Escuchar y ser escuchado

Así finaliza Isabel Pavón su excelente artículo del pasado día trece de febrero bajo el título “El ministerio de la oreja”. Con la oreja se puede oír y escuchar. Dos palabras que, aunque sean gramaticalmente sinónimas, tienen matices y diferencias entre si.

Es posible oír sin escuchar por simple distracción, como cuando tenemos la radio en marcha sólo para que nos haga compañía. Otras veces por una actitud deliberada de no prestar atención a lo que oímos. Ese es el caso de un niño pequeño que mientras su padre le hablaba se dedicaba a mirar distraído hacia otra parte. Desesperado el padre tomó la cara del niño con una mano y situó la suya a escasos centímetros, frente a frente, a la vez su hijo desviaba su mirada hacia el techo, pese a tener la cabeza inmovilizada, con tal de no atender.

No creo que nadie haya escapado a la asfixia de intentar decir algo y percibir el otro no está dispuesto a escuchar bajo ningún concepto. Esa sensación de estar hablando con una pared. Quién no ha sentido la rabia ante un interlocutor que, cuando ha cogido por los pelos lo que se le quería decir —o más bien creyendo haber captado la idea a la perfección— reacciona de inmediato con multitud de palabras.

Todos hemos tenido en alguna ocasión la desagradable experiencia de recibir una opinión precipitada y superficial, seguida de una sentencia —acertadísima para quien la dicta pero de todo alejada de la realidad— para desembocar en una solución simplista y una receta infame, cuando lo único que buscábamos era sincerarnos y ser comprendidos. ¿Quién no se ha encontrado con que el confidente escogido ha intentado organizarle a uno la vida en lugar de escuchar sin más?

Gracias a Dios hay personas que saben escuchar activamente —pocas, pero las hay—. Uno se siente valorado y estimado cuando el silencio significa “estoy a tu lado” o “no sé si te entiendo pero te comprendo”.

Cuánto bien hace conversar con alguien y percibir que está interiorizando todas y cada una de las cosas que le decimos, que está metiéndose en nosotros y sintiendo nuestros sentimientos, que no da ni quita razones, que no toma partido, que no nos juzga, que no sentencia y que no receta.

Nos hace mucho bien que nos escuchen con empatía. Sería muy bueno que desarrolláramos cada uno de nosotros la habilidad de escuchar con empatía.