Tenemos un problema (II)Cuando Gabriel, en su despacho, es puesto al corriente por dos de los ángeles del departamento de administración de que no se encuentra el Libro de la Vida, se queda mirando fijamente un punto indeterminado, se reclina en su silla y se acaricia la barbilla con preocupación. De repente, sin embargo, se le ilumina la mirada:
No os preocupéis, tengo la solución –dice Gabriel, incorporándose.
Los dos ángeles de la administración se miran entre incrédulos y esperanzados.
- En realidad, está en el Libro Santo. Porque, ¿cuál es el problema con el que nos encontramos al haber extraviado el Libro de la Vida?
- Que no sabemos exactamente a quiénes debemos recoger y a quiénes dejar –contesta finalmente el jefe del departamento- ¡Sin el listado es imposible!
- No, no lo es –replica Gabriel.
- Pues yo necesitaría algún detalle, alguna pista, porque realmente no sé cómo obtener un duplicado… -dice el otro compañero.
- No se trata de duplicados –responde Gabriel-. Es muy fácil: ¿recordáis las palabras del Salvador? “Por sus frutos los conoceréis”.
- Bien, es una manera –dice casi convencido el jefe-. Será un poco más laborioso, pero podremos llevar a cabo el arrebatamiento aunque de momento no encontremos el Libro de la Vida.
Ya en los pasillos, de regreso al departamento de administración, uno de los dos ángeles comenta:
- Menos mal que ha quedado Gabriel a cargo de todo esto, que si no…
- ¡Pues claro! ¿Por qué crees que el Señor le distingue con esta responsabilidad? Porque es capaz de hacerlo, y se preocupa y lo hace bien… -el ángel responsable de la administración va negando con la cabeza, y añade- Aún no entiendo dónde puede estar el Libro…
MOMENTOS ANTES
Cuando todo está dispuesto para recibir a los salvados -las salas, el coro, el refrigerio, las mansiones, las calles, la ciudad entera- una grandísima multitud de ángeles se agolpa a las puertas del cielo.
Pudiera pensarse que, si todos salen, la morada del Altísimo quedará sin servidores: nada más alejado de la realidad. Ejércitos enteros de fieles criaturas de Dios pueden atender el cielo, los asuntos habituales de La Tierra, los extraordinarios como el arrebatamiento… y todos aquellos a los que el Todopoderoso les comisione en cualquiera de las multiformes e inimaginables creaciones para nosotros los humanos.
Los ángeles actuarán en parejas, se dispersarán por todo el mundo… e intentarán localizar a todos los hijos de Dios. “Por sus frutos los conoceréis”, se les ha explicado. Parece sencillo. Servidores también del Padre Santo, los humanos salvados brillarán allí donde estén, y será fácil reconocerles.
Han quedado luego todos en las nubes, pues allí deben llevar a los rescatados por la sangre de Jesús: es donde verán cara a cara a su amado Salvador. ¡Qué día glorioso, qué gran día!
El bullicio a la entrada dorada es muestra de la gran expectación y el nerviosismo de aquellas criaturas que sólo esperan ya oír el sonido especial de la trompeta: nunca antes ha sonado como sonará hoy, y nunca después lo hará.
De repente, la voz atronadora de mando, con sonido triunfal, resuena a través de los atrios celestiales: ¡ha llegado la hora! A todos los ángeles se les ilumina la cara y, tomados de la mano de dos en dos, como relámpagos, en un abrir y cerrar de ojos cubren la distancia hasta La Tierra. El vestíbulo del cielo queda vacío en un momento y pueden escucharse de nuevo los cantos angelicales que, a modo de hilo musical, ambientan permanentemente la morada del Altísimo.
EL CUMPLIMIENTO
La alegría de algunos de los ángeles es inmensa cuando, al llegar a buscar a los redimidos, son recibidos con lágrimas de gratitud y alivio en los ojos. ¡Su Señor no se ha olvidado de ellos y el día de la liberación completa ha llegado!
Abandonan cárceles y torturas, hay cuerpos enfermos que son transformados, llega el reposo de tantos trabajos para sus almas. Saben que el Señor mismo enjugará toda lágrima de sus ojos y, por increíble que parezca, aun recibirán galardón por haber amado a Aquél que entregó su vida en su favor, y por haberle servido fielmente. Y le verán cara a cara, y le adorarán sin ningún impedimento…
Y son tan dichosos porque saben que ya no es un sueño, sino su esperanza cumplida, de manera que sus bocas se llenan de risas, y los ángeles que les acompañan camino de las nubes empiezan a entonar cantos de alabanza, diciendo: “¡Grandes cosas ha hecho el Señor con éstos!”.
Continuará…
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