El libro de Dios, fuente continua de inspiración literaria, ofrece inagotables recursos a quienes sepan leer en sus páginas. Y Casona usó de estos recursos, porque el texto de la Biblia le era familiar.
Hay ocasiones en que emplea las Escrituras para hacer reír a los espectadores, como en este pasaje de
Farsa y justicia del corregidor, donde Casona cuenta el divertido juicio al que compareció el posadero Juan Blas, acusado por un cazador, un peregrino, un sastre y un leñador.
“Corregidor. —¿Y puede nadie negar que un animal de monte tire al monte?
Cazador. —Pero, señor corregidor, es imposible. El jabalí estaba muerto y bien muerto.
Corregidor. —Nada hay imposible ante la voluntad de Dios. Muerta estaba la hija de Jairo cuando le fue dicho: “¡Dormida estás, despierta!”
Secretario. —San Juan, capítulo once, versículo cuarenta y tres.
Corregidor. —¿Vas a poner en duda los santos Evangelios?
Cazador. —¿Qué importan ahora San Juan y San Mateo?
Corregidor. —¿Cómo que no importan? ¡ Anote, secretario!
Secretario. —Anoto (Escribe vertiginosamente).
Cazador. —De lo que se trata aquí es de Juan Blas, el posadero. Y yo afirmo que un posadero no puede hacer milagros.
Corregidor. —¡Imprudencia temeraria! ¿No tienen acaso todos los posaderos del mundo el don de transformar el agua en vino como en las bodas de Caná? ¡Anote!”.
En
Los árboles mueren de pie (Acto 1), el falso pastor protestante aparece en escena con la Biblia en las manos. El déan de
La molinera de Arcos (Escena V) dice a Frasquita que el que “en lugar de cuidar de sus ovejas descarría al rebaño con su ejemplo” tiene “pecado de escándalo”. Y agrega: “Según el Evangelio, más le valiera atarse al cuello una rueda de molino y arrojarse al mar”.
En
La barca sin pescador (Acto II), una de las mejores obras teatrales que tiene Casona, la abuela, razonando con Marko sobre el valor de las palabras, dice:
“Abuela. —¿Y es que las palabras no valen nada? Si el domingo, en lugar de emborracharte, hubieras ido a la iglesia, habrías oído lo que dijo el pastor. Y qué bien hablaba el condenado... Decía: “Cuando Jesús de Galilea envió por toda la tierra a sus discípulos, que eran unos pobres pescadores como vosotros, ¿creéis que les dio para luchar la espada o el caballo? ¡No! Les dio la palabra. Y con la palabra sola conquistaron el mundo”.
En esta misma obra, al final del acto segundo, cuando Estela se dispone a bendecir la comida, eleva una oración que es propia de las personas acostumbradas a meditar en la Biblia.
Angelina y Matilde, las dos hermanas de
La tercera palabra (Acto 1), mantienen este diálogo sobre los dos Testamentos:
«Matilde. —(Irreductible). Aunque fueran cinco minutos! ¡ Soy la hermana mayor, y no hay lentejas bastantes en el mundo para comprar mis derechos de primogenitura!
Angelina. —(Levantándose y alzando el tono en un ensayo de rebeldía). ¿Vas a salirme ahora con los Evangelios?
Matilde. —(Más fuerte). ¡Es el Antiguo Testamento!
Angelina. —(Desconcertada). ¡Ah!... Entonces está bien”.
En
La dama del alba (Acto 1), otra de las obras mejor logradas de Casona, la madre se queja pensando que su hija yace muerta bajo las aguas del río, y dice: “Aunque hubiera un palacio no la quiero en el río, donde todo el mundo tira piedras al pasar. La Escritura lo dice: «El hombre es tierra y debe volver a la tierra». Sólo el día que la encuentre podré yo descansar en paz”.
Donde Casona más recurre a la Biblia es, tal vez, en
La sirena varada, la primera obra que escribió estrenada en Madrid el 17 de marzo de 1934. Samy, el “clown” de circo, siempre borracho de vino y de miedo «era un lector fanático de la Biblia» (Acto II). Ricardo, extrañado por este detalle, exclama: “Maravilloso; un “clown” de circo que conoce la Biblia y las estrellas” (Acto 1). Sirena, la hija tarada de Samy, en uno de sus momentos de lucidez, recuerda: “Papá bebía cerveza y se sentaba en el suelo a tocar la guitarra; y se le caían las lágrimas. Después me leía un libro grande que hablaba de Dios” (Acto III). De estas lecturas, Sirena recuerda pasajes enteros de la Biblia. Al final del primer acto repite de memoria hasta diez versículos de
El Cantar de los Cantares. Lo hace con tal dulzura que Ricardo, fascinado, la besa con efusión mientras grita: “Sirena! ¡Sirena! ¡Sirena! Sulamita”.
Citas literales de la Biblia, como las reproducidas aquí, abundan en otras obras de Casona. Pero citar un libro, aunque este libro sea la Biblia, no es difícil. A nuestro entender, tiene más mérito el que el contenido de un libro esté de tal manera vivo en el alma y en la mente del escritor que éste, inconscientemente, muestre en sus obras la influencia del mismo.
Esto ocurre con Casona y la Biblia. El texto de la Biblia le es tan amado, tan familiar, que los personajes de sus obras, sin proponérselo, hablan con frases de la Biblia.
He aquí algunos ejemplos: “El día que a Salomón se le ocurrió la idea de partir a un niño en dos estaba inspirado por una luminosa digestión” (el corregidor, en
Farsa y justicia del corregidor). “Sois la sal de la tierra y el jardín de la vida” (
Farsa de/ Cornudo Apaleado, prólogo). “También el rey David bailaba delante del arca” (el déan de
La molinera de Arcos, Escena II). El Arturo de
El crimen de Lord Arturo (Acto II) se expresa con palabras paulinas, tomadas del capítulo siete de la epístola a los Romanos. Dice: “Creo en una fuerza sobrenatural y misteriosa, que me arrastra a hacer el mal; y en otra misteriosa también, que no me deja hacerlo”
Las citas, frases y reminiscencias de la Biblia se prodigan en su teatro infantil, especialmente en los cinco cuadros que componen la obra
¡A Belén, pastores/ También abundan en las adaptaciones que hizo de obras famosas, tales como en
La celestina, de Rojas; en
El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, y en las dos obras que adaptó de Shakespeare,
Ricardo III y
Sueño de una noche de verano. En su ensayo en prosa sobre el Diablo, la Biblia, por la obligatoriedad del tema, está presente en casi todos los capítulos y particularmente en el apéndice 1, donde Casona describe los nombres que se dan al Diablo en las Sagradas Escrituras.
En esta nutrición bíblica de Casona está, quizás, el secreto de la alegre despreocupación terrena y de la prioridad que en todas sus obras da a las compensaciones espirituales. Federico C. Sainz de Robles atribuye al autor asturiano una pedagogía espiritual cuya raíz, a nuestro modo de ver, hay que encontrarla en su sincero amor por el Libro de Dios.
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