Estoy sorprendido: los protestantes siempre hemos usado nuestra libertad sin complejos y esto nos ha llevado a la diversidad e incluso a la normal discrepancia en cuestiones no trascendentales, sin romper la unidad. Ahora, si hemos de discrepar, que sea por algo que merezca la pena: no hace mucho, en una querida iglesia se produjeron diferencias marcadas en torno a si todos los judíos van a ser salvos sólo por ser pueblo escogido o no; un ferviente contendor aseguraba que él tenía la salvación por dos vías, una por su conversión al Señor y otra porque había descubierto judíos entre sus antepasados (¡El Señor le debía una!). Me atreví a sugerir que el debate no merecía tanta vehemente contienda, porque, que yo supiese, esa iglesia no tenía cerca ninguna comunidad judía ni pensaban en diseñar una campaña específica de evangelización hacia ese colectivo.
Pues un sector irrelevantemente minoritario –en cantidad, no juzgo la calidad– de evangélicos españoles pone ahora notorio empeño en plantear la necesidad de reconocer el matrimonio gay. No acabo de comprender su fijación por demostrar su progresía centrándose siempre en el uso de las gónadas, que ciertamente forman parte de lo que el Señor nos dio, pero ¡caramba! no deberían dar para tanto.
En un entorno social como el nuestro, plagado de insensibilidad, materialismo, irresponsabilidad social, negación de la Verdad, estancamiento de la evangelización, deberíamos tener más cabeza y plantearnos cuáles son las más prioritarias necesidades de nuestra sociedad y de nuestra evangelización; y, por favor, ¿alguien de Vdes. cree que la aceptación del matrimonio gay debe ser una de nuestras primeras prioridades? ¿creen que merece una campaña tan vehemente para conquistar su aceptación? ¿creen que es un tema digno de generar divisiones entre nosotros? No lo creo.
Algunos de nuestros hermanos justifican su relevancia presentando al colectivo gay como un grupo de personas marginadas socialmente que, por tanto, requieren el urgente apoyo de todo cristiano. Pues, hermanos, hay cantidad de colectivos que se ven discriminados en nuestra sociedad, como con frecuencia nos señala mi querido hermano Juan Simarro, pero ¿alguien puede decir que el colectivo gay está discriminado actualmente en España? Encienda Vd. la TV y no tardará en aparecer algún homosexual en alguna serie, pero ¡amigo! nunca he visto en las series televisivas a un gay sinvergüenza o a una lesbiana estúpida, eso les toca a los personajes que representan a los pastores protestantes. Los homosexuales de las series aparecen sistemáticamente encantadores, generosos, románticos, inteligentes, heroicos; un guionista fue despedido porque se negó a incluir a un homosexual en su serie.
¿Por qué tanta manipulación? ¿por qué nos los imponen hasta en la sopa? ¿acaso hay algún colectivo más protegido y privilegiado hoy en España que el homosexual? ¿acaso son ellos quienes prioritariamente están necesitados de la épica defensa por parte del colectivo protestante? En este sentido, ¿realmente nos precisan para algo? Para predicarles el Evangelio, sí; para amarles como prójimos sin que esto hipoteque nuestra condena de su conducta, sí; para protegerles, me temo que no; otros colectivos nos precisan mucho más prioritariamente. Son numerosos los estudios sociológicos que muestran que los homosexuales no pertenecen –como media– a las clases desfavorecidas, sino a las más pudientes; bien lo saben las agencias que diseñan para ellos cruceros exclusivos.
¿Por qué, entonces, esta fijación de algunos hermanos con la campaña en defensa de la homosexualidad? Para justificar su “progresía” y estar al día en la moda, pensé inicialmente; pero no quise quedarme en esta explicación y me sumergí con interés y sinceridad en el internet cristiano “liberal” en castellano y en inglés para descubrir los fundamentos bíblicos de esta campaña. Y me quedé decepcionado por su falta de calidad, su flojo rigor, su escasa capacidad de análisis en profundidad; su tan poco sólida teología (y no hablo de estar o no de acuerdo, que siempre es subjetivo, sino de la pobre consistencia intelectual del discurso); un hermano más “izquierdoso” teológicamente que yo me confirmó en privado mis mismas impresiones. Para compensar estos preocupantes déficits, recurren a los clichés manidos, a los dogmas y prejuicios para asentar sobre ellos propuestas que la Biblia claramente rechaza; a veces incluso he leído mentiras gordas expresadas sin pudor, como aquel teólogo que dice que la palabra traducida como “los que se echan con varones” en 1Co 6.9 tenía en griego una veintena de acepciones muy diferentes, cuando la realidad es que este término,
arseno-koitai, está formado por una palabra compuesta (el griego es muy rico en éstas) de la que una parte significa “varón” y la otra “lecho conyugal” (de este vocablo deriva “coito”): no hay más vueltas que darle.
En contra de lo que se nos vende, no hay mucho lugar para el debate sobre este tema si nos sentamos sencillamente a escuchar a la Biblia: es suficientemente clara. Y entonces comprobamos que la única posibilidad de justificar las relaciones homosexuales pasa por modificar la aproximación a la Biblia, quitarle a ésta su integral infalibilidad y relativizar su poder normativo. Comprendemos entonces la raíz del debate: la cuestión de la homosexualidad no es tan relevante en sí misma, lo que es relevante es que, para justificarla, algunos hermanos han renunciado a su identidad protestante, a la Sola Escritura, y han desactivado el claro mensaje de la Palabra especulando a partir de dogmas –por muy progres que se presenten, no dejan de ser dogmas, como lo eran los del “catecismo” de Marta Harnecker sobre el materialismo histórico– y no han analizado esos dogmas a la luz de la Biblia, sino han acomodado la Biblia a las exigencias de los dogmas. Y éste sí que es un motivo serio de discrepancia.
“Pueden aparecer como grandes especulaciones por gentes muy versadas, pero sólo sirven, por así decirlo, para enterrar a Dios […] Que se sientan contentos y completos con afirmar la sencillez del Evangelio […] Que se contenten con esto, y no busquen, como algunos hacen, el acomodo social […] los que se entregan de este modo a obtener el crédito del mundo, no eliminan de golpe al principio la verdad de Dios, pero con sus mezclas, sin embargo, hacen que la Palabra de Dios no muestre su majestad”. Algunos de mis hermanos tildarán de fundamentalista a quien así escribió; pues tienen razón: se trata de Juan Calvino(1). Tenemos que reafirmarnos en nuestra identidad protestante. Hay que volver a leer a Calvino y a Martín Lutero, el mismo que dijo en Worms: “Mi conciencia está ligada a la Palabra de Dios”. Sólo está ligada a ella, Sola Escritura; sólo hay que callar y dejarle hablar.
(1) CALVINO, J. Conservando con fidelidad la Santa Escritura, sermón 54 sobre 1Ti 6, traducción de Emilio Monjo en “Tu Reino”, Ed. Iglesia Presbiteriana Reformada, Sevilla, nº 13, 2006, pp. 53-64. Agradezco a Emilio Monjo su preciosa labor en la dirección de esta interesante revista.
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