Hizo el bachillerato en su ciudad natal. Cursó estudios de filosofía en Barcelona, Madrid y Valladolid. Tras viajar por varios países europeos, en 1878 fue nombrado catedrático de literatura en la Universidad de Madrid, cargo que ejerció hasta 1898. Ingresó en la Real academia Española en 1881, en la de Historia al año siguiente. En sus coqueteos con la política fue nombrado diputado conservador por Mallorca en 1884 y senador por la Universidad de Oviedo en 1892. Desde esa fecha ejerció en Madrid como director de la Biblioteca Nacional. Se decía de él que conocía el lugar exacto del millón de libros en la Biblioteca.
Su más autorizado biógrafo, Miguel Artigas, Director de la Biblioteca “Menéndez Pelayo” en Santander, describe así su muerte: “En la casa paterna de Santander, tan llena de recuerdos y memorias de su niñez, frente al jardín de sus juegos infantiles, cerró los ojos a la luz al caer la tarde del 19 de mayo de 1912. Sólo para coger el crucifico soltó la pluma”.
Dicen que su última frase fue: “Lástima tener que morir ahora, faltándome tanto que trabajar”. Tenía entonces 56 años. La muerte fue consecuencia de problemas hepáticos. Unamuno dijo que la debilidad de Menéndez y Pelayo era el alcohol. Otros autores confirman este juicio.
A lo largo de su vida sólo pensó en el trabajo. No llegó a contraer matrimonio. Se sabe que estuvo a punto de casarse con su prima Concha, pero este propósito no llegó a feliz término. Vivió y murió soltero. “Su muerte fue una pérdida irreparable para la cultura española”, escribe Agustín del Saz. Era un auténtico devorador de libros. Sus juegos infantiles consistían en la lectura. Leía todo cuanto caía en sus manos. De joven circulaba entre sus compañeros la leyenda de que Marcelino se pasaba las noches en vela leyendo. Instalado en la Biblioteca Nacional era fama que leía a la vez dos páginas de un mismo libro, una con cada ojo, conservando además memoria fiel de la página y la línea en que se hallaba tal o cual sentencia. En los libros adivinó el medio poderoso capaz de franquearle todos los caminos de la sabiduría. Llegó a poseer una biblioteca con 45.000 volúmenes.
Menéndez y Pelayo fue absolutamente fiel a la Iglesia católica, con una fidelidad sin condiciones. Desde entonces España no ha producido otro escritor secular tan obediente a las directrices de la Iglesia.
Su pensamiento patriótico giraba en torno a la idea de que la unidad que había convertido a España en un gran Estado fue fundamentalmente la Iglesia católica. Por consecuencia
argumentaba que no se podía ser buen español sin ser buen católico. Según su propia expresión, fue católico a machamartillo. “Católico sincero, sin ambages ni restricciones mentales”, proclamaba.
Miguel Artigas cuenta que el año 1881 se celebró con gran lujo de discursos el centenario de Calderón de la Barca. Acudieron intelectuales de muchos países. Habían hablado ya varios oradores de todo menos de Calderón. Menéndez y Pelayo, que entonces era un joven de 25 años, pidió la palabra y pronunció un brindis que armó revuelo entre los asistentes y que luego circularía por toda España. Dijo: “Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica y romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo. Por la fe católica, que es el substratum, la esencia, lo más grande y lo más hermoso de nuestra teología, de nuestra literatura y de nuestro arte”.
De su fidelidad inquebrantable a la Iglesia católica da fe el párrafo final que escribe en el tomo primero de los Heterodoxos Españoles, fechado en Santander el 9 de diciembre de 1876. “Como en este artículo y en algunas de las cartas anteriores he tratado puntos enlazados con el dogma –dice- y quizá por mi escaso saber teológico se haya deslizado alguna expresión inexacta, concluyo….sometiendo todas y cada una de mis frases a la corrección de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica, en cuyo seno vivo y quiero morir”.
La inconcebible capacidad de trabajo que tenía Menéndez y Pelayo produjo una obra ingente, que llena la historiografía literaria del país a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Imposible sería reseñar aquí todas las publicaciones debidas a la inagotable pluma del inmortal polígrafo. Sólo la bibliografía que recoge el ya citado Miguel Artigas en su libro LA VIDA Y LA OBRA DE MENÉNDEZ Y PELAYO sobrepasa el número de 250 trabajos. Yo poseo en mi biblioteca 65 gruesos tomos, publicados por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en 1946.
De estos, ocho tomos corresponden a la
HISTORIA DE LOS HETERODOXOS ESPAÑOLES.
Es esta una obra apasionada y apasionante. Enrique Sánchez Reyes afirma que Menéndez y Pelayo continúa y continuará siendo por mucho tiempo el autor de los
Heterodoxos. Es su obra más conocida. Aunque el primer tomo aparece cuando el autor santanderino tiene 26 años, la inició a los 20.
HISTORIA DE LOS HETERODOXOS ESPAÑOLES es la mejor, la más completa, la más documentada obra que existe sobre el protestantismo español.
En ningún otro lugar como en ella hallará el historiador de hoy una fuente más amplia y más fiable. Dice el autor que para escribirla hubo de recorrer las principales bibliotecas y archivos de España y de los países que fueron teatro de las escenas que describe.
Desde los erasmistas españoles en el tercer volumen de la obra hasta la Constitución de 1876, primera que contempla la libertad religiosa, en el último tomo, el octavo, la obra es de sumo interés para conocer el pensamiento parcial de su autor y el largo camino que, a lo largo de cuatro siglos, anduvieron insignes figuras del protestantismo español hasta alcanzar la meta fijada por la Constitución de 1978, que hizo posible la transición a la libertad y al reconocimiento de los derechos de los protestantes, tan denostados incluso en las miles de páginas que componen la HISTORIA DE LOS HETERODOXOS ESPAÑOLES.
Si quieres comentar o