Impulso inicial

Puso a prueba nuestra amistad con tanto hablar del coche como si no existiera ningún otro en el mercado.

Se lo compró por fin con un préstamo del banco, lo aseguró a todo riesgo, le llenó el depósito de gasolina y salió la mar de contento a hacer kilómetros.

Habían pasado unos pocos días cuando me lo encontré renegando del coche y diciendo que lo habían engañado; que el coche era una farsa, un invento de esta sociedad y un fracaso. Le acompañé, y lo único que pasaba era que se había quedado sin gasolina pero la sorpresa de verdad vino cuando me dijo que ya le había puesto el primer día y no veía la necesidad de repetir la operación.

No pensaba pagar los recibos del préstamo, ni renovar el seguro, ni hacerle revisiones, ni llevarlo a taller porque para él era imposible tener una avería. Estaba convencido de que con el impulso inicial era suficiente para que el coche le llevara siempre a todas partes sin ningún problema.

No faltó quien le dijera, y con razón, que estaba loco si pensaba así.

Otro amigo mío se casó ¡Uy, cuántos amigos tengo! Desde muy jovencito estaba obsesionado con la idea de casarse. Parecía enamorado de todas hasta que dio con la mujer de su vida ¡vaya palizas me daba hablándome de su novia como si fuera la única mujer en este mundo!

Compraron un piso y lo decoraron mejor que nadie, hicieron todos los trámites legales necesarios, celebraron una boda por todo lo alto y el viaje de novios a un destino exótico era imposible de superar por ninguno de sus conocidos. Todo parecía apuntar a un amor eterno que caducó a las primeras de cambio.

Habían pasado pocos años y ya estaba en trámites de divorcio. Decía que el matrimonio es un fracaso, un invento judeo-cristiano —Es curioso, lo que en la dictadura era judeo-masónico en la democracia es judeo-cristiano— y un tremendo engaño.

No había entendido que sólo si cuidaba con esmero su matrimonio le daría plenitud a toda su existencia. Él también pensaba que la relación de pareja aguanta toda la vida con el impulso inicial. No admitía que hay que pagar el precio a diario, que hay que echarle gasolina siempre que haga falta para que ande, que se ha de pasar con frecuencia la ITV y que en más de una ocasión hay que llevarlo al taller para que las averías no evolucionen en algo peor e irreparable.

No hubo en este caso quien le dijera, y con razón, que estaba loco si pensaba así.