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Cómo conocer y hacer la voluntad de Dios

Mucho se ha especulado sobre el tema. Y muchos creyentes se hacen la pregunta que encabeza el presente artículo (de José Mª Martínez)
MUY PERSONAL AUTOR José María Martínez 01 DE JUNIO DE 2007 22:00 h

Mucho se ha especulado sobre el tema. Y muchos creyentes se hacen la pregunta que encabeza el presente artículo. Esa curiosidad, por lo general, es sana, pues en el servicio cristiano la aprobación o la desaprobación por parte de Dios depende del conocimiento y cumplimiento de su voluntad (Lc. 12:47-48). Para el Señor Jesucristo la sumisión a la voluntad del Padre era tan vital como el alimento para el cuerpo (Jn. 4:32, 34; Jn. 5:30). Y algunos ejemplos bíblicos nos muestran que nada puede sustituir la aceptación de tal voluntad.

El rey Saúl había recibido de Dios órdenes muy claras acerca del botín dejado por los amalecitas; pero él creyó que sería mejor apropiarse de éste a cambio del sacrificio de vacas y ovejas en honor de Yahveh. ¿Y qué le dice el Señor? «¿Acaso se complace Yahveh tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a las apalabras de Yahveh? Mejor es obedecer que sacrificar» (1 S. 15:1-23). Cuando la voluntad de Dios llega clara a nuestro conocimiento, todo intento de sustituirla por criterios humanos aparentemente más acertados es insensatez y rebeldía cuyas consecuencias habremos de deplorar el resto de nuestros días.

LA VOLUNTAD DE DIOS EN LAS CUESTIONES DUDOSAS DE LA VIDA
No siempre encontramos en la Biblia respuesta a nuestras preguntas. Damos algunos ejemplos (podrían citarse muchos más):
  • Se me presenta la oportunidad de obtener un nuevo empleo. ¿Debo aceptarlo o no?

  • Hay una persona que me atrae poderosamente. Ambos estamos recíprocamente enamorados. ¿Es voluntad de Dios que me case con ella?

  • La relación con mis padres se ha hecho tensa, prácticamente insoportable. ¿Debo abandonar la casa paterna y vivir mi propia vida?

  • Una situación análoga vivo en la iglesia. ¿Debo buscar otra en la que me incorpore como miembro?

  • ¿Quiere el Señor que me prepare para servirle mejor en alguna forma de servicio cristiano?

  • En el círculo de mis relaciones hay una persona con la cual congenio, pero no es cristiana. ¿Qué es aconsejable en tal caso?

  • Me urge comprar un piso. ¿He de solicitar una hipoteca al banco?

  • etc. etc. etc.
PRINCIPIOS GENERALES PARA CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS
En primer lugar hemos de entender que no hay camino seguro al conocimiento de la voluntad divina cuando nuestra consulta admite dudas. La respuesta puede variar según multitud de factores y circunstancias. Nos gustaría que Dios nos enviase un ángel que nos indicara la decisión a tomar. O, al menos, que nos fueran dadas una tablillas al estilo del antiguo urim y tumim del sacerdote israelita en las que aparecía el oráculo de Dios. La consulta sobre la voluntad del Señor en una cuestión determinada no es hoy en día algo que pueda resolverse mediante un talismán, sino por medio de una percepción espiritual y una sensibilidad debidamente desarrolladas. A modo de guía, sugerimos las siguientes pautas:

1. Renuncia a todo prejuicio y a todo intento de justificar lo que a nosotros nos gustaría que fuese la voluntad divina. De lo contrario, cualquier respuesta que no se ajuste a nuestro deseo fácilmente será rechazada con razonamientos fruto del autoengaño. Hemos de ir a Dios con mente y oídos abiertos a su voz, sea cual sea su respuesta.

2. Oración sincera «para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento para que sepáis cuál es la esperanza de la vocación a que él os ha llamado» (Ef. 1:17-18), «que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual. Así podréis andar como es digno del Señor, agradándole en todo» (Col. 1:9-10).

3. Consideración del tema a la luz de la Biblia. En algunos casos la enseñanza de la Escritura es suficientemente clara y nos indica si debemos o no tomar la decisión que nos planteamos. En otros, puede suceder que no hallemos un texto suficientemente claro para decidir la resolución que debemos tomar. Sin embargo, la enseñanza global de la Escritura y el espíritu de la misma siempre contienen luz que nos ayuda a tomar nuestras decisiones. Esa luz será tanto más clara y útil cuanto más ampliamente conozcamos la globalidad de las Escrituras. No podemos fiarnos demasiado de lo que nos dice un solo versículo. Es poco fiable la práctica de abrir al azar la Biblia después de haber orado pidiendo a Dios que nos dé como mensaje suyo el primer versículo que aparezca a nuestros ojos. La experiencia de Agustín de Hipona no debe tomarse como ejemplo a seguir. Él mismo, en sus Confesiones, da testimonio de lo que aconteció. Cuando se debatía en una gran crisis moral, torturado por su conciencia de pecado, oyó una voz misteriosa que decía: «Toma y lee». En aquel momento no tenía a mano en su estancia más libro que un ejemplar del Nuevo Testamento. Lo tomó y lo abrió al azar. Sus ojos se fijaron en el texto de Ro. 13:12-14, que fue determinante de su conversión.

Pero no siempre ese modo de buscar la voluntad de Dios tiene efectos tan positivos. La experiencia de Agustín debería contrastarse con la de aquel creyente que, torturado por un problema, trató de encontrar la voluntad de Dios abriendo -como Agustín- al azar el Nuevo Testamento. El texto sobre el cual se fijaron sus ojos fue el referido al suicidio de Judas (Mt. 27:5). Pensando que algo no había funcionado bien, aquel hombre piadoso repitió la prueba. Esta vez le salió el texto «Ve y haz tú lo mismo» (Lc. 10:37). Insatisfecho, y desechando esta respuesta por inapropiada, probó una vez más. El texto que leyó en el tercer intento fue: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (Jn. 13:27).

