Buena muerte y mal espectáculo

Ya ha anunciado que, a partir de ahora, no presentará cargos criminales contra las personas que ayuden a sus seres queridos en el suicidio asistido, cuando padezcan enfermedades terminales y su calidad de vida se haya deteriorado hasta el punto de contemplar la muerte como un alivio.

Hay que reconocer al enfermo la valentía de plantarle cara a su situación y tomar una decisión grave y trascendente. Es muy difícil el papel de la familia que vive el desgaste de verle sufrir de manera tan prolongada sin otra expectativa que la muerte después de tanto padecimiento estéril. Por si no hubiera bastante algún familiar cercano tiene que decidir si accede o no a su petición de ayuda para quitarse la vida.

No se deben dar recetas simples desde la comodidad de un despacho o bajo la simple normalidad de nuestra vida cotidiana.

Quienes han vivido situaciones parecidas saben hasta qué punto se alteran las emociones con el paso de los días, el cansancio acumulado y la convicción de que la situación no tiene vuelta atrás. Mantener la objetividad en esos momentos es misión casi imposible ante cualquier decisión que se tome.

Frente a la desesperanza de los que no tienen esperanza nos reafirmamos en Cristo como nuestra “esperanza viva” que, más allá del sufrimiento en este mundo y la misma muerte, nos espera para que estemos con él en la eternidad.

Desde este lado de la muerte estamos “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tito 2:13). No coincidimos con quienes se consideran propietarios de sus vidas, creemos que “no sois vuestros” (1ª Corintios 6:19), que Cristo es el “autor de la vida” (Hechos 3:15) y que él es el único que “tiene vida en si mismo” (Juan 5:26)

Las últimas encuestas indican que la opinión es mayoritariamente favorable al suicidio asistido pero, a pesar de ir contracorriente, quienes reconocemos la autoridad a la Biblia estamos convencidos de lo contrario.