Cinco españoles han recibido el Premio Nóbel de Literatura: José Echegaray (1904), Jacinto Benavente (1922), Vicente Alexander (1977), Camilo José Cela (1989) y Juan Ramón Jiménez.
Al autor de “
Platero y yo” se le concedió el importante galardón en octubre de 1956. En estos días se está conmemorando la efeméride con actos culturales en ciudades que recuerdan por motivos distintos al poeta andaluz.
El eje especial del cincuentenario ha sido su tierra natal. La Universidad de Huelva acogió durante el pasado mes de mayo un simposio internacional en el que tomaron parte especialistas en la obra de Juan Ramón llegados de países europeos y de América. Más de un centenar de expertos renovaron la imagen académica del poeta. El coordinador del Simposio, Luís Miguel Arroyo, declaró que el congreso quería “hacernos descubrir el gran tesoro que tiene el mundo en la obra de Juan Ramón Jiménez”. Los homenajes al poeta de Moguer están teniendo ramificaciones en Nueva York, Puerto Rico, Buenos Aires y se extenderán hasta el año 2009.
Juan Ramón Jiménez nació en Moguer, Huelva, “la noche de Navidad” de 1881. En un párrafo de su autobiografía dice: “Mi padre era castellano y tenía los ojos azules; mi madre es andaluza y tiene los ojos negros”.
En un colegio jesuita de El Puerto de Santamaría, Cádiz, estudió el bachillerato. En la Universidad de Sevilla hizo la carrera de Derecho. En Madrid realizó estudios en la famosa Institución Libre de Enseñanza, donde se fraguó el espíritu de la generación literaria del 27 y parte del 98. “La Institución –confesaría Juan Ramón- fue el verdadero hogar de esa fina superioridad intelectual y espiritual que yo promulgo”.
Su primer trabajo, “
Adén”, un texto en prosa, se publica en Sevilla cuando el poeta tiene 15 años. En 1915 da a la imprenta el libro poético que le catapultaría a la fama, “
Platero y yo”. En catálogos de editoriales figuran más de 60 obras atribuidas a Juan Ramón Jiménez.
En una conferencia de Bartolomé Cossío en Madrid en 1913, el poeta conoce a Zenobia Camprubí, de la que se enamora profundamente. La pareja contrae matrimonio en Nueva York el 2 de marzo de 1916. Inmediatamente después Juan Ramón escribe otro libro muy alabado por la crítica:
“Diario de un poeta recién casado”.
A Zenobia la llamaban “la americanita”. Era una mujer bella, muy culta, hablaba varios idiomas, tradujo al español una parte importante de los escritos del poeta anglo-hindú Rabindranaz Tagore. Encarnación Lemuz, profesora de la Universidad de Huelva, dijo el pasado mes de mayo en la capital andaluza que “sin el quehacer diario de Zenobia no existiría la obra del poeta”. Lemuz insistió en que Juan Ramón fue una persona enferma en sus años de exilio; “Exilio, enfermedad, depresión y creación poética es un todo para el poeta en esta etapa y es de reconocer el esfuerzo diario de Zenobia para que cada mañana el poeta se sentara a escribir y tratara de transmitir su sufrimiento”.
Al estallar la guerra civil española en 1936 el matrimonio abandona España. Viven en Nueva York, Florida, Cuba, viajan por Uruguay, Argentina, en 1951 se instalan definitivamente en Puerto Rico.
Ingresada en un hospital de la capital en estado grave, el 25 de octubre de 1956 la despiertan para comunicarle la concesión del Nóbel y le proponen que sea ella quien lo comunique a su marido. En cuanto éste llega al hospital, con voz apenas audible, Zenobia le da la noticia. Con amargura y desilusión el poeta dijo simplemente: “¡Ahora!”. Reacio a viajar a Europa para recibir el Premio, escribió una carta a la Academia en la que, entre otras cosas, decía: “Debido a la enfermedad de mi esposa, el Premio Nóbel me apena profundamente. En cuanto a mi, no tengo nada que decir”.
Tres días después falleció Zenobia. El 29 de mayo de 1958 murió Juan Ramón Jiménez. Los restos de su cadáver fueron trasladados a Moguer, donde había nacido.
Emilio del Río, Carlos Del Saz-Orozco, Antonio Sánchez Barbudo y otros autores han tratado el tema religioso en la obra de Juan Ramón. Todos coinciden en señalar la postura anticlerical y anticatólica del poeta, cuestión esta a la que dediqué muchas páginas en mi libro de 1995 “
El sueño de la razón”.
Fue anticatólico, pero no ateo; fue anticlerical, pero creyente en la existencia de Dios.
Hay suficientes pruebas de esto en toda su obra, especialmente en el ensayo “
Dios deseado y deseante”. Desde su posición de hombre secular Juan Ramón no podía hablar de Dios como habla el teólogo, pero su conciencia de la divinidad era lúcida, clara como su poesía.
En el curso de una conferencia pronunciada en la Universidad de Puerto Rico en abril de 1954, Juan Ramón dijo: “El catolicismo ha ido convirtiendo sucesivamente la religión cristiana en un Cristianismo idolátrico en donde intervienen mucho las peanas para unos, y las rodillas para otros”. Y en la página 228 de “
Dios deseado y deseante” concluye: “Yo puedo ir a la Palabra que es Jesús para mi por mi camino propio, por mi palabra y por ella voy. Voy a su palabra sin adorno, sin vano comentario escolástico, sin santos padres, sin Papas, sin muros, voy a su palabra aislada de El Libro como a un campo de margaritas en primavera humana o como un espejo de luz en el humano invierno”.
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