Origen y creencias del movimiento pentecostal (IV)El sabio Platón puso en boca de su amado maestro Sócrates las palabras aprendidas y las propias, hasta no llegar a distinguir entre lo uno y lo otro. Por ello cuando Sócrates en uno de sus diálogos memorables le dice a Fedro con respecto de la importancia de la verdad en el discurso: “Es aquel que unido al conocimiento se escribe en el alma del que aprende; aquel que por una lado sabe defenderse así mismo; y por otro hablar o callar ante quienes conviene” (1). Le informa que lo aprendido es imposible separarlo de lo propio, ya que todo, en definitiva, es aprendido. Los errores ajenos también pueden ayudarnos a recorrer el camino.
Los orígenes del pentecostalismo pueden remontarse casi hasta donde la imaginación alcance. Desde el Espíritu Santo moviéndose por la faz de las aguas, pasando por las escuelas proféticas, La voz audible de Dios a Samuel, la llenura del rey Saúl, el baile de David ante el arca o los sueños de Daniel, pero si bien, todos estos hechos definirían el pentecostalismo, como manifestación de Dios a través de los tiempos, no llegarían a aprehender los parámetros, medidas y formas del pentecostalismo contemporáneo.
Recorrer otro camino y llegar a los orígenes de la Iglesia, el día de Pentecostés, los Hechos de los apóstoles o las cartas apostólicas, nos ayudarían a acotar el origen y raíz de algunas doctrinas, pero tampoco servirían para identificar y expresar el pentecostalismo moderno. El pentecostalismo, aunque a los pentecostales no nos guste reconocerlo, tiene una tradición propia. Las raíces metodistas del pentecostalismo, que tantas veces se han argüido, los movimientos anabaptistas de tintes proféticos, el puritanismo inglés o las iglesias congregacionalistas norteamericanas, son base y raíz de algunos rasgos del pentecostalismo, pero, con toda seguridad, lo son de los más genéricos e interdenominacionales. Los mismos orígenes que se pueden ver en las Iglesias bautistas o las Asambleas de hermanos.
¿Dónde nace pues la verdadera raíz del pentecostalismo contemporáneo? Algunos críticos dirán, que en la teología milagrera de Dowie, en el fanático de Parham, en el mesianismo de la señora Beuhla o en Sanford, el fundador de la “lluvia tardía”. Todos estos y otros muchos son efecto que no causa del movimiento pentecostal. La raíz, como siempre que hay un nuevo despertar, un acercamiento a la Palabra de Dios, un deseo de santidad, nace de la aspiración del pueblo por buscar a Dios.
En palabras de Séneca SACRA POPULI LINGUA EST (2): “El Pueblo de Dios busca la auténtica voz de Dios”.
Uno de los primeros líderes del nuevo movimiento nacido del Gran Despertar norteamericano y británico fue John Alexander Dowie. A Dowie no puede considerársele un pentecostal como tal, ya que no tiene algunos rasgos fundamentales como: el énfasis en los dones, las lenguas o la forma cúltica. A pesar de ello, Dowie fue uno de los iniciadores modernos de las grandes campañas evangelísticas, que luego se hicieron comunes en Estados Unidos, Australia o Reino Unido.
John Alexander Dowie, nacido en 1847 en Edimburgo, Escocia, en el seno de una familia cristiana. Se integró rápidamente en la iglesia de sus padres, en una humilde capilla de su ciudad. A los trece años, después de su conversión, viajó con sus padres a Australia. A pesar de su escasa formación logró medrar en su nuevo país y convertirse en un hombre de negocios. A los veintiún años tomó la decisión de dedicar el resto de su vida a Dios. Estudió en la Universidad de Edimburgo en la Facultad de la Iglesia Libre. Su primera misión fue la de capellán de la enfermería de su facultad. Allí se decepcionó del trato que se daba a los enfermos y de las pocas esperanzas que proporcionaba la medicina en aquella época. Muchos autodenominados médicos eran simples mercachifles que sacaban fortunas a sus pacientes por supuestas recetas milagrosas. Tras su regreso a Australia pastoreó una iglesia en Alma, después pastoreó otras congregaciones por el país. Al llegar a la dirección de la iglesia de la calle Newton, en Sydney, una terrible epidemia de desató en la ciudad y que permitió que Dowie pusiera en práctica sus creencias sobre los dones de sanidades.
En 1876 se casó con Jeanie y dos años más tarde abandonó su denominación para crear una iglesia independiente. En 1888, Dowie estableció su residencia en California y comenzó campañas de sanidad por todo el estado. Después de recorrer todos los Estados Unidos se instaló en Chicago. Aprovechando la exposición universal que se hizo en la ciudad, el reverendo Dowie instaló a la entrada una carpa con un gran cartel que decía “Cristo es todo”. Abrió “Casas de Sanidad” por toda la ciudad, lo que levantó las iras de algunos sectores y fue acusado de abrir clínicas ilegales. Pagó una multa, pero el Tribunal Supremo le dio la razón en última estancia. Creo la revista “Hojas de Sanidad”, que tuvo un gran número de subscritores.
En el año 1900 planeó la construcción de una nueva ciudad llamada Sión, pero la soberbia logró que Dowie tomara en serio las adulaciones de algunos que le proclamaban el Elías que había de venir. En 1904 se autoproclamó Primer Apóstol, pero sufrió un ataque cardiaco mientras predicaba, tras una breve estancia fuera de la ciudad fue expulsado por el Consejo de la Ciudad de Sión.
Los últimos meses, antes de su muerte en 1907, recuperó la cordura y regreso al mensaje primigenio del Evangelio. J. V. V. Barnes dijo de él:
“...la última noche que John Alexander pasó en esta Tierra, estaba una vez más en el espíritu, sobre la plataforma, hablando a multitud de su gente. Esa noche predicó pensando que exponía los principios del evangelio a miles de personas. Mientas enseñaba las viejas verdades...cayó otra vez en un sopor...La última canción que cantó, mientras la luz del día comenzaba a asomarse fue: “Soy un soldado de la Cruz”.
A pesar de los graves errores de Dowie, su ministerio produjo miles de conversiones y confirmó en el pastorado a muchos predicadores que continuaron la labor que el abandonaba. Es fácil juzgar desde nuestra posición el envanecimiento de Dowie y su caída, pero la vanidad, el pecado más común de los predicadores, puede seducirnos a todos.
El profeta Jeremías nos da la clave para entender la Historia de la Iglesia y no caer en sus tropiezos cuando dice: Maldito el hombre que confía en el hombre(3).
Próxima Semana: Orígenes del Pentecostalismo (II)
(1) Platón, Fedro, Orbis, 1983, Barcelona. Pág. 366.
(2) Séneca: La lengua del pueblo es santa.
(3) Sagrada Biblia. Jeremías 17.5
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