Me lo contaron este verano. Parece ser que cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, los ángeles no sólo le recibieron en las nubes y le acompañaron hasta su morada, sino que muchos le esperaban allí llenos de alegría y admiración porque, por fin, se había llevado a cabo la obra de la salvación de la humanidad. Aquel día el Hijo se sentó a la diestra del Padre, que asintió con una mirada que, si fuera comparable a la humana, quizá hubiera podido decirse que era de satisfacción, tranquilidad y un amor infinito. Pero sería arriesgado aventurarlo.
Las criaturas celestiales, prudentes, miraban de reojo al Redentor, intentando discernir cuándo sería el momento apropiado para acercarse a Él sin contravenir la más elemental educación, pues su ausencia había sido prolongada y, por encima de todo, de una humillación y sufrimiento tan extremos que, ni siquiera ellas, que le habían visto en toda su gloria y majestad, podían alcanzar a comprender por más que se esforzaran.
Por fin, un angelillo negro, de cara redonda y mofletes regordetes, tomó de la mano a un compañero de ojos achinados y, sin poder esperar más, avanzó tímidamente al principio, más resueltamente después, iniciando una pequeña avalancha que rodeó al Señor Jesucristo entre murmullos, risas y exclamaciones de alegría.
- ¡Oh, amado Señor! ¡Qué maravilloso volver a tenerte aquí! –dijo el ángel negrito.
- ¡Sí, sí! ¡Qué gozo sentimos todos al ver que la puerta del cielo ha sido abierta para los humanos, pues has completado lo que prometiste desde el principio! –añadió otro.
Los comentarios iban, según la sensibilidad de cada criatura, remarcando un momento, recordando otro, de la vida del Mesías en la Tierra:
´¿Recordáis la primera noche, eh, allí en los campos de Belén, cantando a los pastores?´; ´Te vimos en el monte, Señor, hablando las palabras de Tu Reino, y cómo te escuchaban…´; ´¿Os acordáis? ¡Cómo sorprendiste a los tuyos con aquellos pocos panes y peces, dando de comer a la multitud!´; ´Estuviste imponente caminando sobre las aguas, calmando aquella tormenta que tanto asustaba a los tuyos… y a Pedro´, ´Escuchamos tu grito potente al llamar a Lázaro de la tumba, Señor: ¿cómo no iba a obedecer a tu voz?´
Así siguieron los ángeles regocijándose con su Señor, alabándole y adorándole por todo lo que había dicho, por todo el bien que había hecho, por toda la gloria que había mostrado a su paso por nuestro mundo.
´También te vimos, Señor, en Getsemaní… Vimos tu obediencia al Padre… y tu amor tan grande hacia las criaturas perdidas… y cómo te aferrabas a aquella ignominiosa cruz…´. Aquí las voces se les quebraron, pues les dolía en lo más profundo de su ser recordar al Creador del universo tan humillado, dejándose abofetear, escupir, insultar…
Sin embargo, al poco tiempo, su corazón llegó a la gloriosa mañana de la resurrección y a todos los sucesos que desde ese día y hasta el mismo momento de la ascensión habían tenido lugar con los suyos, los escogidos. Y no paraban de felicitar al Hijo y de alegrarse con Él, con esa comunión y confianza que se da en el cielo y que nosotros, desde nuestras muchas limitaciones, apenas podemos intuir.
Y fue en este clima cuando uno de los ángeles expresó, más o menos con las siguientes palabras, algo que muchos pensaban:- Señor, todo ha sido llevado a cabo como prometiste, y la grandeza de tu amor brilla junto a la perfección de tu justicia y tu santidad. Y nos conmueve que el Plan para tu pueblo ahora es esa nueva Iglesia tuya, donde todos caben, con tal de que se acerquen a ti para el perdón de sus pecados. Todo es magnífico Señor… Bueno, sólo vemos un pequeño problema, pero como sabemos que a ti no se te escapa nada, seguramente ya lo tienes todo previsto…
- ¿Un problema? –contestó el Señor.
- Sí –respondió el mismo ángel, aclarándose la garganta-. Bueno, que no será un problema, seguro… Son esos once que has dejado encargados de todo… Pero tú ya tienes un Plan B, ¿no es cierto?
Y el Señor, con la expresión seria pero con una sonrisa bailándole en los ojos (bien, el tema de la valoración de la mirada ya lo he comentado más arriba), respondió:
- No hay Plan B.
- ¡¿No hay Plan B?!
Os lo cuento como me lo contó el hermano Félix Muchimba, de Zambia, este pasado mes de julio en Culleredo, cerca de A Coruña. No podría deciros cómo lo supo. Pero no había Plan B entonces para la iglesia de Cristo.
Nosotros somos los que hemos creído por la palabra de ellos, los del inicio del
Plan A. Y el hermano Muchimba nos decía que para España hoy, nosotros somos el
Plan A y, muy posiblemente, tampoco hay
Plan B. Desde estas páginas llevamos unas semanas apuntando y reflexionando sobre cuáles son los retos que tenemos como pueblo del Señor. Nos toca a nosotros llevar a cabo la tarea, la inmensa tarea, y hacerlo en unidad, siguiendo la verdad en amor.
Si consideras que no hay
Plan B, igual te ocurre como a mí: que la responsabilidad te pesa, te flaquean las piernas y lo que tienes por delante se te hace un mundo. Sin embargo, mirado por la otra cara, lo sorprendente es que eres, soy, el
Plan A. Sorprendente y maravilloso, por la confianza que implica del Señor en cada uno de nosotros.
¡Glups! Pero somos muchos y podemos trabajar en equipo y coordinados. Suena bien, ¿eh?
Pues adelante, que si somos el Plan A, hermanas y hermanos, y no hay Plan B, no hay tiempo que perder.
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