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Pandemia de prejuicios

Cuando el hablar mal se convierte en un hábito insano, por Beatriz Garrido.
MUY PERSONAL AUTOR Beatriz Garrido 04 DE NOVIEMBRE DE 2006 23:00 h

No sé cuántos de vosotros recordáis el primer programa que la comunidad judía emitió por la segunda cadena de TV en el antiguo “Tiempo de Creer”, hace ya unos cuantos años; pero hubo algo que me llamó tanto la atención, que nunca lo olvidé. Entre otras cosas, los que preparaban aquel primer programa hicieron algo muy interesante: casi al final, a modo de colofón, y mientras sonaba una música hebrea, mostraban imágenes de judíos sobresalientes de alguna manera, gente como Barbra Streisand, Paul Newman o Albert Einstein. Me impresionó tanto aquella manera de presentar a su gente que no lo he olvidado nunca, y en muchas ocasiones he pensado en ello.

Seguro que ninguno de esos judíos sobresalientes eran perfectos. A veces, hemos oído del fuerte carácter de la Streisand, o de lo “maravilloso galán” que era Newman y, ni que decir tiene, lo que Einstein pensaba acerca de Dios. No, aquellas no eran personas perfectas; pero -aún así- los judíos que hicieron aquel programa, se sentían sanamente orgullosos de su gente notable y, en lugar de hacer ver sus errores, se sentían contentos de todos y cada uno de sus dotes, dones, talentos, inteligencia o virtudes.

Todo esto me hizo pensar mucho, en diferentes ocasiones, cuando intenté trasladar este fenómeno a nuestro mundo evangélico. ¿Cómo tratamos nosotros a aquellas personas que nos lideran, a aquellos hombres o mujeres a los que el Señor les ha concedido dones especiales, o aquellos que de alguna manera sobresalen?...

Cuando nos encontramos con alguien que tiene una oratoria buena y fluida, enseguida hay quien denomina a esto palabrareía, verborrea, o “pico de oro”. Cuando alguien hace una buena exégesis, rápidamente se dice que ha hecho un “sermón de seminario”. Cuando alguien tiene una buena y cuidada presencia, al momento se le acusa de vanidad, o esa palabra que encuentro tan hiriente, irritante y trasnochada de “mundano” o “mundana”... Ni tengo que deciros lo que esto se incrementa, aumenta y exagera cuando la persona es una mujer. Cuando alguien habla con un lenguaje actual y adecuado al momento, no acursilado ni espiritualoide, inmediatamente se le tacha de poco espiritual. Y cuando varias de estas aptitudes confluyen en una misma persona, el hecho de decir que “se le arranca la piel a trocitos” es una calificación suave, liviana y aterciopelada.

Hace algunos años, asistí a una especie de retiro en donde había un stand. En aquel stand había unas fotografías de tamaño considerable de uno de los más grandes evangelistas, a nivel mundial, de las últimas cinco décadas; persona de probada fidelidad a Dios y testimonio limpio y claro. Al lado de aquellas fotos, había unos rótulos en letras bien visibles que decían: “¿Lobos con piel de cordero?” Cuando leí aquella infamia, no podía dar crédito a lo que veían mis ojos. Me contuve, por educación y porque -por el hecho de ser mujer- me tengo que morder la lengua muchas veces; pero os aseguro que las náuseas que sentí, fueron como las de un embarazo primerizo.

Al siguiente año volví al mismo retiro y estaba colocado el mismo stand en el mismo sitio. Esta vez había el nombre de uno de nuestros más prestigiosos psiquiatras del ámbito nacional, persona de fidelidad probada al Señor y alguien por quien -personalmente- profeso un gran afecto y admiración. Al lado de este nombre había escrito algo así (no quiero mentir, pues no lo recuerdo exactamente): Sicología, ¿ciencia de Dios o del diablo? Mis náuseas esta vez, fueron como si llevara unos trillizos en mi vientre y me marché de allí horrorizada.

Hay una estatua a la entrada del palacio de Aranjuez muy interesante, es la estatua de una mujer extremadamente delgada, su cuerpo está enjuto, su cara seca, arrugada y con evidentes signos de amargura. Cuando se la observa bien, se ve que en uno de sus tobillos hay un nido de serpientes que le está mordiendo y envenenando. ¿Sabéis qué representa esta estatua bien conocida por muchos?: La Envidia.

Alguien escribió una frase que es para echarse a llorar, pero que es rigurosamente cierta: “La iglesia es el único ejército que mata a sus propios soldados”. ¡Qué triste; pero qué real y verdadero! ¿Cómo tratamos a nuestras “Streisand”, a nuestros “Newman” o a nuestros “Eintein”?... Sí, yo sé que nadie es perfecto, todos cometemos errores y todos hemos hecho o dicho algo en alguna ocasión de lo que luego hemos tenido que arrepentirnos, y es de sabios reconocerlo y rectificar.

