En 1860 la familia se trasladó a Austria, donde Freud desarrolló toda su obra. Aunque la vigencia del psicoanálisis se presenta discutible en la actualidad, la figura del hombre que interpretó los sueños, descubrió la importancia del subconsciente y encontró un camino de acceso a las regiones desconocidas del cerebro, sigue gozando de reconocimiento general en el mundo, especialmente en Occidente. Este revolucionario de la psicología clínica y de la psiquiatría sigue perteneciendo al exiguo número de aquellos que han trasformado toda una cultura y cambiado el curso de la historia del pensamiento.
Freud ingresó en la Universidad de Viena en 1873 y obtuvo su licenciatura en medicina en 1881, después de cumplir un año de servicio militar obligatorio. Durante tres años trabajó en el Hospital General de Viena, dedicándose sucesivamente a la psiquiatría, la dermatología y los sistemas nerviosos.
Exceptuando algunos viajes al extranjero, Freud permaneció en Viena hasta 1938, cuando la situación en Austria se volvió imposible para los judíos. En junio del mismo año se trasladó a Inglaterra con su hija Anna y un grupo de discípulos. El genio contaba entonces 82 años y padecía cáncer. Llegó a un acuerdo con su médico personal, Max Schur, para que la enfermedad no se convirtiera en una tortura innecesaria. León Cohen, en su biografía de Freud, relata así los últimos días del psicoanalista: “Freud quería conservar el control de su vida y la dignidad de su espíritu hasta el último momento. Así Schur, el 21 de septiembre le inyectó tres centímetros de morfina. Freud se durmió y luego repitió la dosis. Al día siguiente le dio una dosis final. Freud entró en coma y ya no despertó más. A las 3 de la madrugada del 23 de septiembre de 1939 Sigmund Freud murió”.
La primera obra importante de Sigmund Freud fue
“La interpretación de los sueños”, donde analiza sueños de sus pacientes y de personajes famosos, publicada en 1900. La última en importancia, aparecida en 1939, el mismo año de su muerte, fue
“Moisés y el monoteísmo”. Entre una y otra, éste hombre de suprema integridad, escritor incansable, dio al mundo obras literarias sobre los más diversos temas, consideradas hasta hoy como inagotable fuentes de sabiduría.
La aportación de Freud a la historia del pensamiento ha sido verdaderamente gigantesca. Sin embargo, en lo referente a la crítica religiosa debemos decir que se precipitó con frecuencia. El religioso y filósofo italiano Agostino Gimelli, en su libro
“Introducción a la Psicología”, afirma: “si uno que conozca la historia comparada de las religiones, el Antiguo Testamento y la historia del Cristianismo ha leído los volúmenes
“Tótem y tabú” y
“Moisés y el monoteísmo” que han sido, en cierto aspecto, el canto de cisne de Freud, tiene suficientes flechas en su aljaba para afirmar que Freud es tan ajeno al mundo religioso que es imposible un diálogo con él o con sus fieles seguidores”.
En el ensayo de 1907
“Los actos obsesivos y las prácticas religiosas”, primer texto importante dedicado a la religión, Freud sostiene que la práctica religiosa, en general, está motivada por intensos sentimientos de culpa. El argumento no resiste la prueba. La religión vive en lo más hondo del alma, en las entrañas del ser y, como lo escribió Ernst Bloch, nos sitúa en la vecindad con El Más Alto, sin que a ello nos lleve sentimiento alguno de culpa. “No me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de quererte”.
“Tótem y Tabú” es de 1913. La obra pretende ser una investigación en psicoanálisis aplicado. El “Tótem” representa de algún modo al padre y su autoridad. Todo lo que le pertenece es tabú, es decir, inviolable, intocable, quien viola el tabú es digno de pena, debe expiar su culpa. Aquí Freud imagina a Dios como fuente de todos los males humanos. Un Dios que exige la renuncia a los instintos más fuertes; un Dios cuya cólera se teme y cuya piedad se invoca.
No es preciso escribir muchas líneas para convencer al lector de que éste no es el Dios de la Biblia. El Dios que se mueve en las páginas de las Sagradas Escrituras nada tiene que ver con el personaje inventado por Freud, complaciente con los instintos perversos y asociales de las criaturas.
Entre 1926 y 1930, cuando aparece su profundo estudio sobre la angustia titulado
“Inhibición, síntoma y angustia”, Freud publica otra obra en la que insiste sobre el tema religioso:
El porvenir de una ilusión”. Aquí afirma que “la religión muestra todas las características de ese fenómeno psicológico que se conoce como ilusión”. El torpe nombre de
ilusión que Freud emplea para describir el fenómeno religioso lo confirman como maestro permanente de la sospecha.
En la última etapa de su vida Freud consagró una atención cada vez mayor a los problemas religiosos. Pocos meses antes de su muerte las librerías anunciaban su último libro importante: “
Moisés y el monoteísmo”. Esta obra, donde se presenta a un Moisés egipcio de Atón, lo que obliga a retroceder un siglo la cronología, es una tentativa para retrasar el proceso religioso y particularmente el judeo-cristiano a otro nacido de la experiencia analítica. El exdirector del Centro de Formación para la Psicología Pastoral de París, Louis Beirnaert, dice al comentar esta obra que “Freud se dejó atrapar en la seducción de su propio razonamiento acerca de la religión en virtud de un prejuicio cientista del cual no se había liberado por completo”.
Tras haber escrito estas cuatro obras en las que trata preferentemente el tema religioso, Freud declaró poco antes de morir que había “Algo que se le escapaba en lo que había descubierto sobre el hombre”. ¿Dios?
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