Quien responde, de entrada, se define y dice: “…pensando en el católico común y en los que están ya en algún grupo pero no tienen una sólida formación en la fe: no es nada recomendable”. Y apunta una serie de argumentos, que te resumo:
1. Cualquier tipo de canción que lleve “letra” siempre llevará la huella del autor que la compuso. Con lo que se irá asumiendo un lenguaje inexacto que facilitará la pérdida de identidad del católico.
2.- Desafortunadamente hay católicos “comprometidos” cuya auténtica razón para decir que “no tiene nada de malo” es simplemente que esa música les gusta.
Eso hace a un lado cualquier criterio objetivo, como si lo único que importara es que suene bien. Es como escuchar una predicación protestante porque gusta y suena bien. Muchas veces fue así como algunos empezaron y después terminaron en una secta arrastrados por las emociones.
3.- Cuando un católico comprometido escucha continuamente los cantos evangélicos le llevará a divulgar esas ideas y provocar divisiones. Por ejemplo, si alguien le pregunta dónde puede comprar esta música, ¿le dirá que vaya a una librería protestante? Sería incoherente.
4.- Si se acepta la letra de los cantos, entonces también habría que aceptar las predicaciones y la literatura protestantes, pues la música solamente es un medio de transmisión del mismo mensaje.
5.- San Pablo dice: “Todo me es permitido, pero no todo me es provechoso”. Este es el camino a seguir para la persona que de verdad está comprometida con el Señor Jesucristo.
6.- De hecho uno de los ganchos que usan las sectas es precisamente el canto para atraer a la gente. Es como el “queso” que se le pone al ratón en la trampa.
Además, añade una descalificación del cantante antes mencionado y de empresas discográficas católicas que no distinguen entre música ‘cristiana’ y música ‘protestante’; una crítica a locutores y periodistas que tampoco lo saben diferenciar; también hay queja de que algunos premios musicales
cristianos lo meten todo en el mismo saco, etc.
Todo teñido de la protesta hacia el argumento exclusivista que usan a menudo los evangélicos, como si sólo ellos fueran los verdaderos cristianos y los católicos, no. Hay también una referencia histórica del origen tan reciente del protestantismo, etc.
Concluye con la necesidad de una actitud reivindicativa que el católico debiera seguir para evitar tanta confusión: “Ojalá el católico, con este tema, fuera más astuto y listo para no dejarse engañar tan ingenuamente (...) ¿Por qué escuchar cosas diferentes a nuestra fe teniendo tesoros espirituales de cantos tan grandes en la Iglesia Católica…? ¿Por qué en vez de eso no invertimos tiempo y dinero en alabanzas y predicaciones católicas para profundizar en nuestra fe?”
Te he resumido todo esto no por el tema en sí, sino para mostrar lo enrevesado que puede llegar a ser la argumentación a la hora de defender una postura.
Me ha recordado los complejos argumentos que en nuestra juventud se nos daban para defender que determinada práctica era inconveniente. Luego, pasado el tiempo, muchas de aquellas cosas se han visto de otra manera, se han practicado de manera natural y no parece que hayan demostrado ser tan dañinas, para la fe, como se nos decía. Había un importante trasfondo cultural y de costumbre que asociaba una determinada manera de hacer con la voluntad de Dios. Creo que esto ha hecho más daño que bien, porque la vida de Cristo no busca tanto esta formalidad externa sino la relación con él. El evangelio desea la santidad del creyente, pero muchas de estas cuestiones externas poco tienen que ver con la ética cristiana y sí con la tradición. Y, como hemos podido comprobar hasta la saciedad: la imagen del contenedor no asegura la calidad del contenido.
¡Un abrazo!
Carlos
* www.defiendetufe.org/Witt.htm
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