El capítulo primero del libro de Job comienza así: >“Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job, y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. Sé que conocéis bien la historia y no puedo pararme a comentarla; pero hay una escena de la vida de este hombre que me llega profundamente al alma (el Señor y yo sabemos por qué), y es cuando sus “supuestos amigos” le vienen a “consolar”, y después que Job ha escuchado de todo: acusaciones de pecado oculto, acusaciones de orgullo, acusaciones de no ser fiel a Dios, etc., etc., el propio Job dice: >“¿Hasta cuándo angustiaréis mi alma y me moleréis con palabras? Ya me habéis vituperado 10 veces. ¿No os avergonzáis de injuriarme?”

¿Lo habéis leído con calma?, fijaros en cada palabra: Angustiar, moler, vituperar, avergonzar, injuriar. Con amigos así ¿quién necesita enemigos?...

Todos sabemos lo que es sobrellevar las críticas dichas a nuestras espaldas, pero a mí, personalmente, se me hacen todavía más duras la críticas, cuando son injustas y dichas a la cara. No puedo reaccionar, me quedo sin palabras, aunque -cuando por fin me quedo a solas- lloro hasta quedarme seca.

Alguien dijo: “Madurar es cambiar una piel suave y un corazón duro, por una piel dura y un corazón suave”. Hay mucho, muchísimo de cierto en esta afirmación; pero yo pido a Dios que mi piel no se endurezca demasiado con los años; prefiero tener que llorar por conservar la piel un poquito blanda que tenerla tan endurecida, que sus poros se cierren al cariño de personas buenas o al abrazo del amigo fiel.

Mi querido hermano o hermana que tal vez estás sufriendo por críticas injustas: ¿Recuerdas a José?... Se vio hundido en la cisterna húmeda y solitaria, se vio vendido por sus propios hermanos, con sus manos atadas por los mercaderes y finalmente, se vio en la cárcel por las injurias y mentiras de una mujer insidiosa, falsa y manipuladora. ¿Sabes qué dijo, años más tarde, José, cuando le puso el nombre a su segundo hijo?: “Dios me hizo fértil en la tierra de mi aflicción”. ¡¡Cómo me llegan al fondo del alma estas palabras!!...

¿Recuerdas a Moisés?... Después de haber servido a Dios fielmente, por tantos años, después de haber visto a Dios abrir en dos mitades el Mar Rojo, y justamente después de haber visto la mismísima gloria del Señor en el Sinaí, es juzgado cruelmente y criticado por su propia hermana. Me encanta cuando dice la Escritura: “Y Jehová descendió en una densa nube y defendió a su siervo.”

¿Recuerdas a Nehemías?... Obedeciendo a Dios, motivó al pueblo y reconstruyó el muro alrededor de la vieja Jerusalén. En determinado momento, hablaron de él diciendo: Está construyendo el muro para poder convertirse en el nuevo rey. ¡Qué injusticia! Pero, sobre todo, ¿recuerdas al Señor Jesús? Le acusaron de comilón y bebedor por sentarse a comer con publicanos y pecadores. Le acusaron de hacer “las obras de Belial su padre”, y las mentiras, blasfemias y un juicio injusto le llevaron a la cruz.

Hay unas palabras que dice Job aún cuando estaba en medio de su profunda prueba y dolor que me parecen de lo más hermoso que se ha escrito en la Palabra y que demuestran el profundo amor, la auténtica fidelidad y el conocimiento íntimo y personal de este hombre por su Dios: “Mas él conoce mi camino me probará y saldré como oro.”

¡Me encanta!... Pueden “quitarnos la piel a trocitos”, pueden decir las críticas más injustas y amargas por activa y por pasiva, a la cara y por detrás; pero... ¡qué tranquilidad! Él y sólo Él, sabe de verdad mi camino y aunque el crisol de la prueba me esté haciendo arder, al final saldré como oro.

Hace más de veintiseis años, cuando nosotros nos casamos, un querido siervo de Dios, hoy ya con el Señor, nos regaló un precioso cuadro que cuelga en un lugar de nuestra habitación, que recoge las palabras del Salmo 37:5,6.- “Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará” (he escuchado estas palabras miles de veces, era el versículo favorito de mi abuela, y nos lo repetía a todas horas); pero el Salmo sigue: “Exhibirá tu derecho y tu justicia como la luz del mediodía”. No fue hasta después de bastantes años que comprendí en toda su profundidad el texto completo, y os aseguro que es tan cierto “como la luz de la aurora” que –en palabras de proverbios- “va en aumento hasta que el día es perfecto”.

¿Eres tú ese tipo de persona de lengua afilada y cortante, que juzgas sin misericordia y destruyes vidas, corazones y ministerios? No olvides algo, Dios sigue estando arriba y él, igual que escuchó cuando María habló contra Moisés y la Escritura recoge: “y lo oyó Jehová”, sigue oyendo, ¡ten cuidado!...

¿Eres tú alguien que está sufriendo injustamente a causa de motivaciones oscuras y despiadadas? Recuerda a Job y su preciosa, aunque difícil historia. Aférrate a tu Dios, quien es el único que te conoce realmente, el único que conoce tu corazón, tus motivos y tus intenciones; y te aseguro -porque lo he vivido- que llegará el momento en que puedas decir con toda el alma: “De oídas te había oído mas ahora mis ojos te ven.”
 

 


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