El encuentro

Visita a un interno (II)

Con su despiste a cuestas y la inseguridad que no saben disimular enfrentan todas y cada una de las largas esperas que se acaban cuando ha llegado la hora, ni un minuto antes, y el grupo de visitantes está formado y completo.

CARTAS DE UN AMIGO AUTOR Luis Ruiz 14 DE NOVIEMBRE DE 2009 23:00 h

El gris claro del cielo se cuela por los amplios ventanales de la gran sala de espera llena de gente pero no consigue dar calor al ambiente. La luz que entra se impregna de no se sabe bien que frialdad y se vuelve clara pero desapacible. El local tiene un limpio cuartelero en el que predomina el gris carcelario y el cemento, mucho cemento.

Llega el momento del siempre incómodo control que pasan desposeídos de todas sus pertenencias, sólo llevan lo puesto y eso les hace sentirse casi desnudos. Las puertas metálicas y ruidosas se abren ante ellos y se cierran tras su paso dándoles entrada vigilada a todo un submundo expresamente separado del mundo exterior, el de la libertad. Tienen una sensación extraña y desagradable al verse privados de libertad aunque saben que será sólo por algo más de media hora.

El grupo se estira mientras camina decidido pero sin las prisas que cabría esperar hacia los locutorios que son un nuevo monumento a las estancias sin alma.

Se encuentran en el locutorio con un hombre adulto cuya piel blanca sugiere que no ha estado al sol durante bastantes días. No se trata de un familiar, su primer contacto fue por carta y ahora lo visitan siempre que pueden. Su cara es inexpresiva y la viva estampa de la resignación y el abandono. Sus delitos son reales, juzgados y sentenciados.

De la infancia pasó a la delincuencia casi sin darse cuenta, de la delincuencia a la cárcel y de la cárcel a una vida raquítica. Cada día se le ven menos ganas de luchar.

Vive al margen del mundo que le rodea; no le interesa. Apenas unas pocas cartas, limitadas llamadas de teléfono, un poco de televisión y algún que otro libro configuran todo su contacto exterior. Sus conversaciones se centran casi siempre en aspectos administrativos de su restrictivo submundo carcelario. Tiene cubiertas sus necesidades básicas y muy escasos recursos para sus gastos personales.

Sus muchos intentos de superación han acabado en nada y han hecho de él una persona recelosa, desconfiada, suspicaz y en ocasiones irritable.

La frustración de Ferran y Agnès es grande. Desean con todas sus fuerzas ayudarle pero no encuentran la manera eficaz de hacerlo. Pese a todo están decididos a seguir intentándolo.