Otras veces he dado mi opinión sobre la poesía religiosa. Este modo poético, por ser transcendente la realidad que canta, suele tender a la exaltación de la fe más que cualquier otro tipo de expresión o de comunicación verbal. Al ser inmensa la distancia entre el sujeto y el Otro, destinatario de los versos, resulta difícil hallar la palabra o imagen capaz de nombrarle. Pero el poeta religioso no se detiene. Sabe que ahí, en las páginas inspiradas del Libro, están los profetas y los poetas que dicen tener que hablar después de haber hablado con la Divinidad. “Habla y no calles”, ordena más que aconseja el poeta que compuso el canto que hoy leemos con emoción en el capítulo 13 de la primera epístola a los Corintios. En este sentido,
el poeta religioso está llamado a ser un receptor y un transmisor. Da al hombre lo que de Dios recibe.
Este libro surge de los encuentros trasfonterizos sobre Poesía y Religión que se celebran anualmente en la localidad leonesa de Toral de los Guzmanes, donde dejó parte de su vida anunciando el Evangelio el misionero inglés Enrique Turral y más tarde su hijo Eduardo. Tanto la dirección del Centro como la organización de los Encuentros de poesía recaen sobre los hombros del pastor más humilde y más trabajador que yo conozco en esa zona de Castilla: Manuel Corral. Bendición de Dios para él.
El Ayuntamiento de Toral de los Guzmanes y la Asociación Cultural Eduardo Turrall pidieron a la Diputación Provincial la cantidad de euros necesaria para echar a volar la iniciativa. Al ser la respuesta positiva la Diputación se vistió de largo. Se cubrió de honores. Uno de los grandes personajes de la Revolución Francesa, a quien yo leo con mucha frecuencia en su propio idioma, que también era el de mi padre, Voltaire, emitió este juicio: “La poesía es necesaria al hombre. Quien no ama la poesía posee un espíritu seco y pesado; los versos son, en realidad, la música del alma”.
La edición de “Los poetas y Dios” ha sido realizada por Alfredo Alencart e Isidoro Herrero. Jacqueline Alencart Polanco ha sido responsable de la coordinación.
Cuento hasta 35 poetas que han intervenido en la construcción del libro. Entre ellos han compuesto un total de 105 poemas. Una apreciada joya. Un canto suelto a la existencia de Dios, a la divinidad de Jesucristo, al don de la salvación, a la vida eterna, al gozo de la vida espiritual.
Espacio quisiera yo tener aquí para ofrecer al lector de Protestante Digital las 105 canciones que tienen a Dios como protagonista. Puesto que esto no es posible regalo cuatro poemas, que constituyen una delicada muestra del resto. Estos cuatro poemas son, citando a Lope de Vega, pintura de los oídos, como la pintura es poesía de los ojos.
Alfredo Pérez Alencart, profesor de Derecho laboral en la Universidad de Salamanca, es quien mayor presencia tiene en la obra. De él es esta oración en Toral de los Guzmanes:
Estoy en Toral, leyendo las Escrituras
que no envejecen si se consumen deprisa
como una candela cualquiera.
El corazón ofrece un hilo de júbilo:
las lindes interiores se encuentran rebosantes
por la entrega de cristianos del mundo
que por aquí sembraron semillas del evangelio.
La atroz oscuridad de las décadas de represión
buscó esconder sus nombres, pero de cierto
están por aquí, indeclinables,
con sus conmovedores testimonios.
Aquí están, presentes desde su otro tiempo,
con sus voces apagadas llenando calles y campos.
Aquí están, con sus ojos reposando
en las heridas salvadoras de lo que fue vida
y seguirá siendo reino de Cristo.
También a Toral de los Guzmanes canta la poeta palentina Araceli Sagüillo:
Nuevamente Dios reparte suerte
en este día de luz
que nunca cesa.
Los versos, a la hora de costumbre,
se funden
con el deseo de arder…
ardiendo…
Dios….Dios…
y su cálida ternura
abriga el misterio
en el hueco de mi frente.
Nuevamente Dios en mí,
compartiendo
la claridad del día,
la lluvia que nos llega a corazón abierto.
Hoy, Toral de los Guzmanes
se viste de versos,
hasta alcanzar la cuesta dormida
de la luna.
Andrés Quintanilla Buey, nacido en tierra vallisoletana, es testigo de la manifestación de Dios en su interior y lo expresa gozosamente. El poema lleva por título “Donde Dios”.
Donde mis ojos y la luz del día;
donde mis manos y donde el aliento
del agua, a veces nieve; donde el viento
que llega del jardín. Y su alegría.
Donde mi corazón, la melodía
de la tarde; y el llanto y la ternura
de ser hombre, también su desventura,
donde el otoño y su melancolía.
Donde la vida en cada senda, dura
la tierra, donde el pie busca acomodo;
donde, al acecho, Dios en cada tramo.
Donde la herida, Dios, que me la cura
lamiéndome la piel. Donde todo,
donde aquí, donde allí, donde le llamo.
En fin, el gran poeta portugués Antonio Salvador, afortunadamente vivo aún, encuentra en “Forma” las razones de la vida y el fin de la búsqueda. Pide un destino, pero que no concluya en el vacío del alma. Se siente planta y quiere crecer:
Dame un destino, Señor, cualquiera que él sea: un soplo
de tu existencia en mí. Sin grandeza, en el camino
de quien desea hacer por caminar, un destino
donde mi sangre se agote por Ti, recóndito Ser.
Dame esa directriz, esa oportunidad de construcción,
esa forma de equilibrio en cuerdas difíciles. Dame
algo de Tu vida, una brisa suave no importa,
y se derrame incesante, torturándome, en mi vida.
Soy como una planta, Señor… Tengo una raíz profunda
ligada al gran
secreto; en mí, Señor, vive el tiempo
ilimitado de azul… Y es siempre mayor, mayor,
el deseo consciente de vivir Tu amor,
la fuerza de la ansiedad a la espera de Ti, y sólo de Tu venida…
-Un destino que no sea vacío, un humilde-destino…
“Los poetas y Dios” empareja la más deliciosa y perfecta forma de expresión que las palabras humanas pueden alcanzar. De su ventana abierta sale un aire fresco que renueva el sentimiento y el espíritu se torna más delicado. Gracias por esta joya de libro a todos los que han hecho posible su edición.
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