Anillos

En una reunión informal de la iglesia, un hermano tuvo a bien recordar que tres días después celebraba su 35º aniversario de boda. Añadió que, al casarse, los anillos que se entregaron les fueron regalados. Él no le había comprado nunca ningún anillo a ella y, como si de una cuenta pendiente se tratara, aprovechaba la ocasión presente para regalarle uno en presencia de todos los asistentes.

Fue un detalle muy humano, afectivo y que le dio clima a la reunión.

Cuando me casé y nos dimos los anillos, uno de ellos se cayó al suelo. Puede ocurrir, pero para mí fue un claro “acto fallido”.

Pasado el tiempo, hubo una temporada muy larga en que no quería llevar el anillo –mi única joya, por otro lado. Me incomodaba, me apretaba, costaba de sacarlo: mil razones.

Lo tenía, eso sí, bien guardado en la mesita de noche. ¿Era el anillo? Fue una temporada difícil por razones que ya conoces, pero gracias a Dios las cosas mejoraron, y un buen día decidí ponérmelo otra vez. Desde entonces, y ya hace muchos años, no me lo he quitado nunca. ¿Por el anillo? ¿Porque cambió de diámetro? ¿Por su valor en oro? ¿Porque carezca de rozaduras?: No. Porque es el anillo que me dio ella, mi mujer.

Los anillos tienen significado. El padre del hijo pródigo al recibir a su hijo ordenó ponerle un anillo en su mano. ¿De quién era, originalmente, aquel anillo?: del padre. ¿De quién pasaba a ser, ahora?: del hijo.

¿Quitarlo?: ¡No, gracias!

¡Un abrazo!

Carlos