Crisis económica mundial 2008 (III)Después que los ñus y Apolo nos hayan ilustrado sendos aspectos del origen de la crisis actual, ha llegado el momento de echar mano de las vacas para que nos aleccionen sobre el tercero. Sí. Han acertado. De aquellas siete vacas gordas y otras tantas flacas que el faraón soñó salían del río y que con su aspecto simbolizaban, respectivamente, la abundancia o prosperidad y el hambre, que, debidamente contextualizado, podemos calificar sin temor a equivocarnos de crisis (Gén. 41).
Pues bien. Como saben las primeras en salir fueron las gordas y lustrosas y después las siguieron las famélicas y enjutas. Y como también saben, éstas se comieron a aquéllas.
Pero eso fue un sueño que no llegó a materializarse debido a la interpretación de José y a su posterior propuesta, que consistió, ¡oh!, sacrilegio de los sacrilegios, en proponer una intervención del estado en la economía. Porque, con todos los respetos, esto no es un relato para niños que aún tienen que aprender lo que significaba el vocablo “faraón”. Es uno para adultos que ya saben que el faraón no era sólo un individuo, un, permítaseme el anacronismo, un ciudadano más; el faraón representaba y encarnaba el estado, era su figura. Y su actuación en este terreno es tan decisión del estado como la de ir a la guerra.
Buena prueba de ello es que todo el asunto transcurre en el ámbito del ejercicio del poder. Adivinos, que nunca faltaban en las grandes ocasiones, y sabios, que, en realidad, eran consejeros.
El intento de descifrar el sueño es un fiasco, hasta que José lo interpreta. Pero si importante fue la interpretación del sueño, más lo fue el remedio que propuso: que el faraón, esto es, el estado decretase un acopio extraordinario de las cosechas durante la época de bonanza a fin de estar preparados para cuando llegase la crisis.
Y la propuesta le pareció bien al faraón. No sabemos si al pueblo, pero da la sensación de que a Yhwh sí le gustó, pues no es ningún secreto que en el relato de José aquél aparece siempre en el trasfondo como guiando los hilos de su vida hasta el final encumbramiento y reencuentro con su familia.
El resultado de todo ello es que, por último, el estado, siguiendo el consejo de José ordenó a sus funcionarios poner gobernadores sobre el país que recogiesen el veinte por ciento de las cosechas durante los años de abundancia para que hubiera reservas con que afrontar los estragos de la crisis que se avecinaba. Según el relato, las medidas dieron tan buen resultado que Egipto pudo mitigar el hambre de sus gentes y, además, exportar.
No sé si lo sabrán, pero el rechazo de medidas de este tipo por parte de los ideólogos del neoliberalismo, de la práctica totalidad de los gobiernos de Occidente y, ¡cómo no! de todos los altos directivos del sector financiero, bancos y aseguradoras inclusive, está en el origen de la crisis financiera.
Crisis de la que el sector financiero español ha salido casi indemne. No porque sus directivos sean más listos que todos los demás, sino porque el supervisor no se dejó arrastrar por la ideología imperante y estableció medidas previsoras tendentes a robustecer la situación patrimonial de las entidades, penalizando las acciones de tipo especulativo que tan dañinas se han revelado.
Entre ellas una que se ha modificado en 2004 para ajustarla a los nuevos criterios contables. ¡Era un calco de las medidas dictadas por el faraón! Imponía que durante los años de bonanza, aquellos en los que la morosidad es baja, las entidades bancarias detrajesen de sus resultados un porcentaje, ínfimo en comparación con el 20% del relato bíblico, a fin de acrecentar las provisiones para cuando llegaran los años de crisis, en los que la morosidad crecería, como está sucediendo. No gustó a los banqueros que se lamentaban porque eso significaría un menor beneficio final, un hándicap importante en este concurso de vanidades en el que se ha convertido la economía. Tampoco a algunos compañeros de trabajo que, subyugados por la ideología del liberalismo a ultranza, entendían que era una intromisión inaceptable. Sin embargo, más allá de cualquier tecnicismo, la idea en sí rebosa sentido común: guardar de lo recogido durante la bonanza para que cuando lleguen los tiempos difíciles no lo sean tanto.
Que el origen de la crisis financiera ha sido la ausencia de regulación es, a día de hoy, un dato cierto, objetivo y reconocido por las más altas instancias financieras internacionales.
Hasta un abanderado de la falta de regulación de la talla del Sr. Greenspan, banquero de banqueros en los USA, al que la crisis financiera le ha supuesto un notorio y considerable descrédito, ha terminado por reconocer, aunque no del todo, evidentemente, que debería haber actuado de otra manera. Y es que la actitud racional, mejor aún, el sentido común frente al riesgo queda neutralizado, en ausencia de la norma, por la presión del sistema que empuja a todos sus actores a asumir riesgos excesivos, casi autodestructivos. Como en el caso de los ñus, ¿se acuerdan?
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