Hacia un concepto realista de familia (V)La tercera forma de expresar el amor en la familia es la toma de decisiones. Las decisiones son el sello que rubrica nuestras actitudes y expresiones de amor, y las palabras.
Podríamos parafrasear al apóstol Pablo en su célebre cántico de
1 Corintios 13 y decir: «Si muestro las mejores actitudes y no me faltan palabras de amor, pero no lo demuestro con mis actos y mis decisiones vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe». Las decisiones son la demostración del amor, en especial aquéllas que implican «estar al lado de».
Observemos de nuevo la familia de Rut.
«Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella» (
1:14). Algunas versiones traducen por «se colgó de Noemí» o «se aferró a Noemí», bellas expresiones que ilustran con gran fuerza poética la intensidad del momento.
Era la hora de la verdad. De muy poco habrían servido las memorables palabras del v. 16 —anteriormente comentadas en otros artículos de esta serie— si Rut hubiese tomado el mismo camino que Orfa. Ésta se limitó a expresar sentimientos: «lloró», pero ahí terminó su demostración de amor.
Rut, en cambio,
tomó la decisión de permanecer al lado de su suegra hasta la muerte.
Era el sello que rubricaba sus palabras de amor.
Otro ejemplo lo vemos en Noemí cuando toma la iniciativa para que Rut pueda casarse. No se limita a darle un consejo yago, sino que ella misma da los pasos concretos para que su nuera y Booz puedan conocerse y le instruye en todos los detalles para que la relación acabe en matrimonio (
3:1-4). Y ¿qué diremos de Booz? Primero hubo palabras de amor y de consuelo que Rut misma reconoce:
«Señor mío, halle ahora yo yacía en tus ojos; porque me has consolado y has hablado al corazón de tu sierva...» (2:13). Pero a las palabras le siguió la decisión:
«Booz, pues, tomó a Rut y ella fue su mujer» (
4:13).
Hay ciertos momentos en la vida cuando no son suficientes las actitudes o las palabras. Les llamamos momentos decisivos precisamente porque requieren decisiones. En último término, el amor se demuestra a través de las decisiones tomadas a largo de los años. En la vida de familia estas decisiones vienen a formar un poso que se va sedimentando en el fondo de! matrimonio. Este poso acumulado puede ser para bien —cuando las decisiones fortalecen el amor— o para tensión y conflicto cuando contradicen el amor.
La puesta en práctica del amor familiar no es una opción, es un deber. Y no lo es sólo para los creyentes. Lo que hay en juego es el futuro de nuestra sociedad.
Son muchos los problemas sociales hoy en cuyo origen aparece la ruptura de la familia. La violencia es, quizás, el mejor ejemplo. En todas sus tristes variantes —violencia doméstica, delincuencia juvenil o incluso las guerras— encontramos un embrión de crisis familiar en su génesis.
Es interesante estudiar la vida familiar de dictadores sanguinarios como Stalin o más recientemente el yugoslavo Milosevic quien llevó a su país a las más oscuras páginas de violencia en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué vivió este hombre en su vida familiar? ¿Qué ambiente respiró su sensibilidad infantil y juvenil? El padre se suicidó cuando él tenía 21 años; poco tiempo después se suicida su madre; para completar semejante atmósfera de violencia y trauma, le sucede luego el suicidio también de su tío. ¿Le sorprende a alguien que un ambiente familiar así contribuya poderosamente a forjar un carácter cínico y duro en extremo? ¿Conoce el lector algún gran déspota que se haya criado en un ambiente de ternura y amor familiar?
Estas tres herramientas que decíamos —actitudes, palabras y decisiones— son el instrumento que puede transformar una casa en hogar. Hay millones de casas en el mundo, pero ¿cuántas son un hogar? El hogar se caracteriza por el calor —calor de hogar— que proviene de la práctica del amor y es una de las mayores bendiciones que puede experimentar una persona en esta vida. Es la antesala del cielo. No es casualidad que David, en uno de sus salmos, afirme:
«Dios hace habitar en familia a los desamparados» (
Salmo 68:6).
Llegados a este punto, nos preguntamos con cierto aire compungido: «Y para estas cosas, ¿quién es capaz»?
Nos invaden entonces la frustración, la impotencia o incluso los sentimientos de culpa. Ello nos lleva necesariamente a la tercera clave, para los creyentes la más trascendental porque viene a ser la clave de las claves. La veremos la semana que viene, finalizando así esta serie de artículos.
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