He hecho una locura, acabo de obedecer a mi Dios. Salía de los ferrocarriles en el centro de la ciudad y me dirigía a tomar el metro para volver a casa después de un día de trabajo. El panorama el de siempre: mucha gente, muchos guiris, mucho calor y, en otro estrato, en el más bajo, un pobre sentado en el metro ignorado al paso de tanto samaritano suelto (aunque ni uno bueno). Yo, siguiendo la corriente, pasé por al lado suyo y tan solo le dediqué unos segundos de mi mirada, claro, al estar tan acostumbrado a seguir la corriente… El caso es que pasé el billete por la máquina para entrar al metro y comencé a cruzar todo el andén para tomar la línea que me correspondía para volver a casa.
Mientras andaba, el Espíritu me mandó algo.
Abro un paréntesis: Si la expresión “el Espíritu me mandó” te suena un tanto espiritualoide y fuera de lugar, quiero que consideres algo: ¿Te has fijado que cuando somos tentados a hacer algo perverso decimos que el Diablo nos quiere hacer caer y nos está tentando pero cuando la orden que recibimos es radicalmente opuesta pensamos que simplemente se trata de un pensamiento?
Decimos: “¡bah! Tampoco hay que hacer caso de todo lo que se me pase por la cabeza, seguramente estaré espiritualizando algo que viene simplemente de mi mente”. ¿Te has fijado cómo en nuestra mente sólo hay sitio para Satanás, nosotros mismos y el subconsciente?
Pues por esta vez no. Tomando del discernimiento que hemos recibido por la fe y con los pies en la tierra, entendí y creí que el mensaje que venía a mi mente no era de mí mismo sino de Dios.
Entonces, como decía, el Espíritu me mandó que volviera a contracorriente, saliera del metro por donde había entrado y fuera a aquél pobre que estaba sentado en el suelo y le diera un evangelio junto con las siguientes palabras: “lee esto y cuando lo hayas terminado de leer pide a Jesús que te salve, en dos semanas volveré a pasar por aquí”. “¡JA! ¡Menuda broma!”, pensé: “Señor yo no puedo hacer esto y lo sabes”.
Al instante di media vuelta sabiendo plenamente a dónde me dirigía. Volví a cruzar todo el andén y salí del metro por donde acababa de entrar. Fui a la intersección de pasillos subterráneos y me paré. Vi a aquél hombre a lo lejos y me pareció que miraba. Entonces comencé a andar hacia él mientras arrancaba la portada y las primeras páginas que envolvían mi evangelio de Mateo (nunca me ha gustado que aparezca un programa con los pasos que hay que dar para convertirse de una forma teóricamente correcta).
Al fin llegué, me agaché junto a él y le dije mirándole a los ojos: “Toma. Lee esto y cuando lo hayas terminado pide a Jesús que te salve. Yo volveré a pasar por aquí en dos semanas”. El asintió y yo me fui. Acababa de hacer una locura.
No nos engañemos, si seguimos a Jesús nuestra vida va a ser una completa locura a ojos de este mundo, donde todos van y vienen sirviendo sólo a las cosas de esta tierra podrida que perece. Pero ahora vamos a tener que comenzar a plantearnos muchas cosas si decimos que Jesús es nuestro Señor y que no servimos a ningún otro Dios.
Muchos de vosotros estáis dispuestos y para otros no hay mayor deseo que servir al Unigénito, pero debemos comenzar a levantarnos en fe y pasar a la acción allí donde estemos. Creed, no estamos solos. El Señor es nuestro pastor y absolutamente NADA nos falta si estamos en Él, por lo tanto, que comience la revolución.
“Porque la locura de Dios es más sabia que los hombres” (
1ª Cor. 1:25)
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