LA PESTE apareció en suelo francés en 1947, cuando el malogrado Premio Nobel de Literatura se hallaba embarcado en la galera del existencialismo, que le llevaría a un posterior enfrentamiento con Jean Paul Sartre. Entre éstos dos monstruos del pensamiento me quedo, sin dudarlo un segundo, con Camus.
Volviendo a “El Roto”, en esta ocasión dibuja un ilusionista que duerme a la multitud, al tiempo que dice: “Contaré hasta tres y cuando despertéis no recordaréis nada de lo pasado y volveréis a comprar casas y a invertir en Bolsa”.
Esta es la lección última de LA PESTE, que no se trata sólo de una novela, es también la crónica de la generación que vivió la guerra de 1939-1945. El ensanchamiento de aquellos temas confiere a LA PESTE una grandeza conmovedora. Fue Camus el escritor que mejor ha narrado la descomposición social que produce la llegada de una epidemia.
La ciudad argelina de Oran se ve invadida por una plaga de peste atribuida a una invasión de ratas. La inquietud va creciendo en los habitantes hasta que las autoridades deciden cerrar las fronteras. Los cadáveres tienden abandonados en las casas y en las calles.
Otra epidemia invade hoy parte de la tierra. Dicen que está originada por el virus H.I.N.I. Cuando escribo esta crónica, 23 de mayo, el número de personas infectadas asciende a 11.034 en 41 países. Hasta ahora ha provocado 85 fallecimientos. España tiene confirmados 126 casos. En estos momentos la epidemia parece atacar al Ejercito. En la Academia de Ingenieros Militares en Hoyo de Manzanares, a unos 20 kilómetros de Madrid, ha saltado la alarma por la llegada de la enfermedad. Se afirma que en el cuartel hay 11 casos de contagio confirmados, 9 sospechosos, 48 en estudio, y el fin de semana del 22 al 25 de mayo, 508 militares fueron retenidos en el cuartel y sus movimientos controlados.
Los primeros brotes se originaron en México, el segundo país más afectado después de Estados Unidos. La amenaza es global, tal como lo ha expuesto la ministra de Asuntos Exteriores del país azteca.
La Organización Mundial de la Salud ha comparado el nuevo síndrome con la gripe española de 1918. Yo estimo que este organismo ha alarmado y dramatizado en exceso al advertir que la mitad de la población mundial puede llegar a sufrir la enfermedad, si bien la mortalidad será muy baja. Los científicos de altura deben saber más que un simple periodista de la calle, pero a mí me parece exagerada esa profecía. Tales declaraciones contribuyen a generalizar la angustia entre la población. Más aún teniendo en cuenta que desde las pestes medievales el miedo al contagio forma parte de nuestro inconsciente colectivo, y el miedo es más contagioso que el virus. Los catastrofistas que siempre han interpretado el apocalipsis de manera siniestra ya están escribiendo sobre la llegada de los cuatro jinetes.
El héroe de LA PESTE es el doctor Bernard Rieux, figura simbólica de una existencia sin máscara, de una humanidad absolutamente existencial. Personifica el valor, la solidaridad y la generosidad a tal punto que hace decir a Camus: “Lo bueno en el ser humano es mayor que lo malo”. El autor de LA PESTE escribe páginas
conmovedoras sobre la ternura del hombre hacia el hombre. La madre del doctor, con su mirada que lo comprende todo, revela la honradez y la bondad que Camús desea en todos los hombres.
El dibujo de “El Roto”, aludido al principio de esta crónica, parece inspirado en el último párrafo de LA PESTE. La ciudad es finalmente declarada libre, la peste ha sido vencida, se reanuda la vida diaria, la multitud se abandona a la alegría, a lo que detecta “El Roto”, compra de casas e inversiones en Bolsa. Vencida la peste, el doctor Rieux sube a la terraza. Hasta allí llegaba el ruido de la ciudad curada. Del puerto oscuro subieron los primeros cohetes de los festejos oficiales. Todos, muertos o culpables, estaban olvidados.
A la cuenta de tres despertó la multitud. Es cuando el valiente luchador reflexiona: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. El sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
Estas líneas finales de LA PESTE recuerdan el tema del absurdo. El hombre no aprende. Olvida con facilidad y continúa con su ciclo vital, comiendo y bebiendo, dándose en casamiento y hundiéndose en las albercas del placer, hasta que otra epidemia le doblegue. Entonces vuelven la maldición, el llanto, la desesperación y la muerte.
Si quieres comentar o