Hace apenas un rato que este poemario salió de imprenta. Es un nuevo parto literario de
Alfredo Pérez Alencart, profesor en la Universidad de Salamanca, autor de libros traducidos al alemán, inglés, portugués, italiano, ruso, árabe, rumano, indonesio, búlgaro, estonio, hebreo, serbio, coreano y vietnamita. Una andadura intelectual de altura, especializada en la poesía. Cuando trata el tema religioso Alencart tiende más a la doctrina y a la experiencia religiosa que a la estética. Señala con frecuencia la importante diferencia de significados que se da entre el lenguaje religioso y el lenguaje creyente.
Su último libro, este que estoy comentando, ha sido muy bien recibido por la crítica. Periódicos regionales y de implantación nacional como EL NORTE DE CASTILLA, EL ADELANTO, TRIBUNA, LA OPINIÓN DE ZAMORA y LA RAZÓN, entre otros, han publicado en sus páginas sendos elogios a CRISTO DEL ALMA, libro que fue presentado en el Teatro Liceo, de Salamanca. El Premio Nacional de Poesía de Ecuador, Xavier Oquendo, quien escribe un breve epílogo al libro, dice que “la poesía de Alfredo Pérez Alencart es un lago de dos orillas: La una se enfrenta a la lengua y en ella confluyen los hallazgos de la comunicación, a través de un lenguaje menos desacralizador; pero en la otra orilla le espera a ese lenguaje la figura trascendental de los grandes temas que han movido el pensamiento y la filosofía del mundo: Dios, el amor y la muerte”.
Las tres palabras que el dramaturgo asturiano Alejandro Casona puso en la cumbre del universo en su celebrada obra LA TERCERA PALABRA.
Acierta el poeta ecuatoriano. Pérez Alencart se debate entre los dos extremos de una angustia existencial, vida-muerte (cita con frecuencia a Kierkegaard y a Unamuno) y una marcada y hasta apasionada presencia del tema de Dios.
CRISTO DEL ALMA, con todo y su brevedad, contiene
50 poemas distribuidos en cinco capítulos de a diez. Este sumario llega hasta la página 80. De la 83 en adelante se insertan testimonios sobre el autor y su obra escritos por Alfonso Ortega, Jesús Cabel, Antonio Salvado, Timoteo Glasscock, Xavier Oquendo, Juan Simarro, Luis Gillermo y Carmen Cristina Wolf, todos ellos escritores, poetas y teólogos de prestigio en sus respectivos campos. La última en valorar la poesía del autor, Carmen Cristina Wolf, presidenta del Círculo de Escritores de Venezuela, estampa en la página 106 este halago sincero y sublime: COMPARTO EL CRISTO DEL ALMA del poeta Alfredo Pérez Alencart, de iluminadas sendas, cuya lectura renueva en mi el enamoramiento que conduce a Jesús de Nazaret. Es un honor estar presente en un libro tan afortunado, por su belleza y por el tema, que es mi pasión”.
He escrito más de lo que era mi intención. Quería silenciar un poco mi bolígrafo y dejar hablar al autor del libro. No me resisto a ello.
Añado aquí dos de sus cincuenta poemas en prosa o prosa poética; que el lector entre directamente en contacto con el verbo encendido de Pérez Alencart.
VEN, DIOS DE JESÚS
Ven, Dios de Jesús, y engendra en mi alma toda tu justicia
en dirección al sufrimiento de los pobres que se agigantan
contigo, porque la vida no es como se pinta en las estampas.
Ven, Espíritu del Cristo, y refórmame conforme a tu Evangelio
que no es soplo ajeno sino bendición y desafío, suave fragor
a la intemperie donde estuvimos y estamos cantando victoria
sobre demencialidades que dañan la Tierra: pasé de verte en
sueños a este encuentro que impone su calibre sin el herrín
de clavos. Deserté de artimañas y de innúmeras reverencias
en movimientos que se deleznan deprisa: para ti no quiero
pómulos negros o abatimientos que espantan; tampoco
figuraciones estrafalarias para estar besando la escayola al
revés de tu mandato. Estás para que no se pasme mi corazón.
SEÑORÉATE EN MÍ
Señoréate en mí, Hijo cuyas señales me cristianizan;
y condéname a cadena perpetua si veo y enmudezco,
si oigo fogosas soberbias y el interés me compra,
me vende, me prostituye sin desmayo, cautivo del lujo
procesionante, embotado hasta hacerme el dormido
que religiosamente cumplió con su cuota de aleluyas.
Ábreme tu silencio para recogerte la sangre resistente
y cantar un salmo desconocido por el mísero pesebre
que sigue abrigando tu larga misión a la intemperie,
misión mía y de cualquier hermano humanísimo
que atisbe el otro lado del vientre de los necesitados,
gargantas ubicuas apurándose a tragar restos del festín
de quienes delictuosamente dicen ignorar tus hechos.
Si quieres comentar o