A Mariano Ávila A., maestro y amigo ejemplar
“El pensamiento económico y social de Calvino”, un libro clásico e imprescindible de André Biéler (IV)Con las
Ordenanzas eclesiásticas de 1541, Calvino comenzó a sentar las bases de una nueva forma de la Iglesia y la sociedad. Luego de su estancia en Estrasburgo, donde aprendió mucho sobre la necesidad de incorporar la disciplina como un elemento más para redefinir la Iglesia, puso en marcha un proyecto que abarcaría progresivamente todas las áreas de la vida, desde lo espiritual hasta lo socioeconómico y político.
Podría decirse que logra, con ello, convertir a Ginebra en
la ciudad reformada, pero no en el sentido de la instalación oficial de una nueva confesión eclesiástica sino en el más estricto, esto es, en el de la aplicación efectiva, con todo y sus fallas, de los postulados de la Reforma.
1. LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LAS ORDENANZAS ECLESIÁSTICAS
Según Biéler, las Ordenanzas fueron “el código moral y legal que gobernaría en Ginebra por más de dos siglos”, pues sólo en vida de Calvino (1561) se le hicieron algunas adecuaciones sobre el matrimonio y la excomunión. Biéler agrega que dicho documento da fe del carácter social de la reforma calvinista, a diferencia de la luterana, “que no atribuía importancia a las instituciones políticas y eclesiásticas” (p. 89).
Es importante recordar que, luego de participar en algunas reuniones en Alemania (donde conoció a Melanchton), Calvino conoció directamente los peligros de subordinar la vida eclesiástica a las autoridades civiles, de ahí que esta “constitución”, comprometida con establecer un orden en la vida social y eclesiástica, se dirigía, en primer lugar, al gobierno de la Iglesia, donde el oficio de diácono, establecido por Calvino como el cuarto en el orden eclesiástico (además de los pastores, doctores y ancianos) muestra cómo el orden eclesiástico referido “a la totalidad de la vida de los creyentes consideraba ambas cosas desde puntos de vista espiritual y material, así como social e individual”.
Los ancianos, a su vez, provocaron disputas entre las autoridades políticas y eclesiásticas debido a que estaban comprometidos con la moral de la ciudad y la disciplina espiritual. Su función consistía en velar la vida individual y amonestar a quienes fallaban o llevaban vidas desordenadas y, en sus negocios, reportar al Consistorio, el cual podía exhortar en un espíritu fraterno. Los ancianos eran asistidos por oficiales de distrito para vigilar a los ciudadanos. No obstante esta situación, Calvino logró que la Iglesia funcionara con independencia de las autoridades. “Al establecer la autoridad espiritual de los ancianos, responsables de la disciplina eclesiástica, las
Ordenanzas instalaron una autoridad que inevitablemente rebasó la de los magistrados en los asuntos que estos atendían” (p. 92).
2. CALVINO, GINEBRA Y EL CAPITALISMO
En el terreno específicamente socioeconómico, Biéler desarrolla en el segundo capítulo de su libro una amplia investigación sobre la “vida económica” antes y después de la reforma ginebrina y continúa con un excelente resumen de la obra social de la Iglesia. El peso de dicha labor recayó en los diáconos, quienes se encargaron de velar por los refugiados, necesitados y enfermos, así como por la educación. A los refugiados se les buscaba trabajo aunque se tomaban en cuenta las condiciones en que habían logrado llegar a la ciudad. En diciembre de 1544, la intervención de Calvino fue decisiva para desarrollar la industria textil que contribuiría al bienestar de la población. La ayuda mutua fue altamente estimulada también.
Al aumentar los costos de la vida y emerger el proletariado, el Estado ginebrino poco a poco ocupó el lugar de las organizaciones sociales y los pastores intervinieron a favor de los trabajadores para mejorar su salario y se establecieron medidas para regular el trabajo. Por otro lado, en Ginebra se permitió el préstamo con interés, aunque limitándolo y, en este sentido, resultan muy llamativos los sermones contra la especulación pues, como advierte Biéler, los pastores de la ciudad no se ocupaban solamente de asuntos doctrinales y estaban preocupados por el bienestar popular. La Compañía de Pastores, con Beza como moderador, fue acusada de favorecer e incluso provocar el descontento popular, pero se respondió a esto al apelar a la libertad para la predicación y su práctica como una forma de servir al pueblo. Biéler concluye que “
debido a su interés por el bienestar de la ciudad, la reforma calvinista favoreció las actividades financieras, pero en relación con el destino de las clases humildes, se opuso a cualquier práctica que fuera en detrimento de su calidad de vida. Actuó sin descanso para conservar un balance adecuado entre el crecimiento económico y la justicia social” (148).
Buena parte del libro de Biéler se ocupa de los fundamentos bíblico-teológicos (o doctrinales) del comportamiento de los reformadores ginebrinos sobre la economía, lo cual parecería ser desproporcionado, pero, de acuerdo con los condicionamientos mentales y espirituales de la época, se presentan como el fundamento real de todo lo realizado, de ahí que otro capítulo se ocupa, inmediatamente después, del bienestar y el control del poder económico, desde una perspectiva teológica sustentada en el análisis anterior, pues la clave hermenéutica que lo preside es la concepción de la enorme dignidad de los seres humanos como imagen de Dios. Por ello, la división temática expone desde su título la profundidad profética de cada asunto: el misterio de los pobres y el ministerio de los ricos se desglosa al revisar los beneficios materiales como signos de gracia; el bienestar y al pobreza como pruebas de la fe; los bienes materiales como instrumentos de Mammon; el uso de los bienes para ministrar el bienestar; el misterio de los pobres; y el orden económico de Dios.
Biéler reconoce que la enseñanza de Calvino fue más allá, en algunos aspectos, que los pensadores medievales y que, además de su lucidez profética acerca de recuperar los postulados bíblicos sobre la solidaridad económica de los pueblos y naciones, el punto de partida para una sana práctica sigue siendo el mismo en relación con “el ministerio de los ricos y el misterio de los pobres”.
El libro concluye con una serie de puntualizaciones al abordaje de varios autores relacionados con el tema, ya clásico, “Calvinismo y capitalismo”, especialmente Max Weber, llama la atención al hecho de que éste trabajó mas bien el comportamiento económico del puritanismo anglosajón.
Sobre el lugar común de Calvino como “el padre del capitalismo”, Biéler argumenta que “debido a que distinguió en la vida de fe y de obediencia las cosas permanentes que se derivan del plan de Dios, por un lado, y las relativas y transitorias que proceden de las estructuras políticas del mundo adonde la fe y la obediencia se expresan, Calvino no fue cautivo de un sistema económico cerrado y de una ética social. Esta libertad le permitió analizar los sucesos económicos y sociales para luego aplicar las constantes de la ética evangélica con un agudo sentido de la actualidad. Calvino y el calvinismo original contribuyeron a hacer más fácil el crecimiento de la vida económica y el surgimiento” (pp. 453-454). Pero, afirma, Calvino nunca habría aceptado la idea de que la existencia económica y financiera tiene sus propias reglas y puede apartarse del plan amante y justo de Dios para todos los seres humanos.
“El calvinismo, en su forma original, no fallaría en advertir los peligros y vicios del capitalismo desde sus inicios y se opondría a ellos con absoluto rigor”. Esta argumentación bien puede utilizarse para analizar críticamente lo que sucede en la economía actual, que se siente liberada de cualquier carga o compromiso ético intrínseco. La paternidad de Calvino, entonces, queda en entredicho.
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