le llama “comentario de la Biblia” y es otra clase de libro al que afortunadamente tenemos acceso siempre que lo queramos. Ni tan siquiera se puede aspirar a que una novela escrita por un cristiano contenga necesaria y explícitamente las cuatro formulaciones básicas del mensaje del Evangelio.

La máxima aspiración de un escritor de novela —sea o no cristiano— será hacer un relato de acción fingida en todo o en parte que consiga distraer al lector a la vez que entretenerle con el fin último provocarle placer y que lo pase bien, que en todo ello no hay nada de malo.

Buscará una historia de ficción entretejida en el carácter de sus protagonistas con la descripción de sucesos y lances para poner en funcionamiento costumbres, pasiones y maneras de hacer. Activar la imaginación del lector y darle un paseo por un mundo irreal.

Novela es novela y nada más que novela, no un testimonio ni un sermón, sólo una historia inventada. No pretenderá o no debería pretender darle carácter de documento irrefutable que ponga por escrito conclusiones a las que él ha llegado en exclusiva y que han pasado desapercibidas a todas las generaciones precedentes con las que la humanidad ha sido engañada y explotada desde la noche de los tiempos como, por ejemplo, se pretendió interesadamente con El Código Da Vinci, de Dan Brown.

Igual que en la manera de razonar, hablar y hasta gesticular se puede percibir tanto el temperamento como la personalidad y carácter de las personas, en los contenidos y en las formas del escritor cristiano se vera su fe de manera no deliberada sino del todo espontánea. No cabe tanto esperar una exposición doctrinal del evangelio como la transmisión natural —unas veces velada y otras más explícita, según la ocasión— de aquello que cree el autor.