Sinclair Lewis, Eugene O´Neill, Pearl Buck, William Faulkner. De estos premios Nobel de literatura norteamericanos más o menos contemporáneos de Hemingway, me quedo con éste. Entré en contacto con la literatura original de Hemingway en 1961, el mismo año de su muerte por suicidio. Aquél año, de enero a diciembre, lo pasé en Londres profundizando en el idioma de Shakespeare y tomando un curso avanzado de periodismo. Uno de mis profesores, de apellido Springer, me pidió que leyera en inglés “Death in the afternoon” (Muerte en la tarde), y le escribiera un resumen de 13 páginas. Lo hice y ya no abandoné la literatura del coloso novelista.
En mis constantes viajes a Cuba he seguido sus huellas por la isla. Su primera estancia conocida data de abril de 1927, en una escala de Europa a Florida. En el verano de 1960 conoce a Fidel Castro, en la celebración del Concurso de Pesca Hemingway. Fue la última vez que estuvo en Cuba. El novelista adoraba La Habana. Son célebres sus mojitos y daikiris en “El Floridita” y “La Bodeguita de en medio”. En el Hotel Ambos Mundos, en el corazón de la capital, estableció por un tiempo su base de operaciones. Allí escribió “Muerte en la tarde” y el borrador final de “Por quién doblan las campanas”. En Cojimar, a dos pasos de la capital, frente al mar, obtuvo la inspiración para escribir su novela más famosa, en mi opinión, “El viejo y el mar”. He comido pescado fresco junto a la mesa que Hemingway solía ocupar en el restaurante donde el gran novelista tomaba continuamente notas para su monumento literario.
En diciembre 1940 adquirió Finca Vigía, lugar que fue su puesto de mando a lo largo de 22 años y de donde partía para las grandes batallas como hombre público y literato. Hoy constituye la casa-museo de Hemingway. Ningún turista debería salir de La Habana sin haber visitado “Finca Vigía”.
El libro de Hotchner tiene muchas y buenas fotografías y poca letra. Hotchner conoció a Hemingway en 1948 y le siguió hasta el día de su muerte. De su larga amistad con el autor de “El viejo y el mar” surgió el libro “Papá Hemingway”, traducido a 28 lenguas y publicado en 34 países. Aquí, en “La buena vida según Hemingway”, el autor se limita a una magnífica y curiosa recopilación de citas, muchas de ellas exclusivas, que constituyen un retrato de la sabiduría y el ingenio de Hemingway. Según el traductor de la obra al castellano, Juan Gabriel Vásquez, “por primera vez se ha logrado capturar su personalidad, profunda, contradictoria, apasionada y efusiva, tal como la revelan sus propias observaciones sobre las tristezas, las injusticias y la gloria del mundo que vivió, como una fiesta, este gigante literario”.
Como escritor que absolutamente todo lo redacto a mano, desde un apunte hasta un libro de 300 páginas, me ha divertido esta cita de Hemingway: “Me gusta escribir de pie para bajar la tripa y porque de pie uno tiene más vitalidad. ¿Quién ha aguantado diez
rounds con el culo en una silla? Escribo a mano porque me cuesta más y uno está más cerca del papel al escribir a mano”.
¿Fue Hemingway un hombre creyente? En más de una ocasión dijo que había aprendido a escribir leyendo la Biblia, pero no creo que practicara sus enseñanzas. Sus biógrafos confirman que vivió toda su vida obsesionado por la idea de la muerte. La llamaba “la gran dama”, “la repelona”; aún así la muerte no le obsesionó hasta el punto de buscarle solución al problema. Si no podemos colgarle el cartel de ateo, agnóstico sí que era. Y sin duda alguna, materialista práctico, convencido, amante de la buena vida, de las mujeres, de los placeres y del alcohol.
En 1927 escribió un cuento que se menciona muy poco y no se incluye en sus Obras Completas. Se titula “Un lugar limpio y bien iluminado. Aquí Hemingway reescribe el Padrenuestro desde una perspectiva negacionista, nada existe, todo es nada, nada somos, en nada acabaremos.
He aquí el relato: “Nada nuestra que estás en la nada, nada sea tu nombre, venga a nosotros tu nada y hágase tu nada así en la nada como en la nada. La nada nuestra de cada día dánosla hoy, y perdona nuestras nadas así como nosotros perdonamos a nuestras nadas. Y no nos dejes caer en la nada, mas líbranos de nada; pues nada”.
Dijo Faulkner que a raíz de la publicación de “El viejo y el mar” Hemingway encontró a Dios. No lo creo. Lo que sí creo es que “El viejo y el mar” es una parábola bíblica. Si después de luchar contra los elementos de la naturaleza llegamos a puerto con el esqueleto de un pez, es decir, con las manos y la vida vacías, ¿qué sentido habrá tenido nuestra existencia temporal? En “El viejo y el mar” dice: “Se necesita que el hombre sepa morir; es la prueba que decide la victoria o el fracaso sobre todo lo que existe”.
Hemingway supo vivir, hasta extremos de locura, pero no supo morir. Lástima.
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