He hecho una locura (parte II)Me he visto con la obligación de dar una respuesta en relación a la experiencia que os conté la pasada semana y que titulaba “He hecho una locura”. Muchos de vosotros me habéis escrito pidiendo que os contara el final de la historia. Pues bien, no conozco ese final, pero sí debo confesar que he tenido un sentimiento un tanto agridulce al llegar al mismo lugar del encuentro y ver que hoy ese señor no estaba. He dado varias vueltas por el sótano pero no había rastro de ese hombre.
A partir de aquí todas las respuestas se transforman en preguntas: ¿Habrá obedecido la palabra que le di o ni siquiera se acordó de lo que le dije después de ese día? ¿Habrá leído algo del evangelio que recibió o lo habrá usado para llenar una papelera más de la ciudad?
Pienso que tal vez estuvo esperando y se fue antes, o tal vez nunca volvió a aquel lugar. He aquí un cristiano teniendo que soportar una vez más un gran saco de interrogantes a sus espaldas y la clara evidencia de que el conocer al Omnisciente no nos libra de nuestra omnipresente ignorancia.
Algunos pueden pensar que efectivamente hice una locura, pero no cuando entregué un evangelio a ese hombre sino cuando creí que el pensamiento que me guió a hacerlo venía de Dios. Realmente es un tema espinoso porque las cosas de la mente no son tan ele
mentales como parecen y suelen traer mucha confusión, pero haremos bien en contrastar los pensamientos que recibimos en nuestra mente con las Escrituras discerniendo el carácter profundo de Dios.
En primer lugar he de decir que ciertamente Satanás conoce la Biblia mucho mejor que cualquiera de nosotros (
Mat. 4,
Luc. 4) aun así su conducta jamás será la de obedecerla, y es aquí donde se muestra la gran diferencia del conocimiento entre el cristiano y su Adversario.
Se trata de un conflicto del uso del conocimiento, sus fines y finalidades.
La actitud del cristiano frente a la palabra de Dios no es sólo la de conocerla íntegramente sino la de obedecerla con integridad. Y por más que analizo el pensamiento que tuve aquél día sólo veo una frase:
“pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis testigos […] hasta lo último de la tierra” (
Hch. 1:8). Lo último que nos pediría Satanás sería que fuéramos a esparcir el evangelio de Jesús por doquier.
Incluso eso sería también lo último que yo mismo pediría desde mi condición natural. Habiendo considerado esto, si hay alguien que impulsa a hacer este acto ¿de quién puede tratarse?
Puede que algunos cuando hayan leído que no he encontrado a ese hombre hayan pensado: “Ves como la voz que escuchabas no era la de Dios…” (Por cierto, y este pensamiento ¿de dónde viene?); otros, los que oraban tal vez, puede que se hayan desanimado al no ver una respuesta más satisfactoria que la ausencia, pero lo cierto es que
no podemos basar nuestra fe en los resultados que esperamos tengan nuestras acciones, porque también aquellos que iban a Emaús (Lucas 24) esperaban que el Mesías que conocieron reinara en esa época y sin embargo fue crucificado.
Por mi parte, seguiré fijándome en ese lugar del metro la próxima vez que pase por allá y quiera Dios que tal vez, en una próxima ocasión, vuelva a escribiros acerca de esta locura.
Con amor,
Daniel Pujol
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