El Pediatra

Llegado el momento del parto han actuado conforme a lo previsto, se han ido los tres juntos a la clínica. Tras el nacimiento han juntado a los dos hermanos y han hecho un intercambio de regalos en presencia de los abuelos.

El mayor entrega al recién nacido un muñeco en cuya compra ha participado y, a su vez, el pequeño le da a través de los padres un equipaje de su equipo de fútbol favorito. Todos los presentes extreman su atención al mayor.

La habitación se queda en silencio cuando entra el pediatra porque todos están pendientes de lo que va a decir «felicidades a los padres, habéis tenido un bebé precioso».

Los asistentes sonríen satisfechos aunque alguno mira con cara de estar pensando «si se te ocurre decir lo contrario sales de aquí por piernas». Continúa el médico «le he hecho la revisión y está completamente sano» —primera cosa interesante, piensa el malicioso—.

Cuando va a salir se percata de que está allí el hermano mayor y se queda un momento más.

«Los tres habéis tenido un bebé, no sólo los padres porque eso abocaría a los hermanos a una competencia brutal» dice con naturalidad.

Es imposible decir más con tan pocas palabras. Con destreza profesional —aunque provocando un sobresalto en los abuelos— toma al bebé de su cunita y lo pone con rapidez en los brazos de su hermano que está sentado junto a la madre en la cama. De inmediato la cara del niño se ilumina con una sonrisa de satisfacción porque con ese gesto ha entendido que el bebé es suyo también. Los cuatro están implicados en lo mismo.

El médico se va como si nada pero ha dejado un elemento de reflexión. Se puede amar a alguien sin odiar al vecino. Es mejor la integración sin bandos que fomentar la exclusión. Es posible tener aspiraciones sin envidiar a nadie.

Ojalá este niño sea educado en buscar la excelencia sin competir.