A Salatiel Palomino López,
maestro permanente de vida y teología
“El pensamiento económico y social de Calvino”, Un libro clásico e imprescindible de André Biéler (III)Biéler traza un perfil de Calvino en estrecha relación con la historia que le antecede y lo define como “un humanista católico y conservador que encabezará un movimiento popular ‘subversivo’ después de su conversión”. Con esta premisa, la revisión de su vida y obra está en función del advenimiento del calvinismo, entendido como un poder duradero que buscó la transformación política y social. A diferencia de Lutero, quien provenía de una familia de mineros, Calvino tuvo un origen aristocrático y, por lo tanto, compartía la cultura y prejuicios de esa clase social. Las amistades de su familia influyó decisivamente en su formación académica, pues gracias a ellas pudo acceder a colegios refinados en donde podría desarrollar su precoz inteligencia.
1. CALVINO, HUMANISTA DE TRASFONDO ARISTOCRÁTICO
El padre de Calvino destinaba para éste un destino marcado por la teología. Él mismo daba testimonio de ello: “Desde que era muy pequeño mi padre me destinó a la teología, pero después, al considerar que la jurisprudencia podía enriquecer, cambió de opinión”. El paso del joven Calvino por varios colegios franceses lo dotó de un peculiar interés por los estudios clásicos. En el Colegio de Montaigu, encontró firme oposición y prevención contra las ideas de los primeros reformadores. Por ello, alrededor de 1530 aún no podría afirmarse que había dejado el redil católico romano, a pesar de los contactos de su primo Olivétan con círculos humanistas y con Guillaume Cop, médico del rey Francisco I.
Dos años antes había comenzado a estudiar Derecho, y en 1532, ya con el grado de Maestro en Artes, publica su comentario a
De Clementia, de Séneca, el cual le otorgó autoridad inmediata en el mundo humanista. Sobre esta obra, observa Biéler: “Más que cualquier otra evidencia nos muestra hasta qué grado el futuro reformador se hallaba aún ligado a la clase de pensamiento aceptable entre los humanistas católicos” (p. 61), pero señala también que, debido a que la Reforma había ganado presencia significativa en Francia, Calvino podía ser ajeno a ella. Allí, las condiciones políticas favorecían el desarrollo del reformismo humanista, aunque la reacción contra los escritos de Lutero, Carlstadt y Zwinglio fue muy violenta.
En ese contexto, el aún católico Calvino, de regreso a París en 1531, compartía las ideas humanistas con un cierto aire de superioridad que se advierte en varios lugares de su comentario citado, adonde declara su hostilidad hacia “las masas sediciosas por naturaleza y libres de razón y discernimiento”.
Su teología y ética todavía se ubicaban en la religión natural y en la moralidad del antiguo régimen, antes que en el Evangelio. Pero después de su conversión, él transformó completamente su punto de partida social y espiritual pero conservará, de su formación humanista, el riguroso método exegético que aplicará concienzudamente a los estudios bíblicos, que sería su característica distintiva entre todos los reformadores. Este cambio de orientación hizo que Calvino asumiera una postura más respetuosa hacia las inclinaciones populares.
2. CALVINO TRABAJA POR UNA NUEVA SOCIEDAD
En medio de la persecución, desatada, entre otras cosas, por el discurso de Cop en La Sorbona, esta nueva etapa vital culmina en 1535 cuando Calvino redacta, instalado en la casa de su amigo Du Tillet, la
Institución de la Religión Cristiana publicada en Basilea al año siguiente. En 1534 se encuentra con Lefèvre y más tarde huye de Francia para buscar dónde establecerse y continuar sus estudios, no obstante lo cual, no dejó de manifestar su indignación ante la intolerancia anti-protestante. La nueva obra fue su manera de reaccionar ante los agravios sufridos por sus hermanos en la fe. De ese modo, la
Institución fue una respuesta política de enorme importancia, puesto que la respetuosa (y enérgica) epístola dirigida a Francisco I con que abre el libro redefine a los rebeldes como fieles seguidores del Evangelio.
En dicha epístola, auténtica defensa de los perseguidos y mártires franceses, Calvino proclama, según resume Biéler: a) que la política y la verdad espiritual son inseparables; b) que la genuina Iglesia de Jesucristo se encuentra con mayor frecuencia entre los pobres, insatisfechos con el orden establecido, que en la institución eclesiástica ligada a las clases dominantes; y c) que no debe confundirse a los revolucionarios con los cristianos, quienes son, esencialmente, reformadores de una sociedad adonde prevalece el desorden.
El camino de Calvino hacia el liderazgo de la Reforma no fue fácil, ni antes ni después. Durante su estancia en Basilea, en 1535, escribió el prefacio a la traducción del Nuevo Testamento de su primo Olivétan, trabajo previo a la
Institución. Biéler refiere puntualmente la forma en que aprendió en la ciudad donde vivió Erasmo: “Trabajando con sorprendente intensidad, dominó la teología igual que había dominado las artes y el derecho. Siguió escribiendo el libro que lo convertiría en el líder que los protestantes necesitaban con urgencia. Devoró las Escrituras, los escritos de los Padres de la Iglesia y las obras de Lutero, Melanchton y Bucero, mientras mantenía su habilidad para la polémica mediante los autores que leyó en Montaigu” (p. 74).
Viajó a Italia, donde se encontró con la princesa Renata, y posteriormente intentó llegar a Estrasburgo, pero en el trayecto se topó con Farel en Ginebra, quien lo convenció de quedarse. El resto de la historia es de sobra conocido: Calvino iniciaría su primera estancia en julio de 1536, para ser expulsado dos años después, y regresar, finalmente, en 1541, para establecerse hasta su muerte en 1564. La estancia en Estrasburgo (1538-1541) dotó a Calvino de una visión plenamente reformada de la sociedad, misma que aplicaría a su regreso en Ginebra.
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