Diez años sin Octavio Paz (I)Con la publicación de un volumen de cartas dirigidas al poeta hispano-mexicano Tomás Segovia, el Fondo de Cultura Económica, editora de sus obras completas, se ha unido a esta celebración. Asimismo, en sus diversos niveles, el aparato cultural mexicano ha programado una serie de eventos como parte del gran homenaje que se transmitirá en varios medios de comunicación. Nieto del periodista Ireneo Paz e hijo del político Octavio Paz Solórzano, nació en 1914 en el barrio de Mixcoac.
Octavio Paz Lozano se convirtiría, con el paso del tiempo, en una figura central de la literatura mexicana. En sus inicios, siguió muy de cerca los pasos de Alfonso Reyes, en el ensayo, y de Carlos Pellicer, en la poesía, para encontrar su camino en la afinidad, que nunca abandonó, con el surrealismo.
Sus primeros trabajos poéticos, aparecidos en los años 30, marcados por una militancia izquierdista muy pronunciada (Luna silvestre, ¡No pasarán!, Raíz del hombre) manifestaban una búsqueda estética que se fue definiendo con mayor claridad a medida que entró en contacto con la poesía española de la época con las vanguardias. En plena guerra civil, recién casado con Elena Garro (quien escribiría más tarde la importante novela
Los recuerdos del porvenir), viajó a España en 1937 al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, en donde conoció a los artistas y escritores más notables de la época, con muchos de los cuales se relacionaría más tarde, sobre todo cuando, al fin de la guerra, algunos de ellos se exiliaron en México. En España apareció
Bajo tu clara sombra, el mismo año del congreso. No obstante sus orígenes decididamente socialistas, Paz comenzó a vislumbrar los defectos del régimen estalinista y muy pronto se ubicó en la crítica profunda de la falta de libertades. Al mismo tiempo, dirigió revistas estudiantiles (
Barandal, Taller) que le sirvieron para mostrar sus preferencias, en particular, hacia la tendencia del grupo Contemporáneos (Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, entre otros), que en esa época luchaba por instaurar una visión más cosmopolita de la cultura, ante los embates del nacionalismo. En ambas revistas aparecieron sus primeros ensayos, entre los que destaca “Poesía de soledad, poesía de comunión”, una especie de trabajo programático que anunciaba lo que serían sus grandes obras dedicadas al tema de la escritura poética, su gran pasión, y en donde encontraba relaciones entre la revelación poética y la presencia de lo sagrado, aun cuando había roto relaciones con el catolicismo heredado de su familia materna, de origen andaluz.
En los años 40 inició su periplo por Europa y Estados Unidos, trabajando en el servicio diplomático. En 1949 publicó
Libertad bajo palabra, reunión de su poesía que consideró su primer libro y que lo dio a conocer ya como un autor plenamente dueño de sus facultades. En Francia tuvo estrecho contacto con el ambiente surrealista, y fue allí adonde a comienzos de los 50 redactó
El laberinto de la soledad, libro con que se ganó un gran número de enemistades, debido a que tomó ideas y elementos de varios autores sobre lo que entonces se conocía como “el ser nacional”. Esa misma década vio cómo se multiplicaron sus títulos de ensayo y poesía, pues publicó
El arco y la lira (1956), primero de sus volúmenes sobre el arte de la poesía que explora con amplitud sus vasos comunicantes con la religión, desde una perspectiva de raíz romántica,
Las peras del olmo (1957),
Piedra de sol (1957), uno de sus títulos poéticos fundamentales, dada su calidad y su empeño experimental, y
La estación violenta (1958).
Para entonces, ya era reconocido como uno de los poetas más consistentes y propositivos con una obra en expansión que concentraba los logros de la tradición hispánica y los mejores aspectos de la poesía moderna, pues había asimilado muy bien las lecciones de T.S. Eliot, Ezra Pound y sus maestros franceses. Los años pasados en Estados Unidos le permitieron conocer muy de cerca los nuevos desarrollos en dicho país, además de que había bebido profundamente de las fuentes de la poesía española. En 1963 obtuvo el Gran Premio Internacional de Poesía, con lo que empezó a recibir los reconocimientos literarios más importantes.
