Ingersol, el famoso ateo autor de libros tan destructivos como “Las equivocaciones de Moisés” y otros semejantes, fue hijo de un pastor protestante.
Thomas Paine, popular ateo norteamericano, autor, entre otros libros negativos, de “La Edad de la razón”, fue educado en los rígidos principios de la religión de los cuáqueros.
De los Premios Nóbel de Literatura que ha tenido Norteamérica, ninguno de ellos se ha destacado por la defensa de la doctrina de Jesús. Algunos han hecho todo lo contrario.
El primero de ellos,
Sinclair Lewis, no solamente se rebeló contra la fe cristiana, sino que además desveló su podredumbre moral y su hipocresía religiosa en “Elmer Gantry”, su obra maestra. Su profundo dominio del tema muestra hasta qué punto conocía Lewis la hipocresía de algunas denominaciones protestantes en Norteamérica.
Eugene O´Neill, el renombrado dramaturgo autor de “Deseos bajo los olmos”, que en su época de estudiante pasó por varias universidades católicas en los Estados Unidos, expresa su fatalismo religioso en “Anna Christie”, y sostiene en su “Electra” que la violación de la moral social es más culpable que la ofensa a la divinidad. O´Neill escribe y vive como un ateo práctico.
El tercer Premio Nóbel norteamericano,
Pearl Buck, tampoco se salva del naufragio religioso. Buck nació en China, donde su padre ejercía de misionero protestante. Ella misma estuvo casada en primeras nupcias con otro misionero, John Lossing Buck, con quien vivió cinco años en China y del que se divorció más tarde.
Si bien es cierto que Buck no ha atacado la fe cristiana, también es verdad que el Cristianismo nada tiene que agradecerle. Su literatura ha contribuido a que los occidentales conozcan mejor las costumbres de la China de principios de siglo, pero nada ha hecho a favor de la fe cristiana.
William Faulkner tuvo una educación religiosa rayana en el puritanismo. Como buen sureño, fue formado en el más puro conservadurismo protestante. Sin embargo, sus obras son un reflejo del desprecio con que trata los valores cristianos. Es un maravilloso pintor de la vida norteamericana, al igual que Lewis, aunque partiendo de bases diferentes, pero leyendo sus libros a nadie se le ocurrirá convertirse al Cristianismo ni tampoco mejorar su vida espiritual.
Es cierto que Faulkner ha tocado el tema de la culpa y de la salvación en “Réquiem por una mujer”, y ha tratado de los valores religiosos en “Una fábula”, pero todo ello de cielo abajo, con una visión puramente humana de estos temas. La redención y la expiación en la obra de Faulkner vienen mediante el sufrimiento y la muerte, no en virtud de un plan divino.
En cambio, en “Santuario” arremete contra la hipocresía religiosa que vive y palpita en los puritanos del Sur y desvirtúa los valores espirituales del Cristianismo.
A
Ernesto Hemingway,le importaba tanto la moral cristiana, que cuando se cansó de la vida se pegó un tiro y se fue a la eternidad, en la cual nunca creyó.
Hemingway confesó que aprendió a escribir leyendo la Biblia, pero poca fue la influencia espiritual que el Libro de Dios ejerció en su vida.
Su obra es un continuo meditar sobre la muerte, a la que siempre tuvo miedo.
“Muerte en la tarde”, “Siesta” y “Verano sangriento” son un canto fúnebre a la muerte, a la muerte violenta en los ruedos taurinos de España. En su obra maestra, “El viejo y el mar”, dialoga con el pez que le quiere arrebatar la vida.
Hemingway deleitó a sus lectores mediante libros bien escritos, pero que siempre dejan un sabor a pesimismo, a angustia, a desesperanza. Conducen a la frustración de la vida más que al cultivo del alma espiritual.
Menciono aparte a
Tomás S. Eliot, porque, aun cuando nació en Saint Louis, Missouri, al concedérsele el Premio Nóbel de Literatura en 1948 era ciudadano británico, nacionalidad que adoptó en 1927, renunciando a su pasaporte norteamericano.
Este poeta es el único entre los grandes autores nacidos en Norteamérica con una preocupación espiritual en su obra. El mismo año que adoptó la nacionalidad británica se hizo miembro de la Iglesia anglicana, y a partir de entonces toca con frecuencia temas religiosos. Así en “Miércoles de Ceniza”, donde encuentra en la religión un escape a su angustia íntima; en “La roca”, obra plagada de versículos bíblicos, y en “Reunión de familia”, en la que se preocupa por el tema de la salvación.
Ya es mucho que Eliot no naufragara en la fe cristiana, como otros escritores de su época, pero tampoco puede decirse que el poeta ejerciera un magisterio espiritual desde su elevada cátedra literaria. Se limitó a resolver su problema íntimo, pero poca fue la ayuda que prestó a los demás.
Todos estos hombres habrían podido revitalizar el mensaje cristiano con su natural sabiduría humana. Pero no lo hicieron. Y, además volvieron la espalda a Cristo. Fueron víctima de la incredulidad. De una incredulidad cuya principal causa hay que buscarla dentro de las denominaciones cristianas, en los líderes de la fe, que han sido más obstáculo que ayuda al mensaje de Cristo.
Han presentado un Cristianismo desfigurado, humanizado en sus líneas generales, un Cristianismo compuesto tan sólo por elementos humanos, y el resultado ha sido la deserción y la apostasía.
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