La muerte de Manuel Vázquez Montalbán constituyó una gran pérdida (¿pérdida irreparable?), para la literatura y el periodismo en España. Nació en Barcelona en 1939, cuando aquello del primer año triunfal en la guerra donde media España peleó contra la otra media, destrozándose unos y otros con zarpas de fieras, como canta el himno guerrero. Licenciado en Filosofía y Letras y en Periodismo, pronto destacó en ambas disciplinas.
En su bibliografía, que intuyo incompleta, se cuentan treinta y seis libros escritos y publicados. Fue distinguido con varios premios, entre ellos el Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Policíaca, Premio de la Critica.
Como periodista su actividad fue constante. Colaboró asiduamente en publicaciones tales como las revistas “Triunfo”, “Interviú”, “Hermano Lobo” y otras. También fue articulista de los diarios “La Vanguardia” y “El País”, por nombrar sólo dos. Fue un periodista querido y temido por su estilo mordaz, libre, penetrante y vitriólico.
El 18 de octubre de 2003 descendió en Bangkok, Tailandia, de un avión que le traía de Sidney, Australia. En el aeropuerto empezó a sentirse mal. Según el informe policial, el escritor falleció en cuestión de minutos de un paro cardíaco, sin tiempo para efectuar el traslado al avión que había de llevarlo a Madrid. La Embajada española en Tailandia aceleró los trámites para la recuperación del cadáver, que fue incinerado en Barcelona. Centenares de personas provenientes de los grupos e instituciones más variopintos asistieron a la ceremonia fúnebre. La escritora Rosa Regás, una de las personalidades que tomaron la palabra antes de la incineración, calificó a Vázquez Montalbán como “hombre de infinitas facetas para crear, luchar, amar y recuperar la memoria histórica”.
Meses antes de emprender el viaje del que no regresaría a su querida tierra catalana, Vázquez Montalbán empezó a seleccionar artículos que a lo largo de años había dedicado al fútbol. Quería recogerlos en un tomo. Este material estaba en el ordenador portátil que las autoridades tailandesas devolvieron a los familiares tras su fallecimiento en el aeropuerto de Bangkok. Su hijo Daniel Vázquez Sallés, también escritor, ha acometido la edición final del libro. “Los artículos -escribe- aparecen reunidos por capítulos de acuerdo con su temática y según un orden cronológico subordinado a la materia que conforman las tres divisiones”.
En la primera, el autor trata del fútbol en general y explica “el porqué de nuestra afición, a veces irracional, por un deporte que nos permite una vivencia religiosa indispensable para nuestro ecosistema emocional”.
En los capítulos siguientes Vázquez Montalbán se ocupa del Real Madrid y del Barcelona. Del primero dice que es un equipo “representante de la nación española, una representatividad que había tenido en tiempos de Franco, cuando era el único emblema victorioso de exportación”. Al Barcelona lo define como “el ejército desarmado de la catalanidad”, un equipo que “viajó por Europa y América haciendo propaganda de la II República española”. A Vázquez Montalbán le parece “inimaginable un mundo, por muy global que sea, donde no existiera el enfrentamiento Real Madrid – Barcelona, duelo único en su género que reúne casi todas las arqueologías del Espíritu del Estado Español, desde el desastre de 1898”.
En Vázquez Montalbán, la ironía es muchas veces un insulto disfrazado de cumplido. Uno de los encantos que tiene su literatura. Proyectiles de papel salen disparados de su cerebro y apuntan a la persona o al acontecimiento. Otras veces, sus reflexiones tienen categoría filosófica y social:
“Los deportes -dice- se han convertido en fenómeno de masas porque han tenido divinidades prodigiosas capaces de convertirse en mitos contemporáneos”.
Entre estas divinidades humanas, si se aceptan los conceptos contrapuestos, el verbo sería Diego Armando Maradona, llamado “la mano de Dios”, por aquél gol que dio el triunfo a Argentina en el mundial de México-86. Otras divinidades menores en el partenón futbolístico serían, en la catalogación de Vázquez Montalbán, Ronaldo, “un dios de la ingeniería”, Beckham, Zidane, Owen, Raúl, Figo, Ronaldiño, Cruyff, Kubala, Guardiola, Butragueño, Di Stéfano, Luis Enrique, Pelé y otros muchos que pasean sus omnipotentes deidades por los estadios convertidos en catedrales, donde miles de adoradores rinden sus corazones al anuncio del arcángel que vocea el gol.
Y en lo alto del trono, la FIFA, impulsora y propagandista de esa religión laica organizada como una secta que arrastra las voluntades en beneficio de las televisiones y las multinacionales.
Una religión que hoy día no es deporte. Es, antes que ninguna otra cosa, negocio y comercio de altura. También es violencia, brutalidad, racismo, intolerancia, agresividad verbal y física. Una religión que desequilibra la estabilidad familiar, fanatiza a los individuos desde la adolescencia hasta la vejez, se habla de ella en los trabajos y en los lugares públicos desde el lunes al sábado con un tono y con otro tono, según haya ido el partido del domingo, desde el lunes siguiente al sábado de la misma semana.
Pero en esta religión, concluye Vázquez Montalbán, “los jugadores ya no son sacerdotes fundamentales, como tampoco los feligreses son los dueños de la iglesia: la llenan, pero el poder condicionante del dinero pasa por las exclusivas de televisión y la publicidad... Esperamos un diseño en el que la emoción de la comunión de los santos será cada vez más teleconducida”.
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