La experiencia ha mostrado que en la mayoría de los casos el texto salido al azar nos dirá muy poco o nada que pueda considerarse una respuesta fiable.

En cualquier caso es importante asegurarnos de que no distorsionamos la orientación bíblica con una interpretación de su mensaje sesgada por nuestras ideas preconcebidas.

4. Demanda de consejo a persona capacitada para aconsejar con sabiduría y criterio espiritual reconocidos. «El que obedece al consejo es sabio» (Pr. 12:15). Importantes decisiones de algunos personajes bíblicos se debieron a la intervención de sabios consejeros. Como botón de muestra, recordemos a David en su hora de furor incontenible por la rudeza hiriente de Nabal. La decisión de David era dar muerte a aquel hombre. ¿Era esto la voluntad de Dios? Pronto se vio que no. El sabio consejo de Abigail, esposa de Nabal, fue seguido por David, y lo que pudo haber sido un episodio trágico se convirtió en un ejemplo de sensatez; y el dominio propio, principio de una experiencia apacible y romántica (1 S. 25).

5. Orientación mediante las circunstancias. Éstas en muchos casos pueden ser valiosamente orientativas; pero también se prestan a ser mal interpretadas. En el curso de su Providencia, Dios puede disponer las cosas de modo que nos libre de decisiones equivocadas; o, por el contrario, introducir una circunstancia que aparentemente facilite la decisión correcta. Sin embargo, no siempre las circunstancias son guía infalible. En algunos casos pueden ser engañosas y llevarnos a resoluciones que no corresponden a la voluntad de Dios. Esta posibilidad ha de llevarnos a analizar la situación con cautela, dando una grado de fiabilidad superior a los medios anteriormente señalados. No siempre circunstancias favorables para tomar una decisión indican que nos guían a la voluntad de Dios. A veces «aun el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz» (2 Co. 11:14). El auge espiritual de la iglesia de Antioquía en días de Bernabé y Pablo era una circunstancia que podía conducir a la iglesia a retener en su seno a aquellos dos hombres extraordinarios; así seguirían beneficiándose de su magnífico ministerio. Parecía un criterio muy juicioso; pero no entraba en los planes del Señor, cuya voluntad era diametralmente opuesta. La circunstancia que se daba en Antioquía no tenía por objeto retener a los dos grandes misioneros, sino prepararlos para emprender la gran obra de su vida; de ella se beneficiaría no sólo la iglesia antioquena, sino todas las iglesias que iban surgiendo y de las iglesias de todos los tiempos hasta nuestros días. Una circunstancia determinada puede ayudarnos a entender si apunta a la voluntad de Dios, siempre que coincida con los parámetros ya señalados.

6. La voz interior. Muchos creyentes sostienen que Dios les habla de modo especial, indicándoles lo que deben pensar y hacer. Frecuentemente se les oye decir: «El Señor me ha dicho». Sin embargo, este elemento en la búsqueda de la voluntad divina es el más dudable. Puede esa voz proceder del Espíritu de Dios, como en el caso del joven Samuel (1 S. 3). Y no cabe duda que el Señor puede guiar nuestro pensamiento y «hablarnos» de modo que lo que pensamos y después decidimos es conforme a los planes que él tiene para nuestra vida. No obstante, en muchos otros casos la voz interior no procede de Dios, sino del interior del propio creyente. Tal fue el caso de los falsos profetas en Israel (Jer. 14:14). Por eso lo que atribuimos a Dios creyendo que es revelación suya para guiarnos no pasa de ser una pretensión injustificada. De todos los caminos para llegar a conocer la voluntad de Dios, éste es el menos garantizado, por ser el más expuesto a error. Ello hace necesaria una gran sensibilidad espiritual y un conocimiento sólido de las Escrituras. Lo que hemos dicho bajo el epígrafe anterior, es válido para lo que aquí acabamos de señalar.

A menudo ninguno de los caminos a seguir para conocer la voluntad de Dios es suficiente por sí solo. Conviene complementarlo con los medios expuestos a lo largo de este artículo.

DOS OBSERVACIONES IMPORTANTES
1. No debemos esperar una respuesta sobrenatural del Señor cuando le pedimos que nos revele su voluntad. Es más lógico, y más bíblico, ejercitar las facultades intelectuales que él nos ha dado para discernir lo mejor a la luz de su Palabra.

2. Por atinada que sea nuestra búsqueda de la voluntad de Dios, a menos que ésta la hallemos muy claramente expuesta en la Biblia, siempre habremos de adoptar nuestras conclusiones con reservas. Nunca podremos decir o pensar con carácter absoluto: «Ésto es el plan de Dios para mi vida». Por lo general, siempre quedará la sombra de la duda. Lo máximo que puedo decir es: «Creo que, a través de mis reflexiones, limitadas pero honestas, Dios me guía a tomar tal o cual decisión. Si me equivoco, que él me perdone y en su misericordia me haga conocer mejor lo que quiere de mí y para mí». De una cosa podemos estar seguros: «Por el Señor son ordenados los pasos del hombre y él aprueba su camino. Cuando el hombre caiga, no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano» (Sal. 37:23-24).

Añadamos sinceramente algo más:
  • Una declaración sincera: «Hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado» (Sal. 40:8).

  • Una súplica: «Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán» (Sal. 43:3).

  • Y una entrega renovada: «Heme aquí, oh Dios, vengo para hacer tu voluntad» (He. 10:9).
 

 


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