La década de los 60 fue muy intensa para su trabajo, pues continuó con su crítica al socialismo real, lo que le acarreó virulentos ataques al redefinirse como un defensor de la tradición liberal. En ese sentido, fueron muy importantes sus debates con varios representantes de la izquierda mexicana, como Carlos Monsiváis, con quien entablaría fuertes controversias. El periodo que vivió en la India (como embajador) hizo que su escritura se inclinara fuertemente hacia el Oriente, testimonio de lo cual es
Ladera este (1969)
, adonde se incluye el poema
Blanco, uno de sus trabajos más experimentales y deslumbrantes, en la línea de
El mono gramático (1974), ejercicio de prosa poética que colinda con el ensayo también.
En 1968 renunció a su puesto como protesta por la matanza de estudiantes en Tlatelolco. Ese suceso adelantaría su regreso a México, aunque antes dictó una serie de conferencias en la Universidad de Harvard, que aparecerían bajo el título de
Los hijos del limo: del romanticismo a la vanguardia (1974)
, segunda gran poética, ahora desde el punto de vista histórico; allí estudia el tema de la analogía y su desarrollo en la poesía occidental. Ya en México, fundó la revista
Plural, que abandonó en 1976 cuando el régimen intervino el periódico que la publicaba, e inició
Vuelta, que dirigió desde 1977 hasta su muerte, y siguió publicando libros de ensayo y poesía.
Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982) lo enfrentó directamente con representantes del catolicismo que no aceptaron su interpretación de la vida y obra de la gran poeta novohispana.
Tiempo nublado (1983) discute los problemas que quejaban al mundo previos a la caída del Muro de Berlín. Allí expone la idea de que los países latinoamericanos no han entrado cabalmente a la democracia por ser “hijos de la Contrarreforma”, a diferencia de Estados Unidos, “hijo de la Reforma”, lo que le posibilitó, en general, su acceso a la modernidad.
En 1979 reunió toda su poesía y en Árbol adentro (1987), su último libro, reunió los textos de madurez que fue publicando en diversas revistas. “Carta de creencia”, que cierra el volumen, es un alegato de raíz bíblica en el que la pareja humana sale del Paraíso para enfrentar su destino. Como Milton en
El Paraíso perdido, Paz presenta a la humanidad en el trance de poseer el mundo con la mirada puesta en la posibilidad del amor:
La pareja
es pareja porque no tiene Edén.
Somos los expulsados del Jardín,
estamos condenados a inventarlo
y cultivar sus flores delirantes,
joyas vivas que cortamos
para adornar un cuello.
Estamos condenados
a dejar el Jardín:
delante de nosotros
está el mundo.
Coda
Tal vez amar es aprender
a caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos
como el tilo y la encina de la fábula.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Plantó un árbol.
Yo hablo
porque tú meces los follajes.
La otra voz: poesía y fin de siglo, publicado el mismo año en que ganó el Premio Nobel, cierra magistralmente su visión acerca del lugar, función y posibilidades de la poesía en un mundo tecnologizado. Su apasionada defensa de la poesía (como la que escribió Shelley en su momento) lo hizo dialogar íntensamente con la cultura de su época para demostrar la forma en que, a pesar de ser domesticada por el poder,
Pasión crítica, título de un libro que reúne varias entrevistas (1985), bien puede resumir la trayectoria de este ensayista que se afanó por entender su época y le aportó, además de un conjunto de poemas inolvidables, una reflexión ética, estética y política que bien puede servir, todavía, para interrogar los tiempos presentes.
En la siguiente entrega abordaremos algunos aspectos de su poesía